Ismael Pérez Vigil 25 de mayo de 2019
El
régimen desarrolla sus armas clásicas y favoritas, las que siempre ha utilizado
con maestría: la fuerza para intimidar y la mentira para dividir. Mientras en
la oposición nos consumimos entre el desánimo y las pugnas internas. Quizás el
problema es que ni los políticos, ni los analistas, hablamos de este tema con
suficiente claridad y damos cosas por sabidas; así que vamos a describir cual
es la naturaleza del poder de cada una de las partes de esta ecuación: la
dictadura y el país que quiere un sistema democrático de vida.
En la
oposición nadie se cuestiona que este es un régimen autoritario y despótico,
dictatorial; y, sobre todo, un pésimo gobierno, que ha destruido las
instituciones y la economía del país, que no tiene legitimidad de origen ni de
desempeño, que es rechazado por el 80% de la población y la inmensa mayoría de
la comunidad internacional y no perderé el tiempo en descripciones de
realidades que están a la vista. Pero su permanencia en el poder no depende ni
de nuestros deseos, ni de la razón, ni de la lógica, sino estrictamente de la
fuerza, la represión, y las armas.
La
dictadura tiene una fachada civil, una máscara, pero la dictadura es la FFAA, y
con ella controlan la Guardia Nacional, el SEBIN, FAES, la milicia, todas las
policías locales y regionales del país, los colectivos y paramilitares que han
armado, y una buena cantidad de los llamados “pranes”, hampones o delincuentes
comunes, que son liberados de su encierro en las cárceles cuando les conviene,
para atacar a la población. Cuentan además con un contingente, en número
desconocido, pero peligroso, de narcotraficantes e irregulares de grupos
guerrilleros –ELN, FARC y otros– provenientes de Colombia. Cuentan también con
todo el sistema judicial del país, para condenar a sus “enemigos” sin fórmula
de juicio y llevarlos a las cárceles de las cuales disponen a voluntad.
Ese
entramado de violencia, represión y fuerza, del cual tienen el monopolio
absoluto es lo que les asegura su estancia en el poder, el cual no dejan para
continuar protegidos bajo el amparo del estado y con los fabulosos negocios y
la corrupción con la que se han enriquecido groseramente.
A esa
fuerza física de la dictadura, la lógica elemental dice que habría que oponerle
una fuerza igual; pero, ¿Dónde está esa fuerza del lado de la oposición?
Internamente, ni el 23 F ni el 30A apareció o se evidenció por ninguna parte; e
internacionalmente, tanto los EEUU, como la UE, como Brasil y Colombia han
dicho claramente y de varias maneras que no están dispuestos a intervenir
militarmente en Venezuela o a realizar una “operación quirúrgica” que acabe,
militarmente, con la tiranía.
Ahora,
si no es con una fuerza militar ¿Con qué contamos en la oposición para
oponernos a la dictadura? Aparte de tener la razón y mucha voluntad, que –al
parecer por los 20 años transcurridos– no sirve de mucho frente a una dictadura
tiránica y sin escrúpulos, en la oposición solo contamos, comprobadamente, con
un contingente, numeroso, generoso, de ciudadanos, inermes, de millones de
personas, muchas de la tercera edad y adultos mayores, aunque abnegados
participantes en marchas y actividades, solo están armados con banderitas y
protegidos con pañuelos empapados en bicarbonato. Contamos también con miles de
jóvenes, algunos de ellos “protegidos” con franelas, escudos de cartón piedra y
máscaras antigases, elaboradas con botellas plásticas.
No
pareciera que todo este “contingente” con el que contamos en la oposición, sea
apropiado y suficiente para enfrentarse a toda la fuerza física de la
dictadura. Lo hemos visto hasta la saciedad, en los cientos de muertos, heridos
y detenidos que hemos dejado en las calles y en las cárceles durante los
últimos años.
Esta
es la realidad cruda y dura. No tenemos otra. No cuenta la oposición con la
fuerza interna suficiente o con el apoyo internacional que le permita doblegar
al régimen y obligarlo a renunciar, a ceder el paso a una alternativa
democrática, así, sin más. Pero la dictadura, a pesar de su fuerza física,
tampoco “controla” completamente el país; hay fisuras importantes,
reconocibles, que lo obligan a ceder; no puede simplemente hacer lo que desea y
acabar de un plumazo, como desearía, con la oposición.
Contamos
también con el apoyo de la comunidad internacional. Más de 50 países han
reconocido a Juan Guaido como presidente, desconocido al gobierno usurpador y
están dispuestos –y lo están haciendo– a tomar sanciones de carácter personal y
diplomático. Aunque no se trate de tropas para liberar a Venezuela, este apoyo
de la comunidad internacional no es despreciable, pues ha logrado que el
régimen tiránico, a pesar de todo su poder físico, de fuego, de represión, se vea
obligado a sentarse, en al menos, dos mesas de negociación –con el Grupo
Internacional de Contacto de la UE y en Noruega– y enfrentar allí a una
oposición que no cuenta con las armas ni los recursos de fuerza física que
ellos tienen.
Frente
a esta innegable realidad, ¿Qué hacemos? ¿Rechazamos cualquier oportunidad de
negociación, por apegarnos a “principios” como el de “no dialogar con
delincuentes”? ¿O tratamos de forzar la barra, con contundente y persistente
movilización ciudadana y apoyo de la comunidad internacional, a un punto en el
cual nos sirva de algo ese 80% del país con el que contamos? Seamos racionales
y realistas, no contamos con la “misma clase de fuerza” que tiene la dictadura
para enfrentarnos a ella, pero lo hemos venido haciendo cívicamente durante 20
años, frustrando sus planes hegemónicos y totalitarios; tenemos que seguir
buscando alternativas, porque lo otro es rendirnos, quedarnos en nuestras casas
sobreviviendo y muriendo de mengua o tratar de escapar del país, ¿Llego la hora
de rendirnos, de entregar, de dejar de luchar?, ¿O de seguir hasta vencer,
ahora que la dictadura está cercada como nunca antes?
Ismael
Pérez Vigil
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