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lunes, 8 de febrero de 2016

Ha muerto El Conejo por @goyosalazar


Por Gregorio Salazar


En el país donde todo se ha vuelto escasez, desabastecimiento, austeridad y limitaciones al extremo, hay un grupo que se permite derrochar sus más preciados bienes sin cálculo, reserva ni miramientos: los reclusos de la cárcel isleña de San Antonio disparando ráfaga tras ráfaga del plomo de sus pistolas, ametralladoras y modernos fusiles al aire en honor del ultimado pran o jefe máximo --para lo bueno y para lo malo-- de ese penal, ampliamente conocido (y mejor relacionado) como El Conejo. 


Hasta donde nos alcanza la memoria, sin que eso quiera decir que la nuestra sea demasiado larga, fue una imagen absolutamente inédita para este país (y en cualquiera que de verdad lo sea) la de un grupo de procesados subidos al techo del penal disparando hacia cielo en honor, o en reclamo a lo celestial tal vez, del ultimado mandamás de la cárcel margariteña, despedida que al mismo tiempo desataba el caos y el temor en las calles de Porlamar.

Un Gobierno que se dedica las 24 horas del día a propagandear sus "políticas" en los más diversos campos, la que practica en el área penal no necesita inversión para publicitarla, pues a ello se dedican las invencibles (hasta ahora) redes sociales, nacionales e internacionales, dando cabida a fotografías y videos de la inverosímil realidad que habita puertas adentro de las cárceles venezolanas, donde el visitante puede disfrutar de una buena parrillada al borde de la piscina, hacer motocross, toros coleados o pasar una romántica noche en una de las mejores discotecas, bailando los regaetones con explícita apología del delito.

Tenemos, pues, una muy reputada cadena de penales al estilo de los planes turísticos "todo incluido", donde sólo faltaría que al huésped le colocan un brazalete coloreado para que se sepa cuales son los beneficios que puede disfrutar.

Como toda instalación prestigiosa, a la cárcel de San Antonio no le faltaba su logo, más siendo atendida por su propio dueño. Logo, para más señas, nada original y sin pago de derechos, claro está, pues consiste en ese famoso perfil silueteado de un conejo con corbatín que dio a conocer mundialmente la revista Play-Boy, y que todavía debe estar estampado en el salón de billar, en el área de la piscina, en las chaquetas del equipo de soft-ball y en cualquier otro sitio en el que el pran quiso dejar claro que quien mandaba allí no era el Estado venezolano, sino él y su celoso gabinete de luceros.

Cuántas estrellas de calificación por sus amplias comodidades tienen las cárceles venezolanas, no se sabe.

Lo que sí es cierto que la estrella de todo este concierto es la ministra del área, cuya foto sentada al borde de la cama de El Conejo y fundida en cariñoso abrazo con él ha dado la vuelta al mundo. A quienes le han citado el episodio como motivo de escándalo, la alta funcionaria ha reaccionado: "¡Por dios, tengo fotos con cien mil presos!". Inexplicable.

¿Será que la ministra se siente Marilyn visitando a los soldados gringos en la Guerra de Corea? Comenzamos diciendo que lo de la cárcel de San Antonio fue un derroche de plomo nunca visto, lo que también sirve para imaginar la magnitud de los pertrechos que guarda el arsenal del centro (no) penitenciario. Debe haber allí más plomo que barras de oro en el BCV. Y entonces dos preguntas obvias a la ministra: cómo entró ese plomo y, más importante, por qué sigue allí.

Aliarse con el hampa, como los organizadores de las fiestas de carnaval lo hacían con la banda de camorreros designándolos "brigada de orden", no ha conducido sino a potenciar el poder de la delincuencia y sus desbordes.

Como nada es perfecto, y a juzgar por la letra de "El narcocorrido de El Conejo" que ha comenzado a circular por las redes, parece que el penal de San Antonio no escapa a una de esas grandes calamidades que padece la colectividad nacional. Mire usted:

Maldito el plomo traidor Que liquidó a nuestro pana, San Antonio es un penal En una tremenda oscurana... Porque la planta está mal Y que la arreglan mañana.

07-02-16




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