Por Arnaldo Esté
Vamos a elecciones regionales.
El reflujo de la acción
política que ha buscado un cambio fundamental en las políticas del gobierno y
en la recuperación y, para mí, profundización de la democracia, no necesita
agregar comentarios. A la angustia de la gente por el hambre y la mengua, se
agrega la de la frustración. Es difícil comunicar que así son las cosas: en la
acción política hay idas y venidas y, para esta situación, hay que perseverar
en lo que puede ser una larga lucha. No solo por cambiar de gobierno, sino por
la necesaria construcción del país.
Están planteadas las
elecciones regionales y, afortunadamente, luego de algunas vacilaciones, la
oposición organizada se ha incorporado a ese proceso. Independientemente de que
el gobierno cumpla o no con las leyes, hay que prepararse.
Esa preparación tiene que ver
con los conceptos de desconcentración, descentralización y diversidad. Y los
tres con una profundización de la democracia.
La centralización desde hace
tiempo está asociada a un poder que ejecuta lo que concibe como necesario y
que, por lo tanto, lo que requiere es un curso de fidelidad a esa concepción y
una adecuada competencia para ello. Para nuestro caso esa concepción fue
expresada como una actualización del marxismo en el lenguaje del socialismo del
siglo XXI, pero, más eficientemente verificada, como la cohesión en torno a un
líder mesiánico que, independientemente de que tuviera o no esa ideología,
tenía el carisma y los recursos necesarios para ofrecer la solución a todos los
problemas y acabar con la pobreza. Eso fracasó, el líder desapareció al igual
que los recursos, pero queda la centralización. Un gran poder sin mayor
proyecto, con una dirigencia muy comprometida y cercada por gente armada, con
conflictos internos, cuentas oscuras y un parapeto ilegítimo de fieles
predecibles para conservar esa centralización.
La descentralización se
incorporó desde hace décadas a los programas de reorganización del aparato
estatal. Implicando complejas medidas administrativas y un adecuado programa de
educación social que requería el descenso de las responsabilidades a los
niveles de estados, municipios y comunidades. Eso navegó con lentitud y
tropiezos, pero nunca llegó a desplazar la petrofilia. El uso de los
ingresos petroleros con tonos populistas y que suponían menores esfuerzos que
aquellos de incorporar a la gente a la producción y al abordaje y solución de
sus propios problemas. La descentralización avanzó poco más allá de lo que
permitían los conflictos y propósitos partidistas y electorales.
La descentralización tenía que
haber supuesto una desconcentración de la voluntad política y productiva y otra
ética que implicara que la cohesión de la nación no suponía unanimidad ni
fidelidad sino más bien diversidad como fuente para la creación de procesos y
propósitos adecuados a las especificidades ecológicas y culturales de cada
ámbito.
Ahora las elecciones
regionales a gobernadores y, eventualmente, a legislaturas y alcaldías, serán
oportunas para retomar esos propósitos que más allá de implicar una necesaria
reforma del Estado requieren una superación de la petrofilia y
compromisos y comprensión de las exigencias de esa diversidad y una prometedora
oportunidad para la formación de nuevos líderes. En esas direcciones se podrían
orientar las discusiones y propuestas de los candidatos y, a la vez, dejar
atrás la melancolía y el reflujo.
02-09-17
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