Miguel Méndez Rodulfo 08 de abril de 2017
Estonia
es un país báltico de 1.300.000 habitantes que cuenta entre sus logros con la
condición de ser el país europeo con mayor cantidad de start up por habitante,
además de ser la nación que procreó a Skype. Que Estonia sea una potencia
tecnológica no es por azar; se trata de un propósito deliberado que se planteó
ese país hace varias décadas. Una sociedad que buscaba la manera de insertarse
en el progreso, un liderazgo político que entendió el anhelo de sus ciudadanos
y una nación que buscaba su lugar en el mundo, obraron el milagro. Lo demás fue
que la educación tuviera un rumbo definido, que se alinearan las universidades,
las empresas y el gobierno, que se diera el espacio necesario al
emprendimiento, que se tuviera una cultura de tolerancia frente al fracaso, que
se atrajera al talento y se le estimulara debidamente, que existiera un clima de
apertura en materia racial, sexual así como de de género, que la democracia
floreciera y que sus ciudades atrajeran la inversión y tomaran riesgos.
Hoy
día crear una empresa tarda 18 minutos, declarar el ISLR 5, y las partidas de
nacimiento son tramitadas por internet en 10 minutos. Existe un gobierno
electrónico muy desarrollado, el cual proporciona a sus ciudadanos una
identificación digital que es un código que se envía al celular y que mediante
una clave del usuario se convierte en la firma digital de las personas. La
conexión Wi Fi a internet es gratuita para todos los ciudadanos. El número de
cédula de identidad permite el acceso al historial médico, pero el ciudadano
controla a quien le permite acceder a sus datos. En ese país las transferencias
monetarias al extranjero, hechas de manera electrónica, son más baratas que las
que se hacen por vía de la banca. El gobierno digital de Estonia cuida de tener
en el exterior una copia de seguridad, debido a que ya ha sido víctima de las
hackers. Por otra parte el gobierno otorga la nacionalidad digital a empresas
extranjeras que usen los servicios de Estonia, favoreciendo la atracción del
capital foráneo. Esta práctica favorece la competitividad del país y su
crecimiento económico.
En las
escuelas de ese pequeño país báltico, los alumnos de tercer grado se conforman
en grupos para desarrollar robots que compiten con los de sus condiscípulos. Se
trata de organizar torneos donde los robots, de diferentes formas, según como
haya sido la inspiración del grupo, tratan de sacar de un círculo al robot
rival para ganar la competencia. Por supuesto, el lenguaje de programación que
los niños utilizan es adaptado a su edad, pero tiene la capacidad y complejidad
de mover al androide a voluntad del creador, de manera que luche e intente
ganar. Para los niños de esa nación sus héroes no son Messi y Ronaldo, sino los
creadores de Skype. Otra cosa que los colegios promueven que los niños hagan es
la creación de videojuegos, algo en lo que también se aplican con dedicación y creatividad.
Lo que
ha hecho Estonia en estos años no es algo de extraterrestres, sino de países
inteligentes, naciones que tienen una visión de largo plazo que comienzan a
ejecutarla con apego a la planificación desde ya y sin pausas. Van paso a paso
en pos de un norte promisorio que asegura el bienestar de su sociedad. Si esto
lo promueven grupos importantes de ciudadanos y son escuchados por el liderazgo
económico, social y sobre todo el político, estos objetivos se pueden alcanzar
y el país puede insertarse en una dinámica de desarrollo que mejore la calidad
de vida de todos sus ciudadanos. Estonia no tiene recursos naturales, ni está
interesada en ser un país minero. Le interesa desarrollar una sociedad del
conocimiento. En tanto que esto está ocurriendo ahora en Estonia ¿qué estamos
haciendo en Venezuela para insertarnos en la modernidad?
Caracas
7 de abril de 2017
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