Thays Peñalver 07 de septiembre de 2019
@thayspenalver
Venezuela chocó contra el iceberg y escorada hace
aguas. Es
hoy un Estado fracasado. Mientras escribo estas líneas el salario mínimo
venezolano es menor a dos euros al mes y el trabajador gana el 10% de sus pares
etíopes, menos de un tercio que un cubano o la mitad que un ruandés. Nadie
habría sospechado jamás que un haitiano ganaría al día lo que un venezolano al
mes.
En las redes sociales las discusiones entre los
seguidores del régimen son ya surrealistas: una trabajadora pública se queja de
que el kilo de carne cuesta más que su sueldo al mes, mientras un funcionario
le responde que están vendiendo un “combo”, de un kilo de carne y otro de
hueso, por ese monto y que se apure, no sin antes decirle “seguimos venciendo”.
Si el régimen comunista lo hizo a propósito o no, poco
importa. La institución de la moneda ya no existe, simplemente ha desaparecido
y en los barrios populares son los dólares los que se transan.
Quiso el destino que la revolución socialista
bolivariana devastara el bolívar y ahora todos los venezolanos tengan a George
Washington en sus bolsillos, mientras ya existen tres clases sociales:
la minoría gobernante que exhibe sin pudor sus coches nuevos y sus compras en
bodegones; la clase al estilo cubano de los ricos del fly, es
decir, quienes reciben alguna remesa desde el exterior o quema sus últimos
ahorros; y la gigantesca masa arruinada.
Se cumplió pues el pronóstico de George W.
Bush en sus memorias (Crown/Archetype 2010) cuando escuchó los
insultos del venezolano y su célebre “váyanse para el carajo yankees de
m…da”. “Se convertirá en el Robert Mugabe de Suramérica”,
dijo.
El chavismo jamás se preparó para cuando los “gringos”
se marcharan a su “home”. Dos millones y medio de barriles fueron sacados del
mercado sin hacer la menor mella en el planeta y, de hecho, desde que salió el
último barril venezolano a Estados Unidos en abril, el precio ha bajado siete
dólares y la gasolina en los coches americanos es hoy más barata.
De lo que nunca se dio cuenta el chavismo es que
cuando Bush escuchó las amenazas de los suicidas revolucionarios, sí cumplió su
promesa de independizarse de nuestro petróleo. Comenzaron a producir de cinco
millones, cuando el revolucionario los amenazó, a 12,5 millones de barriles
diarios.
El chavismo no entendió jamás que sus amenazas eran lo
mejor que podían escuchar sus competidores y por eso el millón y medio de
barriles de Venezuela fueron sustituidos por los canadienses y el otro medio
millón por “los amigos rusos”.
El problema de la idiotez revolucionaria no radicaba
en que invadieran Venezuela, como sostenía la retórica tercermundista, sino en
lo contrario, en que Venezuela dejara de importar, como sucedió. Y el asunto
empeoró cuando el enloquecido revolucionario amenazó a España con cortar el
suministro, si ganaba el Partido Popular, o Alemania, si aplicaba mayores
controles con los refugiados.
Los suicidas revolucionarios no se dieron cuenta que
cuando Hugo Chávez amenazó con usar el petróleo como arma
política, para extorsionar a gobiernos por políticas internas, hasta sus socios
más cercanos pusieron sus barbas en remojo.
Los chinos y brasileños simplemente descartaron a
Venezuela entre sus inversiones en refinación y ningún país se prestaría para acoger
barriles políticos. De hecho, los chinos incluso optaron por revender buena
parte de los barriles venezolanos en Singapur y no comprometerse a recibirlos
para su consumo.
Gracias a las amenazas suicidas, el chavismo había
convertido a la industria petrolera venezolana en Chernóbil con barriles
demasiado radioactivos para ser queridos por alguien o para comprometerse a
largo plazo. Cuando llegó Trump,
cuando se suponía que había que dar el salto al socialismo, la revolución era
un cascarón vacío.
Pero el problema del hundimiento de Venezuela es mucho
más grave de lo que se puede ver porque la nación está intervenida. Guste o no,
los venezolanos dejamos de ser sujetos activos, para ser simplemente convidados
de piedra.
Mientras eso ocurre, los países vecinos, como los
barcos que acudieron al rescate del Titanic, hicieron su mejor esfuerzo rescatando
a los millones que llegaron y ahora empiezan lógicamente a cerrar sus
fronteras. En breve lo hará Colombia pues ya no cabe un alma venezolana más que
alimentar. Comenzará a partir del último trimestre del 2019 una olla de presión
de consecuencias impredecibles, cuando ya no hay recursos para nada. Los
últimos kilos de carne y hueso, alcanzarán para pocos.
Ahora bien, el problema más grave radica en la
parálisis. El régimen ya acomodó su retórica del bloqueo que, como en el caso
cubano, es una perfecta excusa para no actuar. La realidad es que en el seno
del régimen nadie debate su realidad, que no es otra que la industria petrolera
necesita miles de millones de una inversión que no existirá mientras no se
vayan. En realidad, la visión de país es la misma de Mugabe.
Del otro lado, en las fuerzas democráticas, ya ha
comenzado a mermar la emoción inicial, el asombro al no poder, por carecer de
la fuerza necesaria, cumplir con la promesa de sacar al régimen y el
estancamiento, propio de quienes se enfrentan a un entramado que pretende
sobrevivir como sea y no una simple dictadura, como muchos pensaban.
Por eso el silencio de la inacción política de ambas
partes en realidad hiela la sangre, mientras que lo aprovechan quienes
urgen una salida rápida, que solo existe en las mentes de quienes con desespero
ven en el hundimiento una invasión liberadora.
Mientras la oposición debate sobre lo irreal, el
régimen sabe muy bien que sería más factible que llegara una invasión de
Narnia, que una de Latinoamérica. El régimen sabe muy bien que no hay disposición
en Latinoamérica, sabe perfectamente que Mauricio Macri no
puede acudir en
plena campaña electoral a pedir permiso al Congreso para enviar –
supongamos a Brasil- a las fuerzas de despliegue rápido. Sabe también que Bolsonaro,
con una popularidad menguada, jamás haría lo mismo en el Congreso con sus
fuerzas armadas, pero además solicitando permiso para estacionar
temporalmente a miles de tropas extranjeras en su territorio. Y que todos
ellos y sus congresos respectivos aprobaran la intervención, para sacar a un
dictador.
Estados Unidos ha cambiado radicalmente su discurso,
que pasó de la “opción militar sobre la mesa” al famoso starve the
economy of cash, intentado en Panamá. Para ver si pueden forzar una
negociación. Si esa es la teoría, en la práctica y para quienes vivimos en
Venezuela, es como vivir la “eutanasia económica” de toda una nación. Porque
frente a esto, el mugabismo simplemente reenfoca sus pocos
recursos a su aparato, abandonando al resto a su suerte.
La realidad es que Venezuela necesitaría hoy intentar
todas las demás opciones sobre la mesa, incluidas las opciones de Zimbabue: avanzar
quizás a un gobierno de unidad nacional o una salida a la
chilena. Pero una de las partes ha demostrado, con
persecuciones y amenazas permanentes, que no está siquiera medianamente
dispuesta a intentar una salida al problema, que es de hecho la única solución
que puede existir para detener el hundimiento. De allí la inmovilidad.
Por eso quienes lideran el movimiento libertario de
Venezuela atraviesan su momento más complicado. Hoy se encuentra inmovilizada
por los cambios de la comunidad internacional, la actitud complaciente de otros
actores internacionales y el escaso margen de maniobra que le deja el régimen,
además de constantes ataques certeros de grupos que lógicamente claman
desesperados por respuestas que no se tienen.
Venezuela se dirige a un destino cierto. Luego de
chocar directamente contra el iceberg, ahora se hunde y muy probablemente, si
no ocurre algo que cambie el panorama, terminará en el fondo del gélido océano,
junto a los restos carcomidos por el óxido de las revoluciones de Mozambique,
Etiopía, Angola o Somalia. Es decir, junto al resto de las revoluciones
de Fidel.
Y así, como si de un gobierno malo se tratara en
enemigo a vencer, al gobierno interino le toca afrontar el peor problema, como
lo es la visión mayoritaria de los venezolanos que sienten que su futuro ya no
está en Venezuela. Y si esto es así, si el futuro está en otra parte, entonces
no habrá razones para movilizar los esfuerzos necesarios para luchar.
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