MOISÉS NAÍM 19 de mayo de 2019
@moisesnaim
Todos los “diálogos” terminaron
fortaleciendo al Gobierno y debilitando a la oposición
Irán
quiere que en Venezuela haya diálogo. “El caos no puede ser la solución a las
discrepancias políticas en Venezuela”, dijo Abbas Mousavi, portavoz del
Ministerio de Relaciones Exteriores de la República islámica. El Gobierno chino
también ha expresado su esperanza de que “las partes en conflicto puedan
resolver sus diferencias políticas a través del dialogo”. Al igual que Serguéi
Lavrov, el ministro de Exteriores ruso, la ONU, e infinidad de otros países,
organismos y personalidades.
Así
es; todo el mundo quiere un diálogo político en Venezuela. “Todo el mundo”
menos los venezolanos, que ya tienen dos décadas de experiencia “dialogando”.
Primero participaron en diálogos con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro.
¿El
resultado? Todos los “diálogos” terminaron fortaleciendo al Gobierno y
debilitando a la oposición.
Entre
octubre de 2002 y mayo de 2003, por ejemplo, César Gaviria, el entonces
secretario general de la Organización de Estados Americanos, (OEA) se dedicó
casi a tiempo completo a propiciar en Caracas un diálogo entre el Gobierno de
Hugo Chávez y las representantes de la oposición. El expresidente de EE UU
Jimmy Carter también participó activamente. ¿El resultado? Mientras la
oposición negociaba con el Gobierno y todos los medios de comunicación se
concentraron en informar sobre “el diálogo”, el régimen cubano consolidó su
influencia en Venezuela.
En
2014, el Gobierno de Maduro confrontó fuertes protestas callejeras
protagonizadas, principalmente, por estudiantes. El Gobierno respondió con sus
dos armas favoritas: represión y… diálogo. Esta vez el diálogo de marras tuvo
lugar en el palacio presidencial, fue televisado y algunos líderes de la
oposición pudieron ser oídos por el país. Maduro también invitó al cardenal
Pietro Parolin como “testigo de buena fe” del diálogo. El cardenal había sido
el enviado del Vaticano en Caracas durante cuatro años y el papa Francisco lo
acababa de nombrar secretario de Estado, el cargo número dos en la Curia. ¿El
resultado? Las protestas callejeras se acallaron, miles de estudiantes fueron
arrestados, muchos de ellos, torturados y otros, asesinados. Leopoldo López, el
líder político más popular de la oposición, fue encarcelado y condenado a 14
años de prisión. Maduro consolidó su poder.
Dos
años después volvió a pasar lo mismo. Sintiéndose débil, Maduro convoca a un
diálogo, esta vez en la Republica Dominicana. Fue un caos. Numerosas
delegaciones, confusión, divisiones y muchas promesas. El mejor indicador del
calibre de esa reunión es que contó con la activa mediación de José Luis
Rodríguez Zapatero. No es de extrañar, entonces, que entre quienes se oponen al
régimen de Maduro, el diálogo tenga mala fama. Hasta ahora, los diálogos solo
han servido para fortalecer al Gobierno, dividir a la oposición y desactivar
las protestas populares.
Lo
ideal, por lo tanto, sería que no hiciesen falta ni diálogo, ni negociación.
Sería fantástico que Maduro y sus secuaces pronto colapsen bajo el peso de su
impopularidad, sus rencillas internas, la profundización de la crisis
humanitaria, el descontento de grupos militares, la presión internacional, y la
consolidación del Gobierno de Juan Guaidó. ¡Ojalá! Pero, como sabemos, a veces,
lo ideal no es ni práctico ni realista. Es posible que la situación actual se
prolongue y que la única forma de salir de Maduro, avanzar hacia elecciones no
amañadas, y dar comienzo a nuevas políticas que atenúen las letales crisis que
aniquilan a los venezolanos sea a través de acuerdos negociados entre la
oposición y el régimen.
Compresiblemente,
esta idea es repugnante para muchos. Pero, lamentablemente, también puede ser
inevitable. Un prolongado statu quo significa la muerte de decenas de miles de
personas, más millones de refugiados venezolanos en otros países y la
profundización de la crisis humanitaria.
La
buena noticia es que las sociedades, y sus políticos, aprenden. La sociedad
venezolana ya ha aprendido que, hasta ahora, los diálogos han sido una trampa y
que no se pueden aceptar ingenuamente. La comunidad internacional democrática
tampoco cree en Maduro y exige de su parte hechos concretos que contribuyan a
reducir la justificada desconfianza que le tienen.
También
es cierto que en los diálogos anteriores, la oposición estaba más débil y
desorganizada, no contaba con el apoyo de 54 países y el régimen de Maduro no
era tan vulnerable como lo es ahora. El aprendizaje social y la debilidad del
régimen permiten que la oposición rehúse cualquier negociación si antes el
régimen no da muestras de que tiene la intención de hacer concesiones
importantes. Podría, por ejemplo, unilateralmente, y antes de comenzar cualquier
diálogo o negociación, anunciar que adelanta la fecha de las elecciones
presidenciales, o liberar a los presos políticos o permitir la entrada masiva
de ayuda humanitaria.
De
nuevo, esto tiene que ocurrir antes de que la oposición se siente a negociar
con el régimen.
Suponer
que Maduro y los suyos pueden participar en un diálogo sin mentir y sin
intentar manipularlo puede ser ingenuo. Pero, quizás, más ingenuo aún es
suponer que, en Venezuela, es posible evitar el diálogo político
indefinidamente.
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