Francisco Fernández-Carvajal 09 de septiembre
de 2019
@hablarcondios
— El Señor, desde el Cielo, sigue intercediendo por
nosotros. Su oración es siempre eficaz.
— Frutos de la oración.
— Las oraciones vocales.
I. Se lee en el
Santo Evangelio1 que
Cristo salió al monte a orar, y pasó toda la noche en oración. Al
día siguiente, eligió a los Doce Apóstoles. Es la oración de Cristo por la
Iglesia incipiente.
En muchos lugares evangélicos se nos muestra Cristo
unido a su Padre Celestial en una íntima y confiada plegaria. Convenía también
que Jesús, perfecto Dios y Hombre perfecto, orase para darnos ejemplo de
oración humilde, confiada, perseverante, ya que Él nos mandó orar siempre, sin
desfallecer2, sin dejarse vencer por el cansancio, de la misma manera que
se respira incesantemente.
Jesús hizo peticiones al Padre, y su oración siempre
fue escuchada3. Sus discípulos conocían bien este poder de la oración del
Señor. Después de la muerte de Lázaro, la hermana de este, Marta, le dijo a
Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano;
pero sé que cuanto pidas a Dios, te lo otorgará4.
En el momento de la resurrección de Lázaro, Jesús levantó los ojos al
cielo y dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre
me escuchas5.
Por Pedro rogará antes de la Pasión: Simón, Simón, le
advierte, Satanás os busca para zarandearos como el trigo; pero yo he
rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma
a tus hermanos6.
Y Pedro se convirtió después de su caída. Igualmente, había rogado por los
Apóstoles y por todos los fieles cristianos en la Última Cena: No pido
que los saques del mundo, sino que los guardes del mal... Santifícalos en la
verdad...7. Jesús conoce el abatimiento en el que van a caer sus
discípulos pocas horas más tarde, pero su oración los sostendrá; les obtendrá
fuerzas para ser fieles hasta dar la vida por el Maestro.
En esta oración sacerdotal de la Última Cena suplica
el Señor a su Padre por todos los que han de creer en Él a través de los
siglos. Pidió el Señor por nosotros, y su gracia no nos falta. «Cristo vivo nos
sigue amando todavía ahora, hoy, y nos presenta su corazón como la fuente de
nuestra redención: Semper vivens ad interpellandum pro nobis (Heb 7,
25), En todo momento nos envuelve, a nosotros y al mundo entero, el amor de
este corazón que tanto ha amado a los hombres y que es tan poco correspondido
por ellos»8. Procuremos nosotros corresponder mejor.
Desde el Cielo, Jesucristo, «sentado a la derecha del
Padre»9, intercede por quienes somos miembros de su Iglesia, y
«permanece siempre siendo nuestro abogado y nuestro mediador»10.
San Ambrosio nos recuerda que Jesús defiende siempre nuestra causa delante del
Padre y su ruego no puede ser desechado11;
pide al Padre que los méritos que adquirió durante su vida terrena nos sean
aplicados continuamente.
¡Qué alegría pensar que Cristo, siempre vivo,
no cesa de interceder por nosotros!12.
Que podemos unir nuestras oraciones y nuestro trabajo a su oración, y que junto
a ella alcanzan un valor infinito. En ocasiones, a nuestra oración le faltan la
humildad, la confianza, la perseverancia que le serían necesarias; apoyémosla
en la de Cristo; pidámosle que nos inspire orar como conviene, según las
intenciones divinas, que haga brotar la oración de nuestros corazones y la
presente a su Padre, para que seamos uno con Él por toda la eternidad13.
Más aún: hagamos de nuestra vida entera una ofrenda íntimamente unida a la de
Jesús, a través de Santa María: ¡Padre Santo! Por el Corazón Inmaculado
de María, os ofrezco a Jesús, vuestro muy amado Hijo, y me ofrezco a mí mismo
en Él, con Él y por Él, a todas sus intenciones y en nombre de todas las
criaturas14. Así nuestra oración y todos nuestros actos, unidos
íntimamente a los de Jesús, adquieren un valor infinito.
II. El Maestro nos
enseñó con su ejemplo la necesidad de hacer oración. Repitió una y otra vez que
es necesario orar y no desfallecer. Cuando también nosotros nos recogemos para
orar nos acercamos sedientos a la fuente de las aguas vivas15.
Allí encontramos la paz y las fuerzas necesarias para seguir con alegría y
optimismo en este caminar de la vida.
¡Cuánto bien hacemos a la Iglesia y al mundo con
nuestra oración! ¡Con estos ratos, como el de ahora, en los que permanecemos
junto al Señor! Se ha dicho que quienes hacen oración verdadera son como «las
columnas del mundo», sin los cuales todo se vendría abajo. San Juan de la Cruz
enseñaba bellamente que «es más precioso delante de Dios y del alma un poquito
de este amor puro, y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace
nada, que todas esas otras obras juntas»16,
que poco o nada valdrían fuera de Cristo. Precisamente porque la oración nos
hace fuertes ante las dificultades, nos ayuda a santificar el trabajo, a ser
ejemplares en nuestros quehaceres, a tratar con cordialidad y aprecio a quienes
conviven o trabajan con nosotros. En la oración descubrimos la urgencia de
llevar a Cristo a los ambientes en que nos desenvolvemos, urgencia tanto más
apremiante cuanto más lejos de Dios se encuentren quienes nos rodean.
Santa Teresa se hace eco de las palabras de un «gran
letrado», para quien «las almas que no tienen oración son como un cuerpo con
“perlesía” o tullido, que aunque tiene pies y manos, no los puede mandar»17.
La oración es necesaria para querer más y más al Señor, para no separarnos
jamás de Él; sin ella el alma cae en la tibieza, pierde la alegría y las
fuerzas para hacer el bien.
El diálogo íntimo de Jesús con Dios Padre fue
continuo: para pedir, para alabar, para dar gracias; en toda circunstancia, el
Señor se dirige al Padre. A eso debemos aspirar nosotros, a tratar a Dios
siempre, y especialmente en los momentos que dedicamos de lleno a hablar con
Él, como en la Santa Misa y ahora, en este rato en el que nos encontramos con
Él. También a lo largo del día, en las situaciones que tejen nuestra jornada:
al comenzar o al terminar el trabajo o el estudio, mientras esperamos el
ascensor, al encontrar por la calle a una persona conocida. Aquella invocación
llena de ternura –¡Abbá, Padre!– estaba constantemente en los labios del
Señor; con ella empezaba muchas veces sus acciones de gracias, su petición o su
alabanza. ¡Cuánto bien traerá a nuestra alma el acostumbrarnos a llamar a Dios
así: ¡Padre!, con ternura y confianza, con amor!
Todos los momentos solemnes de la vida del Señor están
precedidos por la oración. «El Evangelista señala que fue precisamente durante
la oración de Jesús cuando manifestó el misterio del amor del Padre y se reveló
la comunión de las Tres Divinas Personas. Es en la oración donde aprendemos el
misterio de Cristo y la sabiduría de la Cruz. En la oración percibimos, en
todas sus dimensiones, las necesidades reales de nuestros hermanos y de
nuestras hermanas de todo el mundo; en la oración nos fortalecemos de cara a
las posibilidades que tenemos delante; en la oración tomamos fuerzas para la
misión que Cristo comparte con nosotros»18.
Solía decir el Santo Cura de Ars que todos los males
que muchas veces nos agobian en la tierra vienen precisamente de que no oramos
o lo hacemos mal19.
Formulemos nosotros el propósito de dirigirnos con amor y confianza a Dios a
través de la oración mental, de las oraciones vocales y de esas breves
fórmulas, las jaculatorias, y tendremos la alegría de vivir la vida
junto a nuestro Padre Dios, que es el único lugar en el que merece la pena ser
vivida.
III. El
Espíritu Santo nos enseña a tratar a Jesús en la oración mental y mediante la
oración vocal, quizá también ton esas oraciones que de pequeños aprendimos de
nuestras madres. Aun siendo omnisciente como Dios, el Señor, en cuanto hombre,
debió de aprender de labios de su Madre la fórmula de muchas plegarias que se
habían transmitido de generación en generación en el pueblo hebreo, y nos dio
ejemplo de aprecio por la oración vocal. En su última plegaria al Padre
utilizará las palabras de un Salmo. Y nos enseñó la oración por excelencia,
el Padrenuestro, donde se contiene todo lo que debemos pedir.
La oración vocal es una manifestación de la piedad del corazón
y nos ayuda para mantener viva la presencia de Dios durante el día, y en esos
momentos de la oración mental en los que estamos secos y nada se nos ocurre.
El texto de las oraciones vocales, muchas de raigambre
bíblica, tanto de la liturgia como otras que fueron compuestas por santos, han
servido a innumerables cristianos para alabar, dar gracias y pedir ayuda,
desagraviar. Cuando acudimos a estas oraciones estamos viviendo de modo íntimo
la Comunión de los Santos, y apoyamos nuestra fe en la fe de la Iglesia20.
Para rezar mejor y evitar la rutina, nos puede ayudar
este consejo: «procura recitarlas con el mismo amor con que habla por primera
vez el enamorado..., y como si fuera la última ocasión en que pudieras
dirigirte al Señor»21.
1 Lc 6,
12-19. —
2 Cfr. Lc 16,
1. —
3 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 21, a. 4. —
4 Jn 11,
21 —
5 Jn 11,
42 —
6 Lc 22,
32 —
7 Cfr. Jn 17,
15 ss. —
8 Juan
Pablo II, Homilía en la Basílica del Sagrado Corazón de
Montmartre, París 1-VI-1980. —
9 Misal
Romano, Símbolo niceno-constantinopolitano. —
10 San
Gregorio Magno, Comentario al Salmo 5. —
11 Cfr. San
Ambrosio, Comentario a la Epístola a los Romanos, 8, 34.
—
12 Heb 7,
25. —
13 Cfr. R.
Garrigou-Lagrange, El Salvador, p. 351. —
14 P.
M. Sulamitis, Ofrenda al Amor misericordioso. —
15 Cfr. Sal 41,
2. —
16 San
Juan de la Cruz, Cántico espiritual, Canción 29, 2 b.
—
17 Santa
Teresa de Jesús, Castillo interior, Moradas primeras, 1, 6.
—
18 Juan
Pablo II, Homilía 13-I-1981. —
19 Santo
Cura de Ars, Sermón sobre la oración. —
20 Cfr. G.
Chevrot, En lo secreto, Rialp, Madrid 1960, pp. 100-101.
—
21 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 432.
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