Por Marino J. González R.
El concepto de “brecha”
tiene múltiples aplicaciones. Por ejemplo, en el deporte se identifica el
máximo registro alcanzado y se elaboran planes de entrenamiento para mejorar
las marcas. La idea es que en la medida que se mejore el desempeño de
deportistas (individuales o por equipos), se reduce la brecha con respecto a
los campeones. En esa dinámica, por supuesto también puede pasar que los
campeones logren ampliar la brecha porque consiguen mejores registros. Esto
explica que, en pruebas de velocidad, solo por citar un caso, los récords
actuales hubieran sido inimaginables décadas atrás.
De igual manera, empresas o
universidades utilizan las brechas para superar su desempeño. Se identifica en
determinado mercado o contexto de investigación a aquellos que tengan el mejor
desempeño. Y a través del análisis de los métodos que utilizan, y en la
aplicación de innovaciones, entonces puede esperarse que algunas empresas
superen las ventas de otras, o que coloquen mejores productos a disposición de
los consumidores.
La brecha de políticas es un
concepto menos utilizado. Lamentablemente, no está tan desarrollada la idea de
que los gobiernos pueden, basados en acuerdos sociales, dirigir esfuerzos y
recursos en la obtención de metas consideradas relevantes. A partir de la
aprobación de las Metas del Milenio a finales del siglo pasado, y ahora con los
Objetivos de Desarrollo Sostenible para el año 2030, existe una mayor
preocupación por definir políticas públicas que apunten a metas específicas, y,
por ende, a la reducción de determinadas brechas. Sin embargo, queda mucho
por hacer para incorporar el concepto de brecha en el seguimiento de las
políticas públicas.
Se puede tomar como ejemplo,
la evolución de la tasa de mortalidad infantil. La disponibilidad de los
registros por largos períodos permite examinar las tendencias de la brecha, y
ofrece lecciones para el diseño e implementación de políticas
En 1920 el país con la menor
tasa de mortalidad infantil registrada en el mundo (en la base de datos Gapminder)
era Nueva Zelanda (51 muertes por cada 1000 nacidos vivos registrados, nvr)).
Para ese año, el país con la menor tasa de mortalidad infantil en América
Latina era Argentina, aproximadamente 2,4 veces la de Nueva Zelanda.
En 1960 Suecia había
desplazado a Nueva Zelanda como el país con la menor tasa de mortalidad
infantil. En ese año la tasa de mortalidad infantil de Suecia fue 16,3 muertes
por 1000 nvr, esto es, un tercio de la de Nueva Zelanda cuarenta años atrás. En
América Latina, Cuba ha tenido la menor tasa de mortalidad infantil desde 1943.
Sin embargo, en 1960 dicha tasa era 2,26 veces la de Suecia. En el caso de
Haití, país con la mayor tasa de mortalidad infantil en la región en ese año,
la diferencia era casi 12 veces con respecto a la de Suecia.
En 2015, último año con
registros comparables, la menor tasa de mortalidad infantil en el mundo fue la
de Luxemburgo (1,5 muertes por cada 1000 nvr), superando a Islandia que la
había tenido en 2000. En América Latina, Cuba es el país con la menor tasa de mortalidad
infantil, aunque ha aumentado la brecha con respecto al país con menor registro
(aproximadamente 30% de incremento con respecto a la brecha que tenía en 2000).
Haití, por su parte, tenía en 2015 casi 35 veces más la tasa de mortalidad
infantil de Luxemburgo. Esto significa que desde 1960 la brecha de mortalidad
infantil de Haití se ha multiplicado por tres.
Varias lecciones se pueden
indicar a partir de este análisis. La primera de ellas es que el desempeño de
los países varía en el tiempo. Justamente como producto de la calidad de las
políticas que implementan. Ejemplo de ello es Nueva Zelanda: pasó de ser el
país puntero en 1920 al número 38 un siglo después. La segunda lección es que
los países que logran incidir armónicamente en todos los factores asociados, en
este caso, con la mortalidad infantil, logran mayores efectos en la reducción.
Es por ello que no se puede citar solo un factor como el responsable en la
reducción. Es la conjunción de las políticas lo que hace la diferencia.
Lo anterior explica que
países con diferencias sustantivas en términos del nivel de desarrollo tengan
logros similares. Sin embargo, estos efectos tienen su tope. Es decir, no es
posible alcanzar los menores niveles en la mortalidad infantil sin cambios
sustantivos en el nivel de ingreso, y especialmente en la disponibilidad de
tecnologías, que a su vez está influida por los recursos. Es por ello que los
países de mejor desempeño tienden a tener sociedades con mayores capacidades en
todos los aspectos.
La aplicación del concepto
de brechas de políticas permite identificar el tipo de logro, en término de las
condiciones de vida de la población
Ahora bien, alcanzar la meta
no es una acción esporádica, más bien es el producto de una estrategia a través
del tiempo, muchas veces compartida por diferentes gobiernos. La utilización de
la brecha existente para identificar las medidas que permitan reducirla, es
decir, las políticas públicas, es clave para generar la consistencia de esos
procesos. Es posible imaginar entonces que el país con la menor tasa de
mortalidad infantil deberá contar con instituciones adecuadas, crecimiento
económico de calidad, servicios de salud de alto desempeño, disponibilidad de
tecnologías, entre otros factores. El diseño e implementación de políticas
públicas en cada uno de esos ámbitos es lo que hará la diferencia en calidad de
vida de los ciudadanos. De allí que medir la brecha con respecto a los mejores,
es el primer paso para contar con políticas públicas más efectivas en la región.
22-05-19
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