Por Simon García
La cultura y el movimiento
democrático no propician la abstención. Dejar de votar es una enfermedad de la
democracia. Y no hacerlo en dictadura, aún bajo condiciones muy restrictivas,
es renunciar a una función que genera democracia y desalinea a los ciudadanos
de la sumisión al régimen.
La caída del imperio
soviético, un gigantesco aparato totalitario, comenzó cuando sus dirigentes
tuvieron que convocar a elecciones y los “súbditos” participaron bajo reglas
peores a las que nos impone este gobierno. La oposición, ejemplos como el de
Solidaridad, aprovechó esa rendija para denunciar, movilizar, organizar y
recortarle legitimidad al régimen. Fue el inicio de una esperanza
victoriosa.
En nuestro caso la abstención
es la confesión de que se instaló en nuestro cerebro la idea de que no hay
salida mediante el voto. Una derrota tan fuerte para los demócratas que los
induce a entregar sus derechos y a rendirse sin dar la lucha en el terreno real
donde se va a decidir el 20 de mayo si efectivamente se puede o no ponerle fin
a la tragedia del país.
Toda la dirección de la
oposición, la que ahora llama a salirse del tablero electoral y la que prefiere votar aunque tenga que salirse de la
fila de la MUD, ha pecado en no caracterizar certeramente la naturaleza de este
régimen y por ello incurre en la ingenuidad, como lo he señalado repetidamente,
de pedirle peras democráticas al olmo de la dictadura. Ahora se añade otro imposible: usar la abstención como medio
para enfrentar a una cúpula autoritaria, asociada a mafias delictivas.
Hemos subestimado la
inteligencia y el uso de las nuevas tecnologías de opresión empleadas por el
Estado para esterilizar la protesta y la resistencia social. El régimen ha
debilitado la voluntad de cambio, ha desmoralizado opositores y destruido la
confianza en nuestras propias fuerzas. Estamos a punto, unos y otros, de
convertirnos en agentes de descalificación de la parte con la que diferimos, de
negarnos a apoyar a una solución porque no lleva nuestra marca o desechar a un
candidato porque hubiéramos preferido a otro.
Antes de ganar hay que unir a
los venezolanos que quieren otro país sin excluirlos porque vengan de otra
parcialidad. No habrá gobernabilidad ni reconstrucción sin un gran acuerdo
nacional entre sectores de los dos proyectos que han sido rivales estos años.
El terreno para conformar una coalición alternativa es el descontento y la
lucha contra el hambre.
No debemos ignorar que todas
las encuestas revelan un clamor popular por castigar a Maduro. Ya todos sabemos
que votar o abstenerse no significa consentimiento al régimen y que podemos
complementar las luchas en distintos tableros. Lo que propone la abstención (no
legitimar al régimen) puede ser logrado votando; pero los que votan pueden
lograr un objetivo (derrotar electoralmente al régimen) que jamás se alcanzará
con abstención.
Tenemos que vencer en tres
batallas para ganar: recomponer la unidad, estimular el voto castigo y doblegar
mesa por mesa, a los que cuentan los votos.
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