IBSEN MARTÍNEZ 21 de mayo de 2019
La
palabra ahora es Oslo y no Bolton; ir o no ir a Oslo es el novísimo dilema que
ya encrespa los ánimos venezolanos.
“La vaina
ahora es Oslo, ya no el portaaviones Eisenhower”, escucho decir con amargura y
desmayo a un compatriota exiliado, partidario de que sean los gringos quienes
saquen nuestras castañas del fuego mientras él mira los acontecimientos en la
pantalla de 98 pulgadas de su bar & lounge favorito en Bogotá.
Con
ser enemigo de la dictadura de Maduro, en modo alguno indiferente a los
sufrimientos que entraña la interminable agonía del “socialismo del siglo XXI”,
no puedo sino alegrarme de que, al menos por lo pronto, la guerra –proverbial
cuarto jinete del Apocalipsis− no se sume en Venezuela a la bota narcomilitar,
al hambre y la muerte.
La
guerra de Bolton, imaginada por muchos como el extremo que abriría ventanas a
la luz, aparece cada día un poquito más lejana. Cada día leemos y escuchamos
menos la expresión: “Todas las opciones están sobre la mesa”, al tiempo que el
senador Rubio apacigua sus tuits.
Luego
de 120 días de entusiasta movilización de calle, de sangrientos choques contra
el aparato represivo –a comienzos de mayo, la cifra de asesinados por la dictadura
este año se elevaba a 57−, millones de venezolanos aún padecen hambre, escasez
de medicinas y agua potable, orfandad de servicios sanitarios de todo tipo, un
creciente racionamiento del combustible, una oscurana permanente y la más
terrorífica violencia de Estado que se recuerde en un siglo. Y se preguntan:
“Ahora qué”.
La
perspectiva de un acuerdo entre negociadores de la oposición, designados por el
infatigable Guaidó, y una delegación madurista presidida por el protervo
mandarín de la dictadura, Jorge Rodríguez, que conduzca a elecciones libres
repugna a la mayoría de la gente que se expresa en los mentideros de Twitter y
WhatsApp.
Cunde
en Venezuela una muy bien fundada suspicacia, avivada por los malos recuerdos
de tantas “negociaciones” como ha habido desde 2004 y que, al cabo, solo
sirvieron para fortalecer a un régimen tiránico, especializado en desconocer
resultados electorales y desatar letales temporadas de represión
indiscriminada.
No es,
pues, una majadería pensar que las rondas de Oslo, de llegar a darse, bien
podrían culminar en una nueva frustración, indeseable en momentos en que, como
observan respetados economistas, Venezuela vive un colapso solo comparable al
de un país en guerra.
Tal
colapso es de hechura humana y su único responsable es la crudelísima cáfila de
delincuentes de toda ralea que mantiene secuestrado al país. Se entiende que
poca gente finque esperanzas en una mesa de Oslo, por lo visto ya no tan
hipotética, a juzgar por lo que la censura de Maduro –y la ejercida por Guaidó,
digámoslo todo− dejan leer en la media lengua de sus comunicados.
Sin
embargo, en la corriente principal del caudaloso río de opiniones, y adelantada
por los pundits de la politología del populismo salvaje,
domina la idea de la inevitabilidad de un acuerdo. ¿A qué clase de acuerdo
podría arribarse en Oslo? Encuentro más fácil pronosticar quién ganará el
banderín de la División Este de la Liga Americana este año.
Es
difícil, pese a todo, desestimar el hecho inocultable de que Noruega se ha
trazado desde hace muchos años la meta de hacer de su disposición para
acompañar y normar exitosamente escarpados acuerdos de paz, un rubro de
exportación que exhibe como orgullo nacional. La diplomacia noruega, y va dicho
sin ánimo de injuria, no es como la de República Dominicana, del mismo modo que
una limusina Mercedes Maybach no es un camperito Suzuki de 1300 cc., de segunda
mano. La diplomacia noruega nos dio a Dag Nylander, uno de los artífices del
acuerdo de paz entre las FARC y el Gobierno colombiano.
La
delegación de Guaidó, ciertamente, no está integrada por Gaby, Fofó y Miliki,
pero al pensar en Noruega y su oferta de mediación, es inevitable pensar en la
Cuba totalitaria que en la actualidad interviene militarmente –ella sí, no
Bolton− en Venezuela.
Nada
garantiza en este momento que no veamos las fatídicas guayaberas blancas de los
ventripotentes caimacanes cubanos sobrevolar en círculos a los enviados de
Guaidó.
Así
que no sé que saldrá de Oslo, pero si me apuran diré que en octubre las
Mantarrayas de Tampa disputarán la Serie Mundial con los Astros de Houston.
Ibsen
Martínez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico