Por Piero Trepiccione
Vista la coyuntura interna y
externa que atraviesa Venezuela en estos momentos, mucha gente en diferentes
latitudes del planeta se debe estar preguntando ahora mismo: ¿Qué está
pensando Nicolás Maduro? ¿piensa que él sigue siendo la alternativa para
gobernar a un país cansado de tantas penurias? ¿piensa que tendrá un lugar
merecido en la historia? ¿cuánto más debe resistir? Son algunas cosas sobre las
cuales seguramente girarán esos pensamientos de un hombre que atraviesa una
compleja situación, que arrastra a millones de venezolanos que cada día ven el
deterioro progresivo de sus condiciones de vida a niveles infrahumanos.
Pero las acciones políticas
de Maduro indican que su posición depende cada vez menos de sus propios
pensamientos o decisiones. Ante la pérdida de popularidad interna y el colapso
de las finanzas públicas del Estado venezolano, su soporte existencial está
asociado a las fuerzas armadas, la inteligencia cubana, la geopolítica rusa y
el marcado interés chino por ocupar espacios en América Latina más allá de lo
comercial y económico.
Por eso vemos las
operaciones políticas y diplomáticas, que a diario reflejan los medios de
comunicación internacionales, entre las potencias y sus principales
representantes diplomáticos, discutiendo el destino político de
Venezuela. Mike Pompeo, secretario de Estado Norteamericano, Serguei
Lavrov, canciller de Rusia, Joseph Borrel, canciller de España, Federica
Mogherini, representante de la Unión Europea para los asuntos internacionales y
Wang Yi, canciller de China, son algunos de los nombres que más se vinculan con
el conflicto político venezolano.
Esta particularidad abre una
paradoja: acerca y aleja una solución al caso Venezuela. Acerca en el sentido
de la atención que ha suscitado nuestra situación en el mundo entero asociado a
una coalición de más de cincuenta países, que buscan afanosamente un camino que
en el corto plazo permita ubicar una solución de carácter democrático y
constitucional. Y aleja, por las disputas geopolíticas que permean el
interés real de detener la catástrofe humanitaria que envuelve a la población
venezolana y las repercusiones de la migración en toda la región.
Una renuncia destrancaría el
juego
Frente a ello, Maduro en sus
reflexiones tiene una opción que pudiera ser la carta maestra para destrancar
la complejidad de nuestro caso: su renuncia. Esta jugada está asociada a
la posibilidad de preparar un puente de plata que permita gestionar un gobierno
de transición en el corto plazo, de cierta manera tutelado por figuras que
garanticen que no haya persecuciones y radicalismos y se pueda reabrir el
camino electoral a corta distancia; pero, por sobre todo, que pueda tomar las medidas
necesarias para iniciar la reconstrucción del país y el restablecimiento de la
confianza de los entes financieros internacionales para apoyar
el relanzamiento de la economía.
Más allá del a renuncia, las
opciones se le reducen día a día a Maduro. El riesgo de una explosión
social interna está latente. La descomposición financiera e institucional lo
estimula. A la par, el deterioro del control que ejerce sobre las fuerzas
armadas es más que evidente. No hay forma de mantenerlo con la reducción del margen
de maniobra financiero que lo agobia. Todos los caminos se han venido
cerrando menos el de un puente de plata.
En ello, han venido
trabajando varios gobiernos e inclusive el Vaticano. Lo de Oslo es un
nuevo intento y viene en un momento en el cual, el círculo se está
cerrando. Maduro a esta hora debe estar aumentando el tiempo de dedicación a
sus reflexiones, en algunos casos a motu propio y en otras, asediado por
factores internos y externos de poder. Su hora está cerca y él lo sabe más que
nadie en este momento.
19-05-19
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico