Trino Márquez 25 de mayo de 2019
@trinomarquezc
La
cita en Oslo revivió un viejo debate que aparece y desaparece, según las
circunstancias, en la oposición. Se dialoga y negocia con el régimen presidido
por Maduro para buscar una salida pacífica y concertada a la crisis; o no se
dialoga ni se negocia, sino que se le derrota y derroca. Quienes se pronuncian
contra el acercamiento entre el gobierno y la oposición acusan a quienes lo
promueven de colaboracionistas, entreguistas y otros calificativos parecidos.
Con delincuentes ni se habla ni se llega a acuerdos, se les derrota: este es el
santo y seña de quienes se niegan a aproximarse a la cúpula gobernante. Los
otros, los dialogantes, tildan a sus detractores de violentos, guerristas y
obtusos.
La
polémica transcurre en medio de un maniqueísmo tan simplista que bloquea
cualquier posibilidad de inteligencia entre ambas partes.
Hasta
el más obcecado opositor a Nicolás Maduro y a todo el entramado que representa,
debería entender que es preferible establecer puentes, conversar y llegar a
acuerdos que faciliten la resolución del conflicto actual, antes que propiciar
la confrontación irracional. Este sano principio también tendría que asumirlo
cualquiera que se identifique con Maduro. Con la violencia nadie gana. Todos
perdemos.
Las
condiciones objetivas para que se efectúe un acercamiento entre el gobierno y
la oposición sobran. El país va camino a la disolución y el Estado se convertió
en un Estado fallido. No satisface ninguna de las necesidades primarias de la
población. No sirve ni para otorgar una cédula de identidad o un pasaporte. En
Caracas, ni los semáforos funcionan. Todos los problemas que se derivan de la
ineptitud, la corrupción y la improvisación tienden a agravarse. El Estado se
ha retirado de amplias zonas de la nación. En los barrios pobres de las
ciudades, no existe; tampoco al sur de Venezuela. En el Arco Minero se mueven
funcionarios con uniforme y armados, pero esa circulación no denota la
presencia del Estado, sino su distorsión y perversión.
Si el
régimen de Maduro estuviese interesado en analizar las dificultades nacionales
y buscarles soluciones, en común acuerdo con la oposición, ya lo habría
propiciado. ¿Por qué no promueve el entendimiento? ¿Por qué desaprovechó la
excepcional oportunidad que significó la presencia del Grupo de Contacto
Internacional para promover el acercamiento con los opositores? Las
declaraciones de Ricardo Merlo, vice canciller italiano y miembro del GCI, al
diario Clarín fueron categóricas: Maduro no está pensando en elecciones
presidenciales, aspecto crucial del diálogo y las negociaciones. En ese
encuentro, concebido para explorar las posibilidades de acercamiento entre el
régimen y sus oponentes, Maduro se dedicó a acusar a Juan Guaidó, a Leopoldo
López y a los Estados Unidos. Obvió que estaba frente a un grupo de
facilitadores de buena voluntad, sacó el hacha y decapitó a los contrincantes.
Nicolás
Maduro no negocia porque aún se siente fuerte. Porque considera que todavía
puede permanecer en Miraflores con el respaldo del Alto Mando, de los rusos, de
los colectivos armados y de ese 20% de la población que todavía lo apoya. Lo
que decida la oposición en nada lo afecta. La oposición puede compactarse en
torno de la iniciativa del diálogo sin que, en las actuales condiciones, esa
solidez cambie sus convicciones. Se equivocan quienes creen que el diálogo no
se produce porque segmentos de la oposición lo rechazan. También yerran quienes
piensan que no se puede entablar ninguna conversación con el régimen. Las
negociaciones, en otras palabras, los acuerdos para ir a elecciones
transparentes, con otro CNE, supervisadas por la comunidad internacional y con
un gobierno sometido a la Constitución, que no esté presidido por Nicolás
Maduro, aunque eventualmente pueda ser candidato presidencial, se darán cuando
Maduro se sienta incapaz de contener la presión interna y externa, y la
oposición haya alcanzado tal nivel de fortaleza con los recursos endógenos y
foráneos que posee, que no sea posible detenerla.
La
fenomenal crisis nacional, el apoyo de los países democráticos, el descontento
en núcleos del chavismo y en sectores de las Fuerzas Armadas, elevan de forma
acelerada el costo de la permanencia de Maduro en Miraflores. Este cuadro
tiende a agudizarse. Su margen de maniobra es cada vez más reducido. Bastaría
un acuerdo entre Trump y Putin, con el apoyo del Alto Mando, para que ese
frágil andamiaje se desplome. Las variables en juego son numerosas. Algunas
puede manejarlas la oposición. Otras no. En relación con la catástrofe del
país, nada puede hacer. La responsabilidad total es de Maduro.
De lo
que podemos estar seguro es de que si Maduro percibe ingenua, indecisa y
confusa a la oposición, jamás sostendrá una negociación transparente con ella.
Solo serán para calmar a la gradería. Esa fue una de las lecciones que le dejó
Fidel Castro. Con los débiles, ni a la esquina. La primera tarea consiste en
acumular energía abundante en todos los terrenos. Sin fuerza no hay
negociación.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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