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miércoles, 4 de abril de 2018

Aunque me llamen idiota por @ovierablanco



Por Orlando Viera-Blanco


Savater en su libro Política para Amador ¿Eres idiota?, nos cuenta: (…) “Los antiguos griegos (tipos listos y valientes por los que sabéis tengo especial devoción), a quien no se metía en política le llamaron «idiotés»; una palabra que significaba persona aislada, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionada por las pequeñeces de su casa y manipulada a fin de cuentas por todos.” Por argumento derivado, también incurre en «idiotés», quien se allana de la política como quien pretende conocerla, imponiendo con indisoluble, insustituible y peligrosa ignorancia, su modo de pensar a la polis… Esto también es tiranía.

Convicciones vs. Responsablidad

“Idiotés” es capitular la dignidad del otro por la mía (arrogancia). Savater agrega: “Es verdad que cada quien tiene derecho a disfrutar su vida del modo más humanamente completo posible, sin sacrificarla a dioses, ni a naciones, ni siquiera al conjunto entero de la humanidad doliente. Pero para ser plenamente humanos tenemos que vivir entre humanos, es decir, no sólo como los humanos sino también con los humanos. O sea, en sociedad…” ¿Vive en sociedad aquél que piensa que su decencia es superior? ¿Es buen conciudadano quien ofrece a otro nada más que sus convicciones pero no responsabilidad social? ”. La política comprendida como del tamaño de mi barrio, mi casa, mi dispensa, mis libros o mi razón, no de mi nación, mi identidad, mi ser responsable o el mundo entero, no es más que “idiotés”.  Reducir el mundo al tamaño de lo que comprendo, es aislamiento. Involucrarse con la polis demanda universalidad, magnanimidad, posibilismo, siendo el yo soy, un llegadero feudal, egoísta, idealista, que nos enfrenta, nos estanca y al final, nada tiene que ofrecer.

El imperativo moral de Kant guía nuestra voluntad pero no categoriza colectivamente. A nuestra voluntad crítica se antepone la responsabilidad existencial, humanitaria. A diferencia del que nunca cambia de opinión, el político debe sacrificar [sus opiniones], por salvar la república. Sabe que su libertad llega hasta donde comienza la libertad del otro (Isaías Berlín). Convertir creencias de cada cual en deberes para los demás, es fanatismo, es el personaje trágico de Aristóteles, el intransigente, el súper ético, el hemipléjico mental. Es una idiotez… 


Terna de idioteces

Quien acreditado de representación activista o partidista comparece ante un gobierno extranjero, condenando de entrada, al frente amplio de oposición, además de impropio, cabalga la clásica «idiotés». Quien dedica su tiempo desde redes sociales a confundir, maldecir, ofender o empañar reputaciones, sin ofrecer soluciones, sacrificios ni desagravios, con quien colabora es con el gobierno. Quien pierde la oportunidad de implorar ante autoridades extranjeras por nuestros niños que mueren de hambre en Venezuela, por privilegiar críticas a la unidad, peor que idiota, es mezquino y vanidoso a rabiar. ¿Es inteligente expoliar el divisionismo de oposición ante autoridades internacionales? ¿Es inteligente demonizar ex-funcionarios de gobierno-hoy perseguidos-que aportan pruebas de crímenes de lesa humanidad cómo Ortega Díaz? ¿Acaso la institución del Whistle-blower o soplón no viene de la propia qui tam law (el que también puede) desde los tiempos de Abraham Lincoln? Decirse activista de DDHH y acusar a víctimas de colaboracionistas, desenfundando el hacha revanchista, incurre en «idiotés», además de un delito: prevaricación.  

Nuestra única obligación moral: ¡no ser imbéciles!

Sigue Savater: “De ese «idiotés» griego deriva la única obligación moral que tenemos que es no ser imbéciles, con las variadas formas de imbecilidad que pueden estropearnos la vida…”. Destrozar la vida de quienes se dedican a la política por personificar una opción personal, es una forma de estupidez. Si denunciamos los crímenes del tirano como "iguales" a los errores políticos de sus adversarios, jamás saldremos de aquél [Tirano], porque su tiranía también consiste en dejarnos partir en diez. “Si me desentiendo de la sociedad humana de la que formo parte seré tan prudente como quien en un avión gobernado por un piloto completamente borracho, bajo la amenaza de un secuestrador loco armado con una bomba…en lugar de unirse con los restantes pasajeros sobrios y cuerdos e intentar salvarse, se dedica a silbar mirando por la ventana o reclamar a la azafata la bandeja del almuerzo”. Esta actitud frívola de entender lo grupal a la medida de mi imperativo moral, es lo que históricamente quebró consensos y frustró transiciones. Si no estúdiese como el principista, Wilson Ferreira en Uruguay, se autoexcluyó del Pacto del Club Naval que propició la salida del dictador Bordaberry. Hoy la historia reconoce a Sanguinetti (Presidente de la transición), que la política es lograr no categorizar.   

Quien pregunte por qué no salimos de Chávez o Maduro, podrían responder, porque nuestra “idiotés” supera la de ellos. Rencillas liliputienses que evaporaron la sensatez unitaria.

Muchos en el exterior hemos invertido años y recursos caracterizando al régimen y ayudando al pueblo para que otros lo saboteen con el saco roto de egos y personalismos. Savater lo definió. Hoy me hago eco de esa denuncia…aunque me llamen de idiota…

02-04-18




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