Por Piero Trepiccione
La finalización del siglo
veinte y el comienzo del veintiuno ha sido un periodo histórico, testigo de
excepción, de una de las puestas en marcha más estratégicas y calculadas por la
geopolítica mundial: el desarrollo de la influencia cubana en Venezuela.
Un paso que se estuvo planificando desde los mismos comienzos triunfales de
Fidel Castro en La Habana aquel primero de enero de 1959.
Para la Cuba ganada
por la influencia soviética en pleno continente americano y máxime a unas
pocas millas náuticas de su archirrival de la guerra fría, los Estados Unidos
de Norteamérica, fue una conquista geopolítica y propagandista sin parangón en
esa dura etapa de la humanidad bajo el control de dos superpotencias. Pero eso
fue solo el comienzo. El lado soviético necesitaba ganar más y en ese
sentido, Venezuela se convirtió en un objetivo deseado desde un primer momento.
Privaba, en el análisis que se efectuaba en aquella época, la ubicación
estratégica del país al norte de Suramérica y sus múltiples recursos naturales
que a la vez podrían impulsar la causa del socialismo mundial hacia otros
países de la región.
Y se intentó, una y otra
vez. Desde el formato de ingresar con grupos armados por costas
venezolanas repelido por las autoridades, pasando por apoyo logístico y
financiero a las guerrillas que operaron en territorio venezolano
durante la mayor parte de la década del sesenta hasta la realización de
múltiples actividades propagandistas que colocaban a la mayor de las Antillas
en el modelo a seguir para los latinoamericanos. Convirtiendo a dos
figuras claves de la revolución cubana: Fidel Castro y Ernesto
Guevara, como seres excepcionales en el centro del mayor culto a la
personalidad orquestado en el hemisferio occidental, dirigido
especialmente a los jóvenes, para impulsarlos a cuestionar y desconocer
gobiernos de signo ideológico contrario.
Pero no fue sino hasta 1999
que comenzaron a lograr el objetivo. Ya sin el apoyo financiero soviético que
significó un descalabro para la economía antillana a principios de los
noventa, Cuba se movió hábilmente con países como China, Rusia
(heredera del poderío nuclear de la URSS) España y México para impulsar
proyectos alternativos que le permitiesen sustituir décadas de subsidios
soviéticos por nuevos ingresos para su maltrecha economía. Pero su mayor logro
fue la conquista de Venezuela, así, literalmente hablando.
Venezuela fue objeto de una
conquista geopolítica sutil. No había decisión política que se tomara
en Caracas que no fuese consultada con La Habana. Aunque en
los primeros años de la revolución bolivariana esto no trascendiera hacia la
opinión pública, en la magnitud que con el paso de los años se ha ido
conociendo, sin duda alguna, nos convertimos en una especie de “colonia” cuyas
decisiones no eran para nada autónomas. El país comenzó a ceder sus recursos
bajo un esquema de propaganda soportado sobre la “solidaridad” continental, que
constituyó la mayor estafa geopolítica conocida hasta ahora.
La Cuba imperial
Bajo las consignas
“antiimperialistas” se desarrolló secretamente un puente estratégico entre La
Habana y Caracas que echó manos de un porcentaje importante de recursos
financieros de todos los venezolanos. Cuba se convirtió en intermediario de
operaciones de ventas de medicamentos, insumos agrícolas, megaproyectos de
construcción y administración de empresas en territorio venezolano que
insuflaron mucha energía a la economía antillana.
Pero además, todas las
operaciones de influencia propagandística orientadas a cambiar de signo
ideológico a la mayoría de países de la región fueron orquestas desde La Habana
con recursos venezolanos. Es decir, toda una operación de carácter “imperial”
cuya finalidad fue extraer sin límites los recursos nacionales para
fines muy distintos, al bienestar general de sus legítimos propietarios. Ni que
decir de la producción petrolera que diariamente es enviada a Cuba, para ser
revendida posteriormente y servir de ingreso fiscal a la isla.
Por todo esto,
el principal interesado en que no haya cambio político en Venezuela
es el gobierno de La Habana que, aunque sabiendo que ya es imposible extender
su periodo de influencia y control sobre los recursos del país, intenta por
todos los medios prolongar las penurias del pueblo venezolano para sacar la
mejor tajada posible cuando se haga la negociación definitiva. La verdad es que
cualquier similitud con las formas y métodos imperiales no es pura
coincidencia. Por tanto podemos expresar que una cosa es el discurso y otra,
las verdaderas intenciones del poder. La Habana tendrá que explicar muchas
cosas en una transición política en Venezuela.
26-05-19
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