Por Crisleida Porras
Fue un momento que marcó para
siempre mi vida, como periodista y como ciudadana. Y espero que mi memoria
privilegiada me permita recordarlo -todas las veces- tan detalladamente como
ahora pues para mí se convirtió en el zarpazo más recio que ha dado
el Gobierno de Venezuela en los últimos cinco años.
A las 10:35 pm de ese
miércoles 29 de marzo de 2017 como parte de mi trabajo yo escuchaba los
desvaríos venenosos de Diosdado Cabello en su programa del canal
estatal.
Luego -no sé si la vi primero,
creo que no tiene importancia cuando se trata de algo tan trascendental-
pero encontré la nota en un portal informativo nacional que “se lo tomó
con soda”, porque la publicó, como “por no dejar”, sin sopesar las tremendas
implicaciones de que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) del
país decidiera, sin aviso y sin protesto, despojar a la Asamblea Nacional
(AN) de las principales competencias que le atribuye no solo
la Constitución, sino el sistema político-administrativo que caracteriza
esencialmente a las democracias, aquí y en la Cochinchina.
Instintivamente, comencé con
la búsqueda de la confirmación, tanto en otros portales -los que no se
contagian de la necesidad de publicar rumores para sostenerse a punta de clics-
como entre colegas. Nada publicado al respecto, nadie parecía saber nada. A la
par, mis jefas en Efecto Cocuyo hacían lo propio… y para todo el que
se lo comentábamos, era noticia nueva. Además, las claves de las sentencias 155
y 156 estaban casi al final de los textos de unas decisiones que, en
apariencia, en el ámbito abordado no tenían nada que ver con nada menos que
un “golpe a la Asamblea Nacional“, como se le llamó en los días sucesivos.
En la 156 se le sacaba de
cuajo el corazón y el cerebro a la AN para ponérselos a Nicolás
Maduro -lo que me hace pensar que, generalmente, no se arrebata para sí
algo que no se envidia- como un “detallito” sustentado en la necesidad
del Ejecutivo de realizar contrataciones en el ámbito de los
hidrocarburos, saltando olímpicamente la sujeción a aprobación previa
del Parlamento de mayoría opositora. ¿Por qué? Porque sí, vale… y
sanseacabó.
Y en la 155, a los magistrados
de la Sala Constitucional se les ocurrió que podían darle
“superatribuciones” al Jefe de Estado -como si necesitara más con la fusión de
poderes de la Nación- para “revisar” la legislación vigente. Una burusa de
galleta maría, pues. Nadie se iba a dar cuenta, creían.
Desde las 11:00 pm de ese
miércoles hasta las 2:00 am del jueves, hicimos llamadas y mandamos mensajes a
decenas de diputados, abogados constitucionalistas, líderes
políticos (todos opositores). No obtuvimos ni una respuesta. ¡Ni una! Como
solemos hacerlo, más allá de publicar la noticia, queríamos ofrecer posturas,
análisis, una luz que ofreciera al país algo de guía en medio de la oscuridad
que se cernía sobre nosotros. Pero no fue posible.
El WhatsApp nos confesaba que
habíamos sido leídas, mas nadie nos dijo nada. Creo que el desconcierto -o
quizás el sueño- eran más abrumadores de lo que imaginábamos, pero sin duda la
dimensión de los hechos requería que cualquiera de estas personalidades, cuando
menos, reaccionara a una hora más conveniente que después del café de la mañana
siguiente, casi 12 horas luego del hallazgo. Es que ni siquiera las redes
sociales, a veces tan explosivas, viralizaron contenido sobre el tema durante
la noche.
Trasnochada, ese 30 de marzo
vi cómo aparecieron los pronunciamientos por doquier. Los politólogos,
juristas, líderes políticos opinaban, pero también los conserjes, las maestras
de preescolar, los taxistas, los que hacían cola ese día en un supermercado
para comprar harina pan… todos comprendían que aquel
“madrugonazo” no se parecía a los anteriores que dio el chavismo gobernante a
través de sus instituciones partidizadas.
Y así trascendió. Fue pólvora
que terminó por incendiar las calles con protestas legítimas contra la
dictadura desnuda; fueron aguas turbias que desembocaron en el mar de
la comunidad internacional, desde donde se la condenó por contaminar el
panorama democrático latinoamericano; fue un virus infeccioso que hizo que el
sistema de defensa nacional, en lugar de actuar ante las células enfermas,
atacara al resto del organismo en #ModoAutodestrucción durante cuatro meses,
sin importar cuántas vidas costara. Por cierto, fueron 165, pero el impacto
radial de la violencia de entonces aún no alcanza a medirse, a mi juicio… No
obstante, se lo pueden preguntar a los miles y miles que han emigrado desde
hace meses o a quienes aún están por hacerlo.
Todos tenemos grabado en la
piel lo que vino después; con más o menos cicatrices, ningún venezolano salió
ileso de ese trance. Ni siquiera los partidarios del Gobierno, aunque
algunos lo acepten, otros se hagan los locos y muchos callen. Fue tan
devastador su efecto que al régimen autocrático no le quedó otra que
inventarse un suprapoder plenipotenciario (con lealtad reconfirmada)
para decir que no eran suyas la decisiones más controversiales que vendrían (¡y
las que faltan!). Son parte de los actos desesperados que se disfrazan de tensa
calma.
Un año más tarde, cuando las
sentencias se mantienen en esencia y práctica, aunque el Consejo de
Defensa de la Nación pidiera revisarlas y corregirlas (acto cumplido de
forma mas de fondo por el TSJ), la degradación del orden constitucional y las
violaciones del Gobierno de Nicolás Maduro a los derechos fundamentales de
quienes habitamos -aún- en este país parecen no poder medirse… pero se agradece
que haya varias ONG tratando de hacerlo, pese a la persecución y a las
amenazas.
Por mi parte, sigo empeñada en
dejar registro de todo lo que pueda; de desmentir rumores y cadenas de WhatsApp
falsas; de señalar la mentira y desenmascararla, que es más importante aún,
pese a que me acumule antipatías por negarme a permitir que se difunda el
miedo, la angustia y el pánico frente a mis ojos… y me convierta por omisión en
cómplice del terrorismo de Estado.
La integridad no se demuestra
una vez, sino se confirma a diario y no se trata de sentirse superior en ningún
caso: solo requiere mostrar que se es fiel a uno mismo cuando
los principios nos sostienen sin importar cuánto se sacuda el
entorno. Y menos si quienes mueven el piso nos quieren hacer parte de su
miseria en el fondo.
Todavía nos queda mucho por
hacer para recoger los pedazos. Pero cada vez falta menos para construir con y
sobre ellos.
Foto: El presidente de la
Asamblea Nacional, diputado Julio Borges, rompe la sentencia del TSJ (Foto
REUTERS/Carlos García Rawlins)
30-03-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico