Carmen de Carlos 29 de mayo de 2019
Raúl
Morodo, el «castrista en la “corte” de Hugo Chávez«», como se refirió Javier
Chicote en su crónica de ABC al exembajador de España en Caracas, ha escrito el
último capítulo de su vida política con la tinta de la corrupción de los
millones «extraviados» (al bolsillo familiar) de PDVSA, la petrolera chavista.
Morodo se libra de la cárcel gracias a sus 84 años pero no de la vergüenza y la
justicia. El exembajador en Portugal, Guyana y Venezuela, pertenece a esa
colección de políticos que logró destino en el exterior por estar en el lugar
adecuado a la hora precisa. Dicho de otro modo, por moverse dentro de ese
círculo rojo del nuevo socialismo español que se niega a ver en Venezuela
(ahora se entiende), el pozo infinito de corrupción, miseria y crueldad que
empezó a cavar Hugo Chávez y termina de profundizar Nicolás Maduro.
Los
Morodo (el hijo, Alejo, está preso por ejercer de recaudador) establecieron
algo parecido a una embajada paralela. El objetivo e interés de este circuito
comercial, sería el enriquecimiento propio y de los suyos. «Raulito», como se
refería Miguel Angel Moratinos al embajador que podría haberse embolsado hasta
14 millones de euros en contratos ficticios, esos que se despistaron en el
tránsito de su destino caribeño, trabajaba para sí mismo aunque las
consecuencias afecten hoy al PSOE. El mecanismo, a falta de que los jueces
confirmen detalles y hagan la suma total de esas propinas, comisiones ilegales,
sobornos o como decidan identificar ese dinero sucio, recuerda, inevitablemente,
al que seguía, al mismo tiempo y en el mismo lugar, el kirchnerismo. La
diferencia es que en el caso argentino, fue el embajador, Eduardo Sadous (le
costó el puesto), el que señaló con el dedo a los corruptos de su Gobierno y no
el que se sumó a la banda del puente aéreo Buenos Aires-Caracas que coordinaba
por entonces Julio De Vido, el ministro de Planificación que terminó entre
rejas sin que la «reina Cristina», viuda de Néstor Kirchner y ex jefa suya, le
dirigiera una palabra de aliento por los servicios prestados a la «corona» como
cortesano en jefe, durante el reinado de su marido y de ella (doce años).
El
nombramiento en Venezuela del todavía miembro de la Real Academia de Ciencias
Morales y Políticas, es decir, Raúl Morodo, fue idea de José Luis Rodríguez
Zapatero, un expresidente que, ironías de la historia y pese a la sangre
derramada, se ha convertido en el mejor amigo del régimen bolivariano. No será
por dinero pero, a estas alturas, cuesta trabaja pensar que ZP no sabía nada y
lo suyo, ahora, es de gratis total.
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