Por Simón García
Los hechos socavan la ruta
de la oposición para cesar la usurpación. Mengua la súbita y mayoritaria
convicción en ella. La promesa del día D se aplaza recurrentemente y nos planta
perplejos ante el error. La realidad contraviene al pregón inmediatista del
cambio fácil y la zanahoria del falta poco se decolora. Las ilusiones comienzan
a colgar de las espaldas.
Situación paradójica porque
el país rechaza con más fuerza el colapso que le impone el régimen. La gente
ahueca su dura brega por la subsistencia para avivar esperanzas. El pueblo
está dispuesto a soportar su carga en las sanciones a cambio de su efectividad
contra el régimen, testaferros y familiares cuyos lujos, en los países
sancionadores, ofenden. Esa disposición obliga, ética y humanamente, a no
tratar el incremento en pérdida de vidas como simple daño colateral en una
sociedad en la que el régimen nos llevó a la condición de sector vulnerable a
todos.
No pueden negarse los
avances obtenidos con Guaidó ni proclamar sustituciones de ficción. Tampoco
tolerar que los errores alcancen a los éxitos. Ese riesgo existe. Se
multiplican llamados a introducir ajustes en la ruta y en la estrategia. Ni el
23 de febrero ni el 30 de abril son el camino. Tampoco recomponer amenazas
invocando una intervención militar extranjera, que no es creíble para Maduro ni
eficaz para atraer a nuestro ejército pasándoles una película donde las miles
de lápidas, solo en el raspado quirúrgico de Fuerte Tiuna, tendrían nombres en
español.
El sentido común, las
matemáticas y la política aconsejan descartar la violencia y acordar, entre
venezolanos, una solución política para resolver la contradicción entre el
conjunto del país y la permanencia de un régimen que lo destruye.
Es necesario retomar la
iniciativa política; recuperar la movilización con sentido de organización y
enraizada en la defensa de derechos confiscados a la gente; sustituir el
quiebre de la Fuerza Armada por un diseño compartido acerca de su rol en el
restablecimiento de la vigencia de la Constitución y sus nuevas
responsabilidades en la reconstrucción y gobernabilidad del país. Pero hay
que debatir, dejar de eludir el análisis sobre la ruta, los cambios en la
estrategia de cambio y el empeño por formular una política transicional
ajustada a las peculiaridades que hacen de Venezuela un caso singular.
Lo novedoso en la situación
es que el pensamiento extremista está disminuyendo su predominio en la
conducción de la oposición porque Guaidó no se deja dirigir desde el asiento de
atrás y es un radical con freno de mano. Ahora se puede proceder a levantar la
exclusión de los moderados y a que Guaidó, entretejiendo una gran coalición
alternativa, pase de líder de toda la oposición a líder de todo el país. Ese
giro en discurso y propuestas lo solicita un amplio abanico de sectores que
están fuera de la pugna interna en la oposición. Figuras como Ugalde y
Virtuoso, los firmantes del documento de Provea, las organizaciones sociales
que se reunieron en el Palacio de las Academias. Puntas de un clamor
subterráneo a favor de cambio pacífico, entendimiento plural y elecciones
libres.
Guaidó y la Asamblea
Nacional pueden manejar la negociación, alineados con la comunidad
internacional, como un tablero que no contradice sino que potencia a los otros. Romper
la incoherencia entre debilitar la negociación en el discurso, mientras
acertadamente se exploran acuerdos para que el gobierno no pueda seguir
bloqueando la apertura de una transición que interesa a todos porque conviene
al país.
26-05-19
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