Por Omar Pineda
Temprano, a las 8, subimos
al segundo piso del edificio donde meses antes funcionó El Diario de
Caracas. Había un aire de enigma y nerviosismo, como pasa el primer día de
clase. El país se rehusaba a entrar al siglo XXI mientras el resto del planeta
ya tenía boleto en el tren de los avances que hemos visto hasta hoy. Ese año
salió Windows 2000, sistema operativo para empresas y ejecución de servidores
en red, y en Venezuela la noticia era la nueva Constitución y el primer año en
Miraflores de un Hugo Chávez quien ya asomaba su versión autoritaria, lo que
prendió las alarmas en profesionales e intelectuales. Fue así, contra esa
naciente expresión de militarismo que mandaba al carajo a los partidos
políticos y se mofaba de la libertad de expresión, como Teodoro Petkoff creyó
en la urgencia de seguir dando la pelea esta vez desde las trincheras del
periodismo.
Cómo olvidar ese lunes del 3
de abril. Muchos éramos amigos, ya que veníamos de diferentes medios, pero
otros no se conocían entre sí, de modo que asumimos las presentaciones, con la
ventaja para mí de haber estado en el grupo inicial que se reunió semanas antes
en Sabana Grande. Fue en esa oficina prestada a Petkoff donde oí por primera
vez mencionar a TalCual, una tarde en que se barajaba el nombre del
periódico y se decidió por el rojo y negro que aún nos identifica.
Días antes, tras superar
escollos de inversión, logística y varios números “0”, salimos a la calle. El
primer día Teodoro nos convocó, agitado y amigable, pero con ese ceño fruncido
que se presta a confundir a quien no le conoce tomándole por un tipo de mal
humor. Recuerdo verlo abrir un libro de Tomás Eloy Martínez y leer un párrafo
que nos indujo a entender lo que él deseaba fuese TalCual. Yo lo resumo en una
línea de Julio Cortázar en Liliana llorando: para Teodoro “escribir lo calmaba
a ratos”. Pero él quería más (nosotros ahí, atentos y en silencio, esparcidos
en la redacción, incluso con algunos de pie, otros sentados en el suelo) y era
un diario de denuncia y de reflexión, que no fuera genuflexo con los poderes,
político y económico. Nos alertó de que podían venir tiempos difíciles con Hugo
Chávez predicando una revolución que hasta el sol de hoy, 18 años después, si
alguien nos interpela para que definamos eso de revolución socialista y
bolivariana, uno se encoge de hombros, y termina por despacharlo con “esa vaina
es un caos, anarquismo y un nido de corrupción, pero de revolución no tiene
nada”.
Es lo que evoco al cumplirse
hoy 18 años de la salida del vespertino que ha aspirado a ir más allá del
periodismo formal, apelando a editoriales con análisis certeros de la realidad,
y el desafío de buscar e interpretar la noticia. En fin un diario para informar
claro y raspao, como el tábano volando en el lomo del poder que prevaleció en
la cuarta y del otro poder que nació en la quinta república; en fin, un medio
para el combate, en defensa de la democracia y las libertades. Desde el “Hola
Hugo” con el que Petkoff editorializó el 3 de abril de 2000 mucha agua ha
corrido bajo el puente de esta Venezuela hoy en la deriva. Al mismo
tiempo, TalCual es (no sé si en otros diarios pasa lo mismo) lugar
para la convivencia entre su gente. Pasamos de los días azules con ingresos
propios a los de no hay plata para pagar las utilidades de diciembre, pero no
se perdió la condición de talcualero, a mi juicio sinónimo de trabajar en
camaradería, con entusiasmo e inteligencia por encima de las dificultades. En
cuanto en lo que han sido estos 18 años no seré yo quien diga si lo hemos hecho
bien o no, pero créanme que para mí –hablo desde mi corta experiencia de
periodista– esta ha sido la mejor aventura de mi vida.
04-04-18
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