Rafael Luciani 25 de mayo de 2019
El
pontificado de Francisco será recordado por su continuo discernimiento de los
estilos de vida, tanto a nivel sociopolítico y económico, como intraeclesial.
Su propuesta de cambios en la Iglesia exige superar el «clericalismo —ese deseo
de señorear sobre los laicos—, que implica una separación errónea y destructiva
del clero, una especie de narcisismo» (Entrevista de Antonio Spadaro SJ a
Francisco, 27-9-2013). Como nos recordó en la Evangelii Gaudium, si los
miembros de la Institución eclesiástica no se convierten, entonces «muchos no
encontrarán espacio en sus iglesias particulares para poder expresarse y
actuar» (102), poniendo así en riesgo a la credibilidad de la Iglesia (Quito,
7-7-2015).
El 28
de julio de 2013 nos habló de algunas de las tentaciones que no ayudan a la
institución eclesiástica. Se refirió a «la ideologización del mensaje
evangélico», «el reduccionismo socializante», «la ideologización psicológica»,
«la desviación pelagiana», «el funcionalismo» y «el clericalismo». Todas ellas
revelan un grave hecho: la existencia de una patología deformada del poder
eclesial; pero también plantean una necesidad: el cambio de mentalidad
requerido.
Francisco
procura el cambio de las estructuras eclesiásticas. No quiere que siga cayendo
en el funcionalismo propio de los sistemas autoritarios. Por ello, ha propuesto
revisar el modo como el clero y la vida religiosa entienden su vocación. Es lo
que él ha llamado: el complejo del elegido. Con estas palabras quiere referirse
al origen de lo que él denomina «la patología del poder eclesial». Esta es una
actitud que nace en las casas de formación de clérigos y religiosos, se
extiende por las parroquias y se fortalece con estilos de vida no acordes con
la dimensión profética del evangelio.
Francisco
critica a aquellos que entienden el llamado al sacerdocio o a la vida
consagrada bajo una deformada teología de la «elección», según la cual Dios
separa a una persona del mundo para otorgarle un grado superior respecto de los
otros miembros de la Iglesia (Discurso a la Curia, 22-12-2014). De esta
mentalidad deriva una estructura eclesiástica piramidal y paralizada que no
sabe discernir los signos de los tiempos y que parece obviar a los dramas que
afectan a las grandes mayorías.
Si
esta mentalidad no cambia, los religiosos y clérigos corren el riesgo de quedar
reducidos a un «círculo cerrado donde la pertenencia al grupo clerical es más
importante que el cuerpo eclesial mismo en su conjunto, creando así una grave
separación entre laicado y sacerdocio ministerial» (Discurso a la Curia,
22-12-2014). Parafraseando a Francisco, se estaría concediendo la primacía a
«las partes» (ministros ordenados, vida religiosa, grupos intraeclesiales)
antes que «al todo» (pueblo de Dios).
La
elección no es un privilegio ni una separación y menos aún el ejercicio de una
tiranía pastoral. El clericalismo conduce a los miembros de la institución a
vivir una «esquizofrenia existencial» (2013), lo que significaría una pérdida
del contacto con la realidad, con las personas concretas y sus problemas
reales. Se estaría otorgando primacía a la «ocupación de espacios» de poder y a
la realización de proyectos individuales, antes que a «la puesta en marcha de
procesos» que responden a las personas, especialmente las más pobres y
necesitadas.
Por
ello, si no se procura un cambio en la mentalidad eclesial, muchos terminarán
siendo «una caricatura en la cual actúa un seguimiento sin renuncia, una oración
sin encuentro, una vida fraterna sin comunión, una obediencia sin confianza y
una caridad sin trascendencia» (Homilía, 2-2-2015).
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