Por Andrés Cañizález
Hace ya unos tres lustros,
en los primeros años del chavismo, sostuve una discusión con una renombrada
profesora. Yo fomentaba, entonces, la necesidad de que hubiese una
discusión ética sobre el ejercicio periodístico de Venezuela,
justamente en años –como ahora- de fragor y conflictividad.
Palabras más, palabras
menos, la profesora zanjó el asunto diciendo que una vez que volviéramos a la
normalidad en Venezuela, entonces –y sólo entonces- se discutiría de ética.
Aquello fue hace 15 años.
La normalidad, en
verdad, nunca llegó y si soy franco tampoco se ve a la vuelta de la esquina. Al
contrario, parece esta signado este tiempo venezolano, a vivir en medio de la
conflictividad y la incertidumbre. Se trata, en realidad, de un tiempo más que
propicio para la discusión ética.
El cómo nos comportamos los
periodistas en una situación de normalidad sin duda pudiera ser interesante,
claro que lo sería si viviésemos en Suecia o Finlandia. Pero al vivir en
Venezuela, en realidad la discusión cobra un nuevo sentido.
Si nos enfrentamos a una
dictadura y queremos denunciar todos sus excesos y las duras consecuencias que
este régimen perjudica a la población ¿entonces no tenemos límite alguno? Es un
asunto crucial definir de qué lado se está ante este quid.
Poco menos que asombrado leo
mensajes en las redes sociales de personas, que se dicen periodistas, pero que
hoy celebran que a figuras como Rodríguez Torres se le violen
sus derechos humanos. Este señor debe ser castigado, sin duda alguna, pero
que sea violentado, incomunicado o torturado no será nunca motivo de regocijo
bajo la excusa de que él hacía lo mismo.
No, no todo se vale. Si
combatimos una dictadura pero terminamos cooptados por la lógica represiva del
régimen entonces habremos perdido.
No todo se vale, cuando
opino, y tampoco todo se vale al momento de tomar y difundir imágenes,
asumiendo obviamente que se trata de un ejercicio profesional, también
enmarcado dentro de pautas éticas.
Hace poco la laureada
activista de la sociedad civil, Susana Raffalli, llamaba a que se
pusiera coto a la difusión de imágenes crudas sobre la desnutrición y sus
secuelas en niños, especialmente cuando éstos están dentro de instituciones
públicas en Venezuela.
Explicaba Susana que si bien
hay un interés en denunciar lo atroz de la situación, una vez que se difunde y
la imagen permite saber el lugar, el contexto en el cual se hicieron las
fotografías, acto seguido vienen castigos para los ya de por sí afectados.
Hacerse consciente de que
cualquier cosa que publico, sean imágenes o textos, tiene consecuencias es
tal vez el gran aprendizaje para cualquier periodista o fotógrafo. Pensar que
la responsabilidad sólo llega hasta la hora de difusión, y que luego cada quién
acarree con lo que le corresponda, es sin duda no ético. La ética, para decirlo
rápido, es colocarme en los zapatos del otro.
Difundir una imagen, cruda,
dolorosa, de un niño desnutrido puede ser de ayuda. Obviamente si el fin no es
el mero sensacionalismo.
En una situación normal
yo pondría el valor de la imagen como denuncia por encima de otras
consideraciones. Sin embargo, estamos ante un régimen cínico y represivo. Se
sanciona al niño fotografiado y su familia. Es una manera de enviar un mensaje
para que otros no lo hagan, para que otros no denuncien las carencias.
Interpreto lo que dice
Susana no como una llamado a la autocensura, nada de eso. Se trata de
reflexionar cuando se tenga la cámara en la mano, cuando se esté a punto de
difundir. Hacernos la pregunta de rigor: ¿cómo afectará al otro, a ese que está
fotografiado o entrevistado, lo que voy a publicar?
La ética de los grandes
medios
Esa pregunta es la que
también debió hacerse The New York Times cuando reveló el pasado 4 de mayo la
historia de una pequeña comunidad en Honduras, que se enfrentó a la pandilla más
poderosa de Mesoamérica y de buena parte de los Estados Unidos: la Mara
Salvatrucha 13 (MS13).
Las personas mencionadas y
fotografiadas por el diario estadounidense han denunciado que esa publicación
ha puesto en riesgo, más de lo que ya están, sus vidas. Dicen que las fotos
fueron tomadas sin consentimiento y que nunca autorizaron al periodista a
publicar sus nombres. Esto lo leo en revistafactum.com
Este caso de Honduras, y lo
que puso de relieve Susana Raffalli, me confirman lo que ya percibía desde hace
largos años. Justamente cuando estamos en crisis, en el fragor del conflicto y
del dolor que emana de ese conflicto, es cuando más debemos discutir sobre
nuestro quehacer. A fin de cuentas, la ética no queda en suspenso.
Foto: Tyler Hicks/The New York Times
28-05-19
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