AFP 27 de mayo de 2019
“En mi maleta llevo toda mi vida”, resopla Norbert,
mientras señala su equipaje y las lágrimas le resbalan por las mejillas. En
apenas 100 metros, abandonará su país y alcanzará su tierra prometida,
Colombia.
Norbert se irrita cuando se le pregunta por qué deja
todo atrás, justo antes de cruzar el puente sobre el río Táchira, que marca la
frontera entre Venezuela y Colombia, en teoría cerrada desde hace tres meses.
“¿Pero no ves lo que está pasando aquí, chamo?”,
pregunta. “Lo que gana usted aquí no alcanza para nada. Gano 65.000 bolívares y
un cartón de (30) huevos vale 30.000 bolívares y un kilo de carne 20.000”, dice
Norbert, que va a reunirse con familiares en Bogotá.
Todos los días, decenas de venezolanos emprenden el
mismo camino sin retorno a la vista, atravesando el límite de San Antonio del
Táchira, un pueblo venezolano cuyo encanto principal es ser vecino a Colombia.
Según Naciones Unidas, desde 2015 tres millones de
venezolanos huyeron de la peor crisis económica y política de la historia
reciente del país con las mayores reservas petroleras del mundo.
Las autoridades colombianas estiman que 1,3 millones
se encuentran en su territorio.
En San Antonio y a lo largo de la frontera con
Colombia -de unos 2.200 km- la hemorragia migratoria es solo una parte de la
difícil cotidianidad.
El fronterizo estado de Táchira concentra casi todos
los males de Venezuela: negocios no del todo legales, corrupción, miseria y
violencia. Sus habitantes, como la oposición venezolana y el gobierno
colombiano, afirman que en esta región se refugian miembros de la guerrilla
colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Oficialmente, la frontera con Colombia está cerrada
desde febrero por orden del presidente venezolano Nicolás Maduro, quien impidió
entonces la entrada de la ayuda humanitaria que el opositor Juan Guaidó,
reconocido como mandatario interino por medio centenar de países, buscaba
ingresar a Venezuela.
Pero en la práctica, es un colador.
– Tránsito asegurado –
“Es muy sencillo”, dice Mariela (nombre ficticio),
habitante de San Antonio. La Guardia Nacional, un cuerpo militarizado
venezolano, deja “pasar a los ancianos que van a curarse allá en Colombia y a
los estudiantes también”.
“Si le das 2.000 pesos (colombianos, unos 60 céntimos
de dólar) al guardia te deja pasar. O puedes ir por la trocha”, un paso ilegal,
explica Mariela.
Un poco más allá, María arrastra una bolsa de basura
como equipaje. Viene desde la capital venezolana, a 12 horas en autobús de San
Antonio. “Cada 15 días vengo de Caracas para comprar pañales, porque no se
encuentran”, cuenta.
Desde comienzos de año, los cortes de luz se
multiplicaron en el país, cuyos hospitales carecen de muchas medicinas.
Caracas, hasta entonces privilegiada, se quedó a oscuras durante varios días en
marzo y volvió a tener interrupciones en el suministro más tarde.
Táchira y el vecino estado de Zulia, también
fronterizo con Colombia, sufren escasez de combustibles desde hace una semana.
Maduro atribuye a Estados Unidos y sus sanciones un
daño a la economía de 30.000 millones de dólares. Para la oposición, la crisis
y la escasez de distintos bienes y servicios básicos se debe a la negligencia y
corrupción del gobierno.
– Calles vacías –
Si San Antonio del Táchira bulle de gente, el panorama
es otro en Ureña, 13 km al norte y también conectada por un puente con una
ciudad colombiana, Cúcuta.
Allí, la crisis se ha ensañado con comercios y
restaurantes. Calles enteras se ven vacías sin los comerciantes ni los
habitantes que hace unos años les daban vida.
Una residente, que prefiere anonimato, dice que las
autoridades locales decretaron un toque de queda a las 18H00 (22H00 GMT), según
ella, debido a “las bandas armadas y el ELN”. Imposible de confirmarlo en el
terreno, pero la presencia de guerrilleros en la región es denunciada por el
ejército colombiano, aunque negada por Caracas.
En Ureña, el único movimiento está alrededor del
puente fronterizo, donde pequeños grupos de personas van y vienen entre los dos
países. Una de ellas asegura que también allí dar 2.000 pesos colombianos a un
guardia venezolano sirven de salvoconducto para pasar “sin problema”.
Lisa (nombre cambiado) llega cargada de leche desde el
lado colombiano, con su hija de tres años y medio.
“Me da miedo darle leche venezolana a la chama
(niña)”, cuenta. “No hay luz y no hay refrigeración, la leche se pone mala,
pero te la venden igual”, lamenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico