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lunes, 9 de septiembre de 2019

El hundimiento de Venezuela, por @thayspenalver




Thays Peñalver 07 de septiembre de 2019
@thayspenalver

Venezuela chocó contra el iceberg y escorada hace aguas. Es hoy un Estado fracasado. Mientras escribo estas líneas el salario mínimo venezolano es menor a dos euros al mes y el trabajador gana el 10% de sus pares etíopes, menos de un tercio que un cubano o la mitad que un ruandés. Nadie habría sospechado jamás que un haitiano ganaría al día lo que un venezolano al mes.

En las redes sociales las discusiones entre los seguidores del régimen son ya surrealistas: una trabajadora pública se queja de que el kilo de carne cuesta más que su sueldo al mes, mientras un funcionario le responde que están vendiendo un “combo”, de un kilo de carne y otro de hueso, por ese monto y que se apure, no sin antes decirle “seguimos venciendo”.

Si el régimen comunista lo hizo a propósito o no, poco importa. La institución de la moneda ya no existe, simplemente ha desaparecido y en los barrios populares son los dólares los que se transan.

Quiso el destino que la revolución socialista bolivariana devastara el bolívar y ahora todos los venezolanos tengan a George Washington en sus bolsillos, mientras ya existen tres clases sociales: la minoría gobernante que exhibe sin pudor sus coches nuevos y sus compras en bodegones; la clase al estilo cubano de los ricos del fly, es decir, quienes reciben alguna remesa desde el exterior o quema sus últimos ahorros; y la gigantesca masa arruinada.

Se cumplió pues el pronóstico de George W. Bush en sus memorias (Crown/Archetype 2010) cuando escuchó los insultos del venezolano y su célebre “váyanse para el carajo yankees de m…da”. “Se convertirá en el Robert Mugabe de Suramérica”, dijo.

El chavismo jamás se preparó para cuando los “gringos” se marcharan a su “home”. Dos millones y medio de barriles fueron sacados del mercado sin hacer la menor mella en el planeta y, de hecho, desde que salió el último barril venezolano a Estados Unidos en abril, el precio ha bajado siete dólares y la gasolina en los coches americanos es hoy más barata.

De lo que nunca se dio cuenta el chavismo es que cuando Bush escuchó las amenazas de los suicidas revolucionarios, sí cumplió su promesa de independizarse de nuestro petróleo. Comenzaron a producir de cinco millones, cuando el revolucionario los amenazó, a 12,5 millones de barriles diarios.

El chavismo no entendió jamás que sus amenazas eran lo mejor que podían escuchar sus competidores y por eso el millón y medio de barriles de Venezuela fueron sustituidos por los canadienses y el otro medio millón por “los amigos rusos”.

El problema de la idiotez revolucionaria no radicaba en que invadieran Venezuela, como sostenía la retórica tercermundista, sino en lo contrario, en que Venezuela dejara de importar, como sucedió. Y el asunto empeoró cuando el enloquecido revolucionario amenazó a España con cortar el suministro, si ganaba el Partido Popular, o Alemania, si aplicaba mayores controles con los refugiados.

Los suicidas revolucionarios no se dieron cuenta que cuando Hugo Chávez amenazó con usar el petróleo como arma política, para extorsionar a gobiernos por políticas internas, hasta sus socios más cercanos pusieron sus barbas en remojo.

Los chinos y brasileños simplemente descartaron a Venezuela entre sus inversiones en refinación y ningún país se prestaría para acoger barriles políticos. De hecho, los chinos incluso optaron por revender buena parte de los barriles venezolanos en Singapur y no comprometerse a recibirlos para su consumo.

Gracias a las amenazas suicidas, el chavismo había convertido a la industria petrolera venezolana en Chernóbil con  barriles demasiado radioactivos para ser queridos por alguien o para comprometerse a largo plazo. Cuando llegó Trump, cuando se suponía que había que dar el salto al socialismo, la revolución era un cascarón vacío.

Pero el problema del hundimiento de Venezuela es mucho más grave de lo que se puede ver porque la nación está intervenida. Guste o no, los venezolanos dejamos de ser sujetos activos, para ser simplemente convidados de piedra.

Mientras eso ocurre, los países vecinos, como los barcos que acudieron al rescate del Titanic, hicieron su mejor esfuerzo rescatando a los millones que llegaron y ahora empiezan lógicamente a cerrar sus fronteras. En breve lo hará Colombia pues ya no cabe un alma venezolana más que alimentar. Comenzará a partir del último trimestre del 2019 una olla de presión de consecuencias impredecibles, cuando ya no hay recursos para nada. Los últimos kilos de carne y hueso, alcanzarán para pocos.

Ahora bien, el problema más grave radica en la parálisis. El régimen ya acomodó su retórica del bloqueo que, como en el caso cubano, es una perfecta excusa para no actuar. La realidad es que en el seno del régimen nadie debate su realidad, que no es otra que la industria petrolera necesita miles de millones de una inversión que no existirá mientras no se vayan. En realidad, la visión de país es la misma de Mugabe.

Del otro lado, en las fuerzas democráticas, ya ha comenzado a mermar la emoción inicial, el asombro al no poder, por carecer de la fuerza necesaria, cumplir con la promesa de sacar al régimen y el estancamiento, propio de quienes se enfrentan a un entramado que pretende sobrevivir como sea y no una simple dictadura, como muchos pensaban.

Por eso el silencio de la inacción política de ambas partes en realidad hiela la sangre, mientras que lo aprovechan  quienes urgen una salida rápida, que solo existe en las mentes de quienes con desespero ven en el hundimiento una invasión liberadora.

Mientras la oposición debate sobre lo irreal, el régimen sabe muy bien que sería más factible que llegara una invasión de Narnia, que una de Latinoamérica. El régimen sabe muy bien que no hay disposición en Latinoamérica, sabe perfectamente que Mauricio Macri no puede acudir en plena campaña electoral a pedir permiso al Congreso para enviar – supongamos a Brasil- a las fuerzas de despliegue rápido. Sabe también que Bolsonaro, con una popularidad menguada, jamás haría lo mismo en el Congreso con sus fuerzas armadas, pero además solicitando permiso para estacionar temporalmente  a miles de tropas extranjeras en su territorio. Y que todos ellos y sus congresos respectivos aprobaran la intervención, para sacar a un dictador.

Estados Unidos ha cambiado radicalmente su discurso, que pasó de la “opción militar sobre la mesa” al famoso starve the economy of cash, intentado en Panamá. Para ver si pueden forzar una negociación. Si esa es la teoría, en la práctica y para quienes vivimos en Venezuela, es como vivir la “eutanasia económica” de toda una nación. Porque frente a esto, el mugabismo simplemente reenfoca sus pocos recursos a su aparato, abandonando al resto a su suerte.

La realidad es que Venezuela necesitaría hoy intentar todas las demás opciones sobre la mesa, incluidas las opciones de Zimbabue: avanzar quizás a un gobierno de unidad nacional o una salida a la chilena. Pero una de las partes ha demostrado, con persecuciones y amenazas permanentes, que no está siquiera medianamente dispuesta a intentar una salida al problema, que es de hecho la única solución que puede existir para detener el hundimiento. De allí la inmovilidad.

Por eso quienes lideran el movimiento libertario de Venezuela atraviesan su momento más complicado. Hoy se encuentra inmovilizada por los cambios de la comunidad internacional, la actitud complaciente de otros actores internacionales y el escaso margen de maniobra que le deja el régimen, además de constantes ataques certeros de grupos que lógicamente claman desesperados por respuestas que no se tienen.

Venezuela se dirige a un destino cierto. Luego de chocar directamente contra el iceberg, ahora se hunde y muy probablemente, si no ocurre algo que cambie el panorama, terminará en el fondo del gélido océano, junto a los restos carcomidos por el óxido de las revoluciones de Mozambique, Etiopía, Angola o Somalia. Es decir, junto al resto de las revoluciones de Fidel.

Y así, como si de un gobierno malo se tratara en enemigo a vencer, al gobierno interino le toca afrontar el peor problema, como lo es la visión mayoritaria de los venezolanos que sienten que su futuro ya no está en Venezuela. Y si esto es así, si el futuro está en otra parte, entonces no habrá razones para movilizar los esfuerzos necesarios para luchar.


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