Gonzalo González 29 de mayo de 2019
Hay
suspicacia y pesimismo en muchos sobre la conveniencia de acudir a nuevas
conversaciones con el régimen. El historial del chavismo al respecto justifica
y alienta tales dudas y resquemores.
A Oslo
es correcto asistir, hay que explorar la posibilidad de unos acuerdos
favorables al cambio y también porque nuestros aliados (incluso Trump, sí Trump
oficiosamente) nos los solicitan como trámite necesario.
Por
cierto, es necesario que americanos y europeos hagan converger en velocidad y
contundencia su apoyo al cambio en Venezuela; las disparidades al respecto
limitan y ralentizan los efectos de su rechazo a la usurpación y a la
dictadura.
Sorpresivamente
quienes con más énfasis rechazan las citas noruegas son quienes se desgañitan
diciendo que la única salida a la crisis es una negociación y aducen que el
presidente (e) Guaidó actúa a discreción; tal aserto no es cierto. La decisión
fue consultada con las principales fuerzas de la AN y cumple con aquello de que
todas las opciones están sobre la mesa y forma parte de la Hoja de Ruta
decidida por la Asamblea Nacional en enero. Además, no se trata todavía de una
verdadera negociación, son unos contactos preliminares para explorar las
posibilidades de algún tipo de acuerdo, a las que los demócratas no podemos
negarnos si pueden conducir a una salida constitucional, pacífica y endógena de
la crisis.
Hay
quienes cuestionan que a las mismas se vaya enarbolando como objetivo el cese
de la usurpación y no buscando unos ciertos acuerdos parciales. La gravedad de
la situación nacional demanda soluciones de fondo y no remiendos parciales al
status quo.
La
superación de la crisis pasa necesariamente por la salida de Maduro y del oficialismo
chavista de la conducción del Estado. El actual régimen no solo es el causante
de la tragedia que padece el país, sino que su persistencia e inmovilismo en
materia política y económica provoca la profundización y extensión de la
tragedia en progreso. Por tanto, no hay razón válida para el continuismo, así
lo requiere y entiende la mayoría abrumadora del país. En consecuencia,
cualquier acuerdo que no signifique un cambio en la Jefatura del Estado y de
las políticas aplicadas no será socialmente aceptado.
Con
las dictaduras se negocia las condiciones de su abandono del poder y las
garantías políticas, corporativas y personales del caso, no su continuación ni
tampoco una eventual cohabitación con ella. Así ocurrió aquí con Pérez Jiménez
a última hora, con Pinochet en Chile después del Plebiscito y en otras
ocasiones similares en Latinoamérica
Lo que
no debe ocurrir, pase lo que pase con los encuentros noruegos, es que las
fuerzas democráticas abandonen la presión unitaria y concertada en aras del
cambio. Entendiendo que la presión se puede ejercer desde múltiples escenarios,
por diversas vías y con la mayor creatividad y amplitud posible.
Sigo
creyendo que el régimen chavista está en una posición estratégica de debilidad
por el agotamiento de su proyecto de dominación, por su inviabilidad e
insostenibilidad, y es así porque sus objetivos e intereses son contrarios a
los del país y sus habitantes.
Es
verdad que para muchos esto dura demasiado, pero hay que entender que los
tiempos de la política y los cambios transcurren a velocidades diferentes que
la de los deseos y necesidades colectivas e individuales.
Gonzalo
González
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico