Por Carolina Gómez-Ávila
Desde que la coalición
democrática que controla la Asamblea Nacional retomó el asedio a la dictadura,
todos los países de la comunidad internacional que reconocieron la legitimidad
de Juan Guaidó como presidente (e) se declararon contrarios a una operación
armada extranjera sobre Venezuela; todos, menos uno del que se han recibido
señales ambiguas: Estados Unidos.
Ambiguas, porque la institucionalidad
de ese país ha sido igual de firme que el resto del planeta para descartar la
opción (incluido el proyecto de ley “VERDAD”), pero una declaración equívoca
por aquí, algún almirante tuiteando por allá y varios senadores buscando votos,
se han sumado a “todas las opciones están sobre la mesa” con la que juega el
propio Trump. Jugar, sí, como en la Teoría de Juegos.
Porque de “todas las
opciones que están sobre la mesa”, la de amenazar con una invasión que nadie
tiene la menor intención de ejecutar es una de las más atractivas
El problema es que ya está
tan manida la amenaza que dejó de ser creíble, aunque un guardacostas distraído
entre en nuestro mar territorial.
Nunca como ahora estuve tan
segura de que, en las condiciones actuales, el escenario de una intervención
militar está descartado; pero hubo un momento en el que lo creí posible, para
mi mortificación. Durante meses me preguntaba por la calaña o sanidad mental de
quienes proponían que una fuerza externa acabara con todo para poder empezar
desde cero, como si el puro deseo no fuera un despropósito que no debe
dejársele pasar ni a un adolescente.
Pero aquí está lo que me
llama la atención: Tanto en las épocas en las que me pareció creíble la amenaza
como en esta, en la que estoy segura de que no está en los planes de nadie, el
discurso de la satrapía coincide con el de un segmento político que cada vez
disimula peor su ligazón con los autores de nuestra tragedia.
Los medios en manos de los
nuevos ricos hijos de Chávez o de sus testaferros, dan una vitrina muy bien
iluminada a este grupo que se dice moderado y democrático para que levanten eso
por bandera, mientras plañen (así de sobreactuados son, ellos plañen) ante la
posibilidad de una invasión que nadie con cuatro dedos de frente puede considerar
con seriedad.
Y como lo mismo ha hecho la
tiranía, me pregunto qué tienen en común -además de impostores- para gemir
histéricos por un monstruo que sólo vive en sus cabezas.
De paso, si cambiaran las
condiciones y la posibilidad de la intervención armada extranjera entrara en un
menú verdaderamente creíble, ¿qué podría hacer la opinión pública nacional?
Nada, excepto culpar a la oposición amargamente y desacreditarla como opción
para ocupar el poder. Cosa que reconfiguraría el mapa de liderazgos en disputa
y les permitiría colar uno que nos guiara a una escena electoral sin garantías,
una en la que nadie espera que ganen sino que relegitimen a nuestros verdugos,
repitiendo su rol del 20 de mayo de 2018, el de cómplices necesarios.
La distracción consiste en
rasgarse las vestiduras ante el riesgo inexistente de una incursión de
ejércitos extranjeros. Esta es la operación de opinión que adelantan mal
disimulados chavistas parapetados tras sus fracasos políticos. Nos distraen
para que prefiramos ir a elecciones, a cualesquiera y, de cualquier manera, con
tal de no vivir un horror que ellos mismos se encargan de crear; por eso y para
eso azuzan, apuntalan y esparcen la inexistente amenaza de una invasión
extranjera.
25-05-19
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