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martes, 12 de septiembre de 2017

Pizarro: “La forma más importante de insubordinación y de rebeldía en el barrio es el voto” por @oscarmedina1


Por Oscar Medina


El diputado señala que “nuestro esfuerzo de calle requería mucho más que solo la convocatoria. Todo se dejó en manos de la espontaneidad. Y no puede ser solo la emoción de lo espontáneo, porque cuando eso falla qué músculo tienes para resistir en una hegemonía como la que estamos viviendo”.

A lo largo de la conversación el diputado Miguel Pizarro vuelve una y otra vez sobre una expresión: “rebanar poder”. No se trata de defender espacios, lo que plantea es ir operando por etapas, ir ganando peleas en diferentes escenarios hasta lograr debilitar a un sistema de gobierno que actúa solo para controlar más poder. Tarea fácil no es. En este contexto nada resulta sencillo ni con la velocidad que demanda una base opositora que quedó con el ánimo golpeado tras la elección de la Asamblea Nacional Constituyente y que, llevada por las emociones, asumió los más de 100 días de protesta de calle como un escenario de todo o nada con una fecha definitiva: el 30 de julio.

Lo que ha quedado sobre la mesa es la anunciada lucha electoral que parece ser mejor entendida en las regiones que entre los opinadores de Caracas y más allá. De modo que el trabajo es mucho: alentar al voto y al mismo tiempo dar la cara ante los reproches, algo que Pizarro aborda desde una posición de autocrítica que debería generalizarse en el liderazgo político y llegarle al colectivo por vías más efectivas y directas.

Existe la impresión de que después de la elección de la ANC la unidad opositora quedó desconcertada, sin saber qué hacer. ¿Qué pasó en realidad?
—Dentro de lo inédito del proceso político que vivimos hay algo que nos obliga al aprendizaje si queremos poder avanzar. Una de las primeras cosas es que probablemente en el camino los tableros nos cambien sin que nos cambie el objetivo. Lo que en un principio tuvo mucha presión institucional derivó en un proceso de presión de calle muy importante, luego tuvo un capítulo de presión internacional que ha sido clave en este tiempo. Esto ha tenido un corte de cuenta ese 30 de julio, pero no en términos políticos sino pedagógicos. Cuando se habla de ese espíritu de desconcierto, creo que el primer paso es empezar por la autocrítica. La política no puede ser el ejercicio de siempre tener la razón. Creo que en esa pedagogía debemos ver qué ocurrió antes del 30 de julio, qué significa el 30 de julio y la imposición a sangre y fuego de la Constituyente y dónde estamos parados hoy.

El 30 de julio ocurrió en nuestro país un fraude sin precedentes para construir un poder que en la práctica nación muerto. Ese poder tenía tres objetivos: endeudarnos y lograr recapitalizar en términos financieros al gobierno de Maduro y eso se estrelló contra el muro de más de 40 países desconociendo a la Constituyente; el segundo objetivo era la paralización de la dirigencia política, que el sentido de persecución de la inquisición disfrazada de comisión de la verdad hiciera que todos nos paralizáramos y que empezara esa vieja práctica de “si yo no hablo tanto puedo ver cómo sobrevivo”, eso tampoco lograron hacerlo…

Todavía tienen tiempo. Apenas empiezan…

—Todavía están a tiempo. Pero hay algo a tomar en cuenta y te lo digo como me lo enseñó un señor en Petare: uno en un atraco se asusta desde que ve la cacha de la pistola, no hace falta que te la peguen en la frente. Ves que el movimiento empieza y te asustas y de ahí en adelante ya tienes medido cuál es tu reflejo. Algunos reflejos son pensados, otros automáticos. En el tercer objetivo de la Constituyente es donde creo que hoy tenemos que dar la pelea más importante: construir un ambiente de desesperanza y de condena en la ciudadanía.

En las asambleas de vecinos siempre planteo revisar nuestra montaña rusa emocional del 30 de julio. ¿Cómo fue ese día? Nos paramos temprano, vimos todos los centros vacíos, todo era risas y euforia porque no tenían a nadie. Después vino la hora en la que llegaba la parte de las protestas y empezaron la violencia, la represión, los asesinatos, los excesos y se dio la frustración de “no me dejan expresarme”. La gente se recogía, llegaba otra vez a sus casas y volvían a ver los “carómetros” en la televisión. Pero todo el mundo sabía que Maduro al final del día iba a celebrar, que iban a inflar la cifra, la iban a convertir en otra cosa, en una victoria que no era victoria…

Sin embargo el 30 de julio se propuso como una fecha límite…

—Sí, el todo o nada. Yo sigo creyendo que en términos prácticos la Constituyente es un asunto existencial. Su existencia o no tiene que ver con la corrección de la visión del todo o nada en el discurso, pero la Constituyente es un asunto existencial. ¿Y por qué? Porque a partir de ese día nuestro tablero político es otro. A partir de ese día no basta con saber que eres mayoría para ganar una elección, sino que ahora tienes que tener siete u ocho eslabones de seguridad extra para saber que puedes ganarla. A partir de ese día los formalismos democráticos fueron destruidos por la construcción de un supra poder que aunque en la práctica no logra sus objetivos, ahí está e inventa, modifica y persigue. Pero además es un asunto existencial porque para quienes hacemos política pensando en el futuro, eso nos cambió el tablero y hay quienes pueden actuar en negación. Tienes un elefante en la sala y podrías pensar que si no hablas de él nadie se va a dar cuenta, pero está en la sala. Hay un tablero diferente a partir del 30.


Lo que has dicho es como si también negaras la verdadera capacidad de la ANC, que sigue, está ahí y va a hacer las cosas que se propone hacer, al menos en lo que se refiere a destruir al oponente…

—Claro, ellos cumplen sus promesas de destrucción, no las de cosas buenas. Pero no tiene que ver con la negación de su existencia sino con entender el tablero en el que estamos. ¿El tablero de la lucha política hoy es quién hace la ley o la resolución tal o es la lucha por el cambio definitivo del poder y del modelo? Tienes que tener un balance de tus prioridades a la hora de la confrontación. Si vemos esto con la visión tradicional de luchar sobre la existencia de lo que ahí está, entonces nuestra lucha sería pelear el tema de los dólares o los yuanes, sería el modelo de controles de precios, etcétera, porque ese es el tablero al que nos quiere llevar el Gobierno con la Constituyente. Ahora, hay un tablero que es mucho más de fondo, más básico y sencillo y es ese modelo que hoy tiene la pata de la ANC, pero antes era la pata del TSJ y de la Habilitante porque siempre ha logrado construir un marco sobre el cual actúa. Nuestro reto tiene que ser trascender la visión tradicional y entender que hay un problema medular que parte de dos cosas básicas.

Lo primero, es que hay un modelo económico y político que no importa quien lo justifique o qué poder le dé piso, que ha fracasado. Y lo segundo tiene que ver con nosotros asumir cuál es la lucha que estamos dando. ¿Es para que la Constituyente no inhabilite a alguien? Esa no puede ser nuestra pelea. ¿Nuestra pelea de cara a las regionales es para que haya una fiesta electoral y salga un tipo a prometer autopistas o es rebanarle el poder a una dictadura que se fundamenta hoy en el ejercicio bruto de la fuerza? Si cambiamos nuestra lógica de análisis, cambiamos la forma de avanzar en un programa de lucha que tenga mucho más sentido. Sin negación. No tengo la menor duda de que la Constituyente va a servir para meter presa a gente, de que van a inhabilitar a candidatos, de que van a intentar reformar las reglas de juego a mitad del partido. No tengo dudas de que eso va a ocurrir, pero si tenemos la mirada puesta en la pelota y entendemos cuál es el objetivo de fondo de cada estación en la que estamos luchando, podemos tener una escala de priorización de dónde peleas y dónde no.

Parece que es mucha gente la que culpa a la MUD de “enfriar” la calle. Ahora que lo puedes ver desde cierta perspectiva de tiempo, ¿por qué se paralizó la protesta? 

—Yo empecé en política pública en 2007. ¿De dónde veníamos? De la abstención parlamentaria de 2005, el mayor error que cometió la oposición. Y del segundo mayor error que fue la cantada de fraude de 2006. Cuando llegamos en el 2007 empujamos hacia la participación electoral siendo eso casi tan impopular como es hoy en día en algunas partes de Caracas y en algunas partes del país. Y combinamos calle con ejercicio electoral. Logramos convertir en calle el ejercicio de organización popular de los barrios, el ejercicio de pedagogía de qué significaba en la práctica la reforma constitucional. Hago este recuento porque para poder responder lo de esta coyuntura hay que ver de dónde venimos.

Después tuvimos un segundo pico donde fue obligatorio el espacio de calle para poder cobrar lo que existía en términos de resultados, que fue en 2010. De menor intensidad, pero lo tuvimos que hacer. Vino el 2014, que a mi modo de ver fue un error tal como estaba planteado ese esquema de lucha. Y después llegó 2017. En el momento del pico, en el momento del flujo, todo el mundo cree que eso es un estadio permanente hasta lograr el objetivo y cuando vienen los reflujos volvemos al ejercicio de nunca poder cobrar nuestras pequeñas victorias en el camino. Siempre llegamos a una forma de cierre conclusivo en la que decimos “se acabó, ¿y ahora qué?”

Vivir en una dictadura no es nada más para echar el discurso de que estás en una dictadura. Vivir en un modelo como este no es nada más para que te sirva para justificar errores y en los aciertos actúes de otra forma. Esto tienes que verlo como un presente continuo, como una línea que en el tiempo tendrá picos y baches, avances y retrocesos.

Sobre la calle, hoy hay que evaluar varias cosas: alcance y profundización. Hay sitios del país que no se movieron. ¿Por qué? ¿Qué hay que hacer para que se muevan? Hay factores de la sociedad que no fueron tan determinantes como debieron serlo, ¿qué hay que hacer? Hay grupos que generan opinión y movimiento, como las fuerzas empresariales y sindicales y tenemos que revisar cómo podemos incluirlas. Además, tenemos que discutir qué es útil y qué no lo es en términos de calle. Hay quienes creen que calle solamente es marchar o trancar una vía. Es más que eso. Calle también es estar cuando en José Félix no llegue el Clap, cuando en La Pastora tranquen porque no llega el gas. Pero también calle es conseguirnos en ejercicio de resistencia en espacios para discutir la política, para profundizar organización. Nosotros tenemos poca cultura del corte de cuenta y eso nos hace daño. Creo que debemos tener la capacidad de hacer análisis y medir. Nuestro esfuerzo de calle requería mucho más que solo la convocatoria. Todo se dejó en manos de la espontaneidad. Y no puede ser solo la emoción de lo espontáneo, porque cuando eso falla qué músculo tienes para resistir en una hegemonía como la que estamos viviendo.

Requería incluso de más gente…

—Sin duda alguna. Pero, ¿cómo llegas a más gente solo utilizando la emoción? La emoción es un motor que empuja, pero hay un esfuerzo de organización y profundización del reclamo que tiene que llevarnos a entender que calle es mucho más que el “represódromo” de la Francisco de Miranda. Nos tocará reconstruir ese tablero, pero sin caer en el error de convertir a los medios en fines en sí mismos. La calle, el mecanismo electoral, la presión internacional, la presión institucional, todos son medios para llegar a un fin: que los venezolanos podamos salir de esto pacífica, cívica y electoralmente.

Se vendió la idea de que protestando en la calle el gobierno de Maduro iba a salir del poder. ¿Por qué ese error reiterado de elevar tanto las expectativas?

—A veces eso tiene que ver más con la euforia. Alguien hace poco me reclamaba que cómo era eso de que el camino es electoral. Le dije: ¿tú viste mis declaraciones durante más de 120 días? Todos los días dije que teníamos cuatro exigencias, una de ellas era que los venezolanos con nuestro voto podamos decidir el futuro. Hay momentos donde el pico anímico hace que se vayan distorsionando o se olviden en el camino cuáles son las herramientas que tienes a tu disposición. Creo que la calle por sí sola no saca al gobierno, pero sin calle no hay forma de salir del gobierno. Y eso hay que tenerlo claro. Sin presión popular no hay forma de que una hegemonía abra pequeños espacios que permitan tener desahogos que generen cambio.

Sobre el mensaje. Yo siempre me cuido de usar frases como “estamos a la vuelta de la esquina” porque a veces pareciera que estamos manejando en el páramo El Zumbador, en Táchira, en el que ruedas durante horas y buscas la bendita esquina y lo que hay son curvas. El realismo es impopular. No es popular decirle a la gente “este es un proceso largo y está lleno de obstáculos, nos van a moler a mitad de camino, antes de mejorar se va a poner peor”. Eso no saca aplausos ni sonrisas. Y algunos, por razones que no entiendo, prefieren actuar siempre como si estuvieran en una campaña electoral. El momento de hoy nos exige hacer lo que es correcto y lo que es correcto será impopular algunas veces. Para poder reconstruir el músculo de calle tienes que pasar por dos ejercicios: sincerar la magnitud y el peso de la calle y partir del principio de que necesitas articular más allá de donde tradicionalmente lo has hecho, no solo en términos geográficos sino también sociales.

Otra percepción es que tras el anuncio de las regionales, el liderazgo de la MUD pasó a otro tema sin mayor trámite y esquivando la reflexión y el balance necesarios para sumar a la gente al nuevo escenario. Es decir, que no dieron la cara a quienes esperaban orientación y explicaciones ¿Sientes que esa crítica es justa?

—En política no basta con tener la razón o saber que hay un camino que es correcto, tienes que convencer. Por eso empezaba por la autocrítica. Hay cosas que son muy fáciles de comunicar y a veces pareciera que el comunicado lo redactan los de la OEA, que para entender lo quieren decir hay que leerlo siete veces y ver qué dijo cada canciller. Aquí la verdad es que antes de poder avanzar en etapas tienes que hacer un balance de la etapa anterior. Tienes que decir qué ganaste, qué perdiste, qué salió bien, qué salió mal, porque si no te queda la sensación del todo o nada. Y el todo o nada es mortal para los procesos de cambio en cualquier país.

Hay quienes dicen “miren todo lo que hicimos y no sirvió para nada”. Y eso tiene que ver con no hacer corte de cuenta. Tiene que ver con no hacer entender que no solo es que logramos que la fiscal defendiera la Constitución y se abriera, que lograste que magistrados de pronunciaran, que has hecho que diputados del Polo Patriótico se sumen a la Asamblea, que dos jefes de inteligencia del Gobierno —el Pollo Carvajal y Rodríguez Torres— tengan hoy una postura diferente; y que lograste que el mundo caracterizara como dictadura a este proceso. Ahora, hay unos costos que fueron altísimos y que tampoco pueden ser mirados solo como estadística: son humanos, son vivenciales. Y esos costos vivenciales requieren el gesto mínimo de la discusión, de la reflexión conjunta para que después no andes justificándote y defendiéndote, sino que puedas arrancar desde el primer día en el camino correcto.

Ya no se hizo…

—Claro, y no hay máquina del tiempo. La verdad es que el arranque no estuvo bien planteado. Y no estuvo bien planteado porque no basta con tener la razón. ¿Participar en las regionales es correcto? Estoy absolutamente convencido de que sí. ¿Plantearse las regionales como una elección tradicional es permitido? Creo que eso es estúpido. Creer que alguien va a ser gobernador para empezar a pensar dónde va a distribuir presupuesto y dónde hacer el ambulatorio, es no entender la realidad en la que estamos. Tú vas a una elección que es un ejercicio de resistencia, donde tienes que rebanarles poder, donde tienes que derrotar al árbitro y donde tu principal objetivo tiene que ser seguir desnudando al régimen para que o tenga que quitar la elección, o la desnaturalice o al final se tenga que confrontar con una derrota. Pero incluso tienes que persuadir y explicar poniendo a la gente un poquito más allá.

¿Somos más fuertes o somos más débiles con Requesens en Táchira o con Vielma Mora? ¿Somos más fuertes o más débiles con Carneiro que con Olivares en Vargas? Y esa reflexión que hoy no la vemos, también nos tiene que poner a entender cuál es el sentido la lucha a la que vamos: 1 millón de personas dependen nominalmente de las gobernaciones. Ese millón de personas hoy son víctimas de chantaje, de persecución. ¿No se requiere que ellos también sean parte de nuestra lucha? Y también está la simbología del poder. Si llegamos a esa elección y logramos superar todos los obstáculos y ves a Vielma Mora salir de la residencia de gobernadores o a Carneiro entregando la Casa Guipuzcoana, ese día el que hoy está desmoralizado se para con otro ánimo y con otra fuerza.

¿Por qué esas ideas no se comunican bien?

—Hay una parte que tiene que ver con el sistema: hay cosas que nunca vas a ver en televisión. Para tener información y pedagogía el primer paso del político es dedicarse a hacer política más allá de las redes y más allá de los canales. Es caminar, es exponerte a que te saquen la madre a veces, pero a que después de la mentada de madre te ganes el derecho a que te escuchen. Es hacer asambleas de vecinos, es no hacer giras como una reina de carnaval saludando desde un carro sino parándote en cada punto para escuchar y explicar. Después de mucho tiempo siendo sustituida por el marketing, hoy la política es política otra vez. Y nos obliga a ser políticos. No es a pensar en cómo nos vemos bien o hacer cosas simpáticas, sino cómo cumplimos con nuestro rol en una sociedad en las circunstancias en las que estamos viviendo.


¿Qué perdió y qué ganó la MUD tras esta experiencia?  

—Creo que perdió un poco de su cultura de la organización, que había sido difícil de construir. Si hay algo que rescato de la experiencia desde el 2015 hasta acá es que veníamos entendiendo que la única forma de derrotar a estos sistemas es teniendo un nivel de organización que permita hacerle frente a la hegemonía. Y creo que eso se perdió un poco durante los días de protesta. Uno no es dirigente para que el destino se encargue de las acciones, uno tiene que ser dirigente para poner rayas de cal al campo. Y eso tiene un costo.

Haber perdido la visión de la estructura organizada como fundamento de la acción también hace que el corretaje de información hoy nos tenga en un ambiente de explicación y de justificación en lugar de haber tendido un teflón que permitiera seguir avanzando en el mismo camino. Eso pasa cuando la emoción dirige a la política. ¿Qué ganamos? Ganamos legitimidad internacional a unos niveles que no teníamos, ganamos la capacidad de articularnos con sectores que no piensan como nosotros; ganamos un aprendizaje colectivo. Y eso va más allá de la MUD. Todos entendimos que el único futuro posible es el que nos ganemos en el presente y que este país no es el que teníamos antes. Otra cosa importante, es que hay una decantación de formas de liderazgos y de actores políticos a la que la movilización ayudó y eso sigue avanzando en un camino que creo que es correcto.

El ciudadano aprendió —y nosotros mismos— que este proceso nos va a permitir construir cuál es la política en la que creemos. Hoy no basta con estar en contra de Maduro, no basta con decir que la cosa está mal, hay que predicar con el ejemplo también. En esos días de protestas el ciudadano decidió a qué dirigente escuchar no por cómo hablaba, sino por cuánta legitimidad tenía sobre lo que decía y cuánto hacía de lo que decía que había que hacer.

Y porque estaba ahí presente…

-Sí, pero no porque estaba solo para declarar, sino porque estaba hasta el final, estaba para acompañarte, para cuidarte, para explicarte. No creo que el liderazgo se mida por metro cúbico de gas lacrimógeno inhalado, sería simplificar la acción política, pero sí te da una legitimidad distinta el acompañamiento y la empatía de cara al proceso que vive el país. Y eso no empezó con estas protestas, viene desde antes de las parlamentarias. Aquí ha habido un proceso de cambiar mecanismos políticos y sigue avanzando. Hay unas formas que han empezado a agotarse y hay maneras, estilos y hasta un nivel de honestidad, que permiten que hoy haya una decantación en ese sentido y creo que es una ganancia por donde lo veamos.

¿Ha habido claridad en el liderazgo opositor para enfrentar a este gobierno autoritario o la verdad es que nadie sabe cómo lidiar con esto?

—Hay una claridad de principios y de valores. Existen cosas que no estamos dispuestos a hacer para salir de esto y otras que sabemos que tenemos que hacer. No estamos dispuestos a matar ni a ir a una guerra para salir de esto. Y estamos obligados a hacer otras cosas: hay que ser coherentes, hacer sacrificios personales, entender que el rol de dirigencia nos obliga a ponernos de primeros en cada paso que estemos dando. Pero no es que haya un manual que diga cómo salir de dictaduras y somos los únicos tontos que no lo hemos leído. Esto no es la Ucrania que ven en el documental por Netflix. No existe un manual ni hay experiencias previas que nos sirvan para aplicar aquí. ¿Por qué? Porque esta no es como una dictadura tradicional del Cono Sur, pero tampoco es como una dictadura ideológica de la cortina de hierro. Y tampoco es la visión cartelizada de Noriega y de Centroamérica.

Al final tienes aquí lo peor de los tres mundos. Tienes un reducto ideológico, un reducto corporativo militar y tienes un reducto de privilegios económicos oscuros incluso vinculado a los peores negocios, todos conviviendo en un mismo espacio de poder. En una asamblea de vecinos me reclamó un señor que no habíamos seguido el manual de lucha no violenta de Gene Sharp. Le respondí: todo lo que dice el manual lo hemos hecho. Pero estás en un modelo híbrido que requiere que inventemos cuál es el método de salida. Y en el proceso vamos a cometer errores. Pero el problema no es cometer errores, el problema es no asumirlos. Cuando algo sale mal hay que decirlo.

El Gobierno volvió a llevar a la oposición a un escenario “pacificado”: las regionales, que anula la protesta de calle. ¿Cómo fue que pasamos de la desobediencia civil y el 350 al terreno electoral?

Empecemos por el término pacificado. Un país donde nadie come, no es un país pacificado. Un país donde se muere la gente en un hospital, no es pacificado. Un país en el que si sacas el celular a las seis de la tarde te pueden pegar un tiro para quitártelo, no es un país pacificado…

Digamos entonces apaciguado…

—Un país donde cada vez que el Clap no llega trancan las calles del barrio, no es apaciguado. Un país donde las mamás al llegar a un hospital y registrar a su hijo buscan a la organización de madres para reclamar atención, no es un país apaciguado… Ahora, hay un país que requiere una articulación de lo no pacificado que existe. Y ahí hay un deber de la política, es un vacío que tenemos que llenar: que es la articulación de realidades, que cada quien sepa que las tragedias individuales son tragedias colectivas y que son causas políticas y sociales. No creo que haya un país pacificado y no creo que el tablero político nos ha llevado a que se pacifique el país. Al contrario. Creo que se ha cambiado el método de resistencia y de participación. Y vuelvo al ejercicio de las regionales: aquí si alguien quiere perder la elección que vaya y haga una campaña tradicional, pongan a unas modelitos a volantear, unos camiones de sonido, contraten 25 vallas y piensen que eso les va a hacer la elección. Eso es no entender al país. Este es un espacio de visibilización de problemas, de articulación de realidades, de profundización de organización.

Y vamos con el ejercicio de desobedecer: un Gobierno que te plantea una elección fuera de tiempo, que te inhabilita candidatos, que te imposibilita tarjetas, que te cambia el cronograma, que no te da fecha definitiva, que no te permite hacer primarias bajo los procesos de siempre, ¿es un gobierno que quiere que vayas o que no vayas a elección? ¿La desobediencia es abstenerse o participar?

Cuando todas las condiciones están diseñadas para que no participes, la desobediencia es la participación.

Además, en una dictadura una elección no es una transacción mágica donde un grupo A se mide con un grupo B y uno de los dos gana. No, en un modelo como este un grupo A que quiere ir rebanando el poder se enfrenta contra un todo y tiene que ir rebanando hasta que llegas hasta arriba.

¿Entonces seguimos en desobediencia?

—Es una forma de desobediencia. Pero traduzcamos mejor lo que es la desobediencia. Hace unos días una señora en una asamblea en Santa Paula me decía “hay que nombrar a un Estado paralelo”. Muy bien, nombramos a todos los poderes hoy. Mañana te paras y vas a la panadería a comprar un café y un cachito. ¿A qué Seniat le vas a pagar el IVA? ¿Al de la facturación o al que yo nombré? Después sales y por mala suerte te chocan el carro y le destruyen la parte delantera. ¿A qué juez de primera instancia vas a ir? ¿Al que nombró mi magistrado o al que está despachando en el tribunal? A veces nos gusta pensar que Disneylandia existe y eso nos pasa cuando confundimos los medios con el fin. La desobediencia es una forma de asumirse frente a realidades como estas. Desobedecer es no permitir que te conviertan en uno de ellos. Desobedecer es no regalar las trincheras de lucha. No se trata de la conquista de espacios, se trata de rebanarles poder, de asumir cada coyuntura como una oportunidad.

El barrio, los sectores populares, ¿quieren protesta de calle o elecciones?

—La combinación de ambas. La protesta es diferente en el barrio. Es un poco frustrante escuchar a la gente de clase media alta decir “esto se va a acabar el día que bajen los cerros”. ¿Y usted cree que ese que va ahí adelante marchando de dónde es? El sector popular siempre se ha manifestado, pero hay una cosa del barrio que es diferente en cómo convive con la violencia y cómo es su forma de expresión. Esa cultura hay que entenderla. Una barricada no es igual en Altamira que en el 12 de octubre. Y eso hay que entenderlo para la acción política.

La forma más importante de insubordinación y de rebeldía en el barrio es el voto. ¿Por qué? Porque allá sacrifican el Clap, la bombona de gas, sacrifican la posibilidad de tener un título de propiedad, de que el consejo comunal los tome en cuenta en el censo. Es decir, hay un nivel de sacrificio alrededor de la participación electoral que es una de las formas de protesta más importante y más sólida que tenemos. Y es lo mismo si vamos más allá de las zonas urbanizadas, si te metes en regiones como Delta Amacuro, Amazonas, Portuguesa, que dependen del Estado, allí una victoria electoral es el ejercicio insurreccional más grande que puedas hacer porque te enfrentas a todo lo que te da condición de vida y nadie puede decir que ese es un camino cobarde ni de traidores, porque hay que ver lo que es poner en riesgo la comida tuya y la de tus chamos para votar por una opción diferente a la que te quieren imponer. A veces eso vale mucho más que trancar cinco horas El Rosal.

Fuera de Caracas, en el interior del país, las relaciones de la gente y el destino de las regiones depende mucho de la figura del gobernador. Has estado acompañando a algunos de los candidatos, ¿hay mayor conciencia entre la gente del interior sobre la necesidad de participar en las elecciones, se le da más importancia?

—No solamente es que tienen mucha más importancia, es que tiene un sentido de lucha mucho más arraigado. ¿A quién acusan de asesino en Táchira? ¿A quién acusan de ser el dueño de la corrupción que acabó con el estado Bolívar? ¿Quién es el responsable de la destrucción de Carabobo?

En el interior hay una cultura del gobernador que no tenemos nosotros, pero además no la tenemos por una razón: hace nueve años conquistamos esa lucha en Miranda. Pero cuando este estado estuvo en manos de Diosdado Cabello fue una elección importante porque tenías que sacar a Diosdado. Y al día siguiente de que perdió esa elección empezó el declive político de Cabello como figura y salieron sus casos de corrupción. Eso lo permitió esa victoria. Como es un espacio conquistado, el “caraqueñocentrismo” nos hace pensar a veces que lo demás no importa. En el interior hay otra forma de entender esto. Y lo es también por el sistema de dominación que implican los gobiernos regionales en algunos estados. En esos estados que he visitado encuentro entre la gente que hay un sentido de pasarle la factura a quien los ha condenado, a quien los ha extorsionado e intentado dominar, que está implícita en la participación electoral.

¿Con qué argumentos convences a un opositor desencantado de ir a votar en las regionales?

—Yo también estoy desesperado y frustrado. Me gustaría que estuviéramos haciendo ahorita una elección para escoger a un presidente, pero la vida real es esta que nos tocó. Y ante la vida real hay dos opciones: o nos asumimos como víctimas y solo hacemos diagnósticos o nos asumimos como protagonistas y vemos cómo ganamos los espacios. En sistemas como este habrá espacios de lucha que nosotros vamos a decidir y habrá otros que nos impondrá nuestro adversario. Y entonces, ¿si los puso el adversario no los vamos a pelear? Y si podemos ganárselos hay más razón para pelearlos.

Y ahora te hablo desde el yo: dos de las personas fundamentales de mi vida están fuera del país, son mis dos hermanos. Mi hermana, que es como mi mamá, está afuera porque necesita una inyección al mes para que no le crezca un tumor cerebral. Y mi hermano tenía una empresa importante que quebró. Hoy trabaja en un autolavado para poder mantener a su hija. Claro que estoy desesperado porque esto cambie. Pero si a mí la frustración y el desespero me nublan el criterio, Maduro va a gobernar toda la vida. No hay salida mágica, esta es la vida que nos tocó. Y si no lo asumimos con criterio de lucha entonces vamos a estar condenados a estar llorando todos los días y comiendo helado viendo televisión.

¿Cómo percibes el riesgo de la abstención en las regionales?

Siempre es un fantasma. En un país donde 9 de cada 10 personas quieren cambio solo pierdes contigo mismo. Esta elección es contra nosotros, contra nuestros fantasmas, contra nuestros mitos. Y contra nuestros opinadores que simplifican las cosas.

Las condiciones que dieron origen a la protesta de calle empeoran. Nada se solucionó. ¿Todavía hay conexión y se puede generar la energía suficiente para volver a salir a protestar? 

—Estoy seguro de que sí. Nuestro país es una olla de presión a la que le han cerrado cada día más la tapa. Creo que el problema hoy de la protesta no tiene que ver con conexión sino con contenido. No tiene que ver con empatía emocional, tiene que ver con objetivo estratégico de cara a la calle. Si miras los flujos y reflujos de la protesta, los días que fueron más concurridos fueron esos en los que la gente sintió que su participación de ese día influía en algo. ¿Cuáles fueron las marchas más grandes? El día de ir a la OEA, el 19 de abril, el de la sesión del TSJ.

Uno de los grandes retos es cómo dotar de objetivos estratégicos y tácticos a un esfuerzo que requiere contenido. No se trata de que alguien mande tres tuits pidiendo a la gente que salga a la calle. Ya tenemos algunas semanas viendo eso. Pero aquí el sentido de masa tiene que ver con el sentido de objetivo. Y lo que hay que construir es un sentido lógico, real, palpable y no de expectativas inalcanzables, del esfuerzo de la calle como medio para lograr un objetivo. Estoy seguro de que eso se reconstruye y se reconstruye porque es lo legítimo: un país que se está muriendo de hambre tiene todas las razones para protestar.

Fotos referenciales: Mariana Mendoza/Miguel González

10-09-17

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