Francisco Fernández-Carvajal 23 de mayo de 2019
—
Jesús, «el amigo que nunca traiciona». En Él aprendemos el verdadero sentido de
la amistad.
— La
amistad es un gran bien humano que podemos sobrenaturalizar. Cualidades de la
verdadera amistad.
—
Apostolado con los amigos.
I. Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos (...). Ya no os llamo siervos (...), a
vosotros os llamo amigos1,
nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa.
Jesús
es nuestro Amigo. En Él encontraron los Apóstoles su mejor amistad. Era alguien
que les quería, con quien podían comunicar sus penas y alegrías, a quien podían
preguntar con entera confianza. Sabían bien lo que deseaba expresar cuando les
decía: amaos los unos a los otros... como Yo os he amado2.
Las hermanas de Lázaro no encuentran mejor título que el de la amistad para
solicitar su presencia: tu amigo está enfermo3,
le mandan decir. Es el mayor argumento que tienen a mano.
Jesús
buscó y facilitó la amistad a todos aquellos que encontró por los caminos de
Palestina. Aprovechaba siempre el diálogo para llegar al fondo de las almas y
llenarlas de amor. Y además de su infinito amor por todos los hombres,
manifestó su amistad con personas bien determinadas: los Apóstoles, José de Arimatea,
Nicodemo, Lázaro y su familia... Al mismo Judas no le negó el honroso título
de amigo en el mismo momento en que este le entregaba en manos
de sus enemigos. Estimaba mucho la amistad de sus amigos; a Pedro le preguntará
después de las negaciones: ¿me amas?4,
¿eres mi amigo?, ¿puedo confiar en ti? Y le entrega su Iglesia: Apacienta
mis corderos... apacienta mis ovejas.
«Cristo,
Cristo resucitado, es el compañero, el Amigo. Un compañero que se deja ver solo
entre sombras, pero cuya realidad llena toda nuestra vida, y que nos hace
desear su compañía definitiva»5.
Él, que ha compartido nuestra vida, quiere compartir también nuestras
cargas: Yo os aliviaré6,
nos dice a todos. Es el mismo que desea ardientemente que compartamos su gloria
por toda la eternidad.
Jesucristo
es el Amigo que nunca traiciona7,
que cuando vamos a verle, a hablarle, está siempre disponible, que nos espera
con el mismo calor de bienvenida, aunque por nuestra parte haya habido olvido y
frialdad. Él ayuda siempre, anima siempre, consuela en toda ocasión.
La
amistad con el Señor, que nace y se acrecienta en la oración y en la digna
recepción de los sacramentos, nos hace entender mejor el significado de la
amistad humana, que la Sagrada Escritura califica como un tesoro: Un
amigo fiel –dice el Eclesiastés– es poderoso
protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo
fiel; su precio es incalculable8.
Los Apóstoles aprendieron de Cristo el verdadero sentido de la amistad. Y
los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo San Pablo tuvo
muchos amigos, a quienes quería entrañablemente, los echa de menos cuando están
ausentes y se llena de alegría cuando tiene noticias de ellos9.
La antigüedad cristiana nos ha dejado testimonios de grandes amistades entre
los primeros hermanos en la fe.
II. El
trato diario y la amistad con Jesucristo nos llevan a una actitud abierta,
comprensiva, que aumenta la capacidad de tener amigos. La oración afina el alma
y la hace especialmente apta para comprender a los demás, aumenta la
generosidad, el optimismo, la cordialidad en la convivencia, la gratitud...,
virtudes que facilitan al cristiano el camino de la amistad.
La
amistad verdadera es desinteresada, pues más consiste en dar que en recibir; no
busca el provecho propio, sino el del amigo: «El amigo verdadero no puede
tener, para su amigo, dos caras: la amistad, si ha de ser leal y sincera, exige
renuncias, rectitud, intercambio de favores, de servicios nobles y lícitos. El
amigo es fuerte y sincero en la medida en que, de acuerdo con la prudencia
sobrenatural, piensa generosamente en los demás, con personal sacrificio. Del
amigo se espera la correspondencia al clima de confianza, que se establece con
la verdadera amistad; se espera el reconocimiento de lo que somos y, cuando sea
necesaria, también la defensa clara y sin paliativos»10.
Para
que haya verdadera amistad es necesario que exista correspondencia, es preciso
que el afecto y la benevolencia sean mutuos11.
Si es verdadera, la amistad tiende siempre a hacerse más fuerte: no se deja
corromper por la envidia, no se enfría por las sospechas, crece en la
dificultad12, «hasta sentir al amigo como otro yo, por lo que dice San
Agustín: Bien dijo de su amigo el que le llamó la mitad de su alma»13.
Entonces se comparten con naturalidad las alegrías y las penas.
La
amistad es un bien humano y, a su vez, ocasión para desarrollar muchas virtudes
humanas, porque crea «una armonía de sentimientos y gustos que prescinde del
amor de los sentidos, pero, en cambio, desarrolla hasta grados muy elevados, e
incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo al amigo. Creemos –enseñaba
Pablo VI– que los encuentros (...) dan ocasión a almas nobles y virtuosas para
gozar de esta relación humana y cristiana que se llama amistad. Lo cual supone
y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía, la solidaridad y,
especialmente, la posibilidad de mutuos sacrificios»14.
El
buen amigo no abandona en las dificultades, no traiciona; nunca habla mal del
amigo, ni permite que, ausente, sea criticado, porque sale en su defensa.
Amistad es sinceridad, confianza, compartir penas y alegrías, animar, consolar,
ayudar con el ejemplo.
III. A lo
largo de los siglos, la amistad ha sido un camino por el que muchos hombres y
mujeres se han acercado –se están acercando– a Dios y han alcanzado el Cielo.
Es un sendero natural y sencillo, que elimina muchos obstáculos y dificultades.
El Señor tiene en cuenta con frecuencia este medio para darse a conocer. Los
primeros que le conocieron fueron a comunicar esta buena nueva a quienes
amaban. Andrés trajo a Pedro, su hermano; Felipe, a su amigo Natanael; Juan
seguramente llevó al Señor a su hermano Santiago...
Así se
difundió la fe en Cristo en la primera cristiandad: a través de los hermanos,
de padres a hijos, de los hijos a los padres, del siervo a su señor y a la
inversa, del amigo al amigo. La amistad es una base excepcional para dar a
conocer a Cristo, porque es el medio natural para comunicar sentimientos,
compartir penas y alegrías de quienes están junto a nosotros por razones de
familia, de trabajo, de aficiones...
Es
propio de la amistad dar al amigo lo mejor que se posee. Nuestro más alto valor,
sin comparación posible, es el haber encontrado a Cristo. No tendríamos
verdadera amistad si no comunicáramos el inmenso don de nuestra fe cristiana.
Nuestros amigos deben encontrar en nosotros, los cristianos que quieren seguir
de cerca a Jesús, apoyo y fortaleza y un sentido sobrenatural para su vida. La
seguridad de encontrar comprensión, interés, atención les moverá a abrir su
corazón confiadamente, con la seguridad de que se les quiere, de que se está
dispuesto a ayudarles. Y esto, mientras realizamos nuestras tareas normales de
todos los días, procurando ser ejemplares en la profesión o en el estudio,
fomentando siempre la amistad, estando abiertos al trato y al afecto con todos,
impulsados por la caridad.
La
amistad nos lleva a iniciar a nuestros amigos en una verdadera vida cristiana
si están lejos de la Iglesia, o a que reemprendan el camino que un mal día
abandonaron, si dejaron de practicar la fe que recibieron. Con paciencia y
constancia, sin prisa, sin pausa, se irán acercando al Señor, que les espera.
En ocasiones podremos hacer junto con ellos un rato de oración, una obra de
misericordia visitando a un enfermo o a una persona necesitada, les pediremos
que nos acompañen a hacer una visita a Jesús sacramentado... Cuando sea
oportuno les hablaremos del sacramento de la misericordia divina, la Confesión,
y les ayudaremos a prepararse para recibirlo. ¡Cuántas confidencias al abrigo
de la amistad son caminos abiertos al apostolado por el Espíritu Santo! «Esas
palabras, deslizadas tan a tiempo en el oído del amigo que vacila; aquella
conversación orientadora, que supiste provocar oportunamente; y el consejo
profesional, que mejora su labor universitaria; y la discreta indiscreción, que
te hace sugerirle insospechados horizontes de celo... Todo eso es “apostolado
de la confidencia”»15.
La
amistad todo lo puede con la ayuda de la gracia; ayuda que debemos implorar del
Señor con oración y mortificación. Como nunca les hemos ocultado nuestra fe en
Cristo, les parecerá natural que les hablemos con frecuencia de lo más esencial
de nuestra vida, lo mismo que ellos nos hablan de los asuntos que consideran de
más importancia.
El
Señor desea que tengamos muchos amigos porque es infinito su amor por los
hombres y nuestra amistad es un instrumento para llegar a ellos. ¡Cuántas
personas con las que cada día nos relacionamos están esperando, aun sin
saberlo, que les llegue la luz de Cristo! ¡Qué alegría la nuestra cada vez que
un amigo nuestro se hace amigo del Amigo!
Jesús,
que pasó haciendo el bien16,
y que se ganó el corazón de tantas personas, es nuestro Modelo. Así hemos de
pasar nosotros por la familia, el trabajo, los vecinos, los amigos. Hoy es un
día oportuno para que nos preguntemos si las personas que habitualmente se
relacionan con nosotros se sienten movidas por nuestro ejemplo y nuestra
palabra a estar más cerca del Señor, si nos preocupa su alma, si se puede decir
con verdad que, como Jesús, estamos pasando por su vida haciendo el bien.
1 Jn 15,
13-15. —
2 Jn 13,
34; 15, 12. —
3 Jn 11,
3. —
4 Jn 21,
16. —
5 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 116. —
6 Mt 11,
28. —
7 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 88. —
8 Ecl 6,
14. —
9 Cfr. 2
Cor 2, 13. —
10 San
Josemaría Escrivá, Carta, 11-III-1940, citado por J. Cardona en Gran
Enciclopedia Rialp, voz Amistad II. —
11 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2 q. 23, a. 1. —
12 Cfr. Beato
Elredo, Trat. sobre la amistad espiritual, 3. —
13 Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 28, a. 1. —
14 Pablo
VI, Alocución, 26-VII-1978. —
15 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 973. —
16 Hech 10,
38.
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