Mons Fernando Castro 25 de mayo de 2019
“Lejos nunca, cerca siempre, en medio de las diferencias.
El buen Dios quiere lo que Jesús tuvo: una familia”
La
familia la anhelamos todos los seres humanos. La calidez de las relaciones
familiares dan seguridad al hombre y la mujer. Cuántos jóvenes cuando se
acercan a una familia “normal” que disfrutan comiendo juntos, que emprenden
tareas juntos, que los padres enseñan disciplina y orden en el hogar, se
admiran porque nunca pensaron que ese ambiente de vida y de amor pudiera
existir. Es la calidez de la “cercanía”.
También,
cuántos jóvenes en dificultades extremas, anhelan su familia, su hogar. Allí
encuentran la seguridad y el afecto. La abuela, la madre, el padre, un hermano,
un tío o un primo, donde se sienten mejor, más seguros, comprendidos. Allí
tienen su dignidad.
El
clima de individualismo y pragmatismo impone un estilo de vida en el cual se
pervierten las relaciones comunitarias, indispensables para que la persona se
desarrolle. Si mis relaciones con mis semejantes son “formales” y”
utilitarias”, la familia no es un lugar de amor sino de “funcionamiento”.
Entonces, estamos “lejos”, aunque, en el mejor de los casos, haya orden y
disciplina.
Cuando
me encuentro con jóvenes casados, o con adultos con años de matrimonio los
felicito y los animo a “seguirse queriendo”. Son como estrellas que brillan en
la noche. Siempre Dios los ayuda en el camino, muchas veces accidentado, de la
familia. Probablemente, son mirados y observados, admirados, a veces
criticados, porque tratan unos y otros de estar “cerca” aunque a veces haya
diferencias. Sin embargo, cuanta desgracia, cuando en la misma familia, uno se
encuentra lejos de los seres más allegados, de su misma sangre y origen. Eso no
lo quiere Dios y pienso que la Madre de Dios, buscará siempre unir a sus hijos,
con imperfecciones y defectos, para que mellando diferencias y buscando el
perdón y la reconciliación, se fomente el calor de la “cercanía”.
Lejos
nunca, cerca siempre, en medio de las diferencias. El buen Dios quiere lo que
Jesús tuvo: una familia.
Fernando
Castro Aguayo
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