Por Gioconda San Blas
Una tarde cualquiera, Jorge y
días después Nancy, sintieron los escalofríos y fiebre comunes a una gripe. ¿O
sería dengue? ¿Tal vez chikungunya? Todavía no aprendíamos a pronunciar esa
extraña palabra africana llegada hacia 2013, cuando 2015 nos sorprendió con una
más: Zika, otra virosis trasmitida por el mismo zancudo (Aedes aegypti),
convertido en autobús de cuanto virus nuevo aparece por estas tierras, además
de trasmisor de los viejos, como los de la fiebre amarilla y el dengue.
Claro que con un régimen que
es una plaga en sí mismo, no podíamos esperar otro resultado; un régimen que
hace años eliminó la División de Malariología del antiguo Ministerio de Sanidad
para sustituirla por el vacío como política pública en el control de
enfermedades trasmitidas por insectos, que suspendió las jornadas nacionales de
fumigación, que poco hace en materia de inmunización, que ha conducido al país
a un desabastecimiento de medicamentos que supera el 70% de los establecidos
por la Organización Mundial de la Salud como indispensables de existir en los
inventarios de cualquier país, un régimen así no podía ofrecerle una atención
adecuada a Jorge o Nancy, cuando sus fiebres se complicaron.
Porque lo que ellos sufrieron
fue Zika, a lo que siguió un cuadro conocido como Síndrome de Guillain-Barré
(otro nombre a aprender en esta lexicografía macabra), conducente a una
parálisis muscular progresiva que los llevó a la muerte. Según laministra de salud, en el país se han presentado
más de 90 casos del síndrome (decir “casos” es deshumanizar el problema; son 90
pacientes) desde diciembre de 2015, a quienes –según ella- se les garantiza el
tratamiento.
¿Se le garantizó a Jorge y
Nancy? ¿Lo hay para esos otros 90 pacientes? Existe un tratamiento paliativo de
los síntomas, consistente en la aplicación de inmunoglobulina o en su defecto,
un procedimiento llamado plasmaféresis (otra palabra para el catálogo), ambos
disponibles en la antigua QUIMBIOTEC, la otrora exitosa planta procesadora de
derivados sanguíneos, creada en el IVIC en los años 80 para producir localmente
albúmina, inmunoglobulinas, factor VIII y mil otras sustancias, con las que se
surtía a todos los hospitales de la nación para la atención médica a nuestro
pueblo.
Pero la QUIMBIOTEC de la
revolución no fue capaz de proveer la inmunoglobulina que Jorge y Nancy
requerían con urgencia. El régimen no sólo le quitó al IVIC la responsabilidad
sobre el funcionamiento de la planta, retirándole también la certificación de
calidad de los productos allí originados, sino que finalmente por incapacidad
de sucesivos directivos con poco o nulo conocimiento de los procesos técnicos
de dicha planta aunque abundancia de credenciales revolucionarias buenas para
nada, ha paralizado la producción de derivados sanguíneos desde hace más de
seis meses (para un recuento detallado de la historia de esta institución y de
la debacle actual, leer el exhaustivo trabajo del equipo investigativo de
la revista SIC, órgano del Centro Gumilla). Consecuencia: el país carece ahora
de estos productos indispensables para el tratamiento de innumerables
patologías.
Ahora el edificio de ese
QUIMBIOTEC improductivo y moribundo exhibe en sus ventanales del piso superior
una gigantografía en la que se lee: “QUIMBIOTEC - Capacidad, eficiencia y
eficacia orientadas a la satisfacción de las necesidades de nuestro pueblo son
los objetivos supremos de nuestra Revolución”, apropiándose de paso de un logro
que nunca fue suyo sino de sucesivos gobiernos democráticos y de gente del IVIC
empeñada hace unos 30 años en hacer posible en el país la manufactura de
derivados sanguíneos de calidad comprobada, para la atención de nuestros
enfermos.
Al lado de la frase
grandilocuente y en medio de la inoperancia de la planta, no podía faltar la
foto del muerto inmortal (valga el oxímoron), en ademán absorto, emulando al
“Pensador” de Auguste Rodin. Pura pose.
11-02-16
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