Elizabeth Ostos 07 de diciembre de 2019
@ElizabethOstos
Son
personas de clase media y media baja que huyeron del hostigamiento del régimen
chavista y esperan una cita en un juzgado de migración para lograr el ingreso
como exiliados políticos
Varias ciudades de la extensa frontera entre México y
Estados Unidos albergan a miles de migrantes, la mayoría centroamericanos,
quienes buscan asilo político para así materializar el sueño americano. Alegan
persecución, torturas, abusos o discriminación en sus países de origen. Llegan
solos o en familias, mayores y menores de edad. El fin es uno solo: lograr la
tan ansiada antorcha americana.
En una carrera contra el tiempo, el presidente de los
Estados Unidos, Donald Trump, trata de contener la migración legal e ilegal, al
endurecer las leyes de asilo e intenta levantar un muro de concreto que corte
el paso de los más osados.
En todo caso, sigue llegando gente dispuesta a
arriesgarlo todo. En la ciudad de Matamoros, en el estado de Tamaulipas hay
migrantes que aspiran a pasar hacia Brownsville, punto fronterizo en Texas.
Pero no solo hay mexicanos, hondureños, salvadoreños,
nicaragüenses o guatemaltecos intentando colarse por el Río Bravo hacia Estados
Unidos. Infobae comprobó que hay cada vez más
venezolanos, que hacen un largo recorrido por varios países de la región hasta
llegar a suelo tamaulipeco. Es la forma de ingresar sin visa
estadounidense.
“Esto no era usual. Por acá no pasaban venezolanos. Ahora están llegando cada día más y son personas
de clase media o media baja. Tienen cierto grado de instrucción y muchos tienen
familia en los Estados Unidos. Huyen de Venezuela pues consideran que el
gobierno de Maduro los persigue. Hacen viajes larguísimos y asumen que pueden
llegar a Norteamérica aun cuando el venezolano no tiene una condición especial
migratoria. Tienen que hacer los mismos procedimientos y esperar las citas que
asigne migración de Estados Unidos”, dice Gladis Cañas, coordinadora
de la asociación civil mexicana “Ayudándolos a triunfar”, capítulo Tamaulipas.
Presta ayuda logística a los migrantes. Dona agua, alimentos, lencería,
medicinas a los que llegan a Matamoros. “Recibimos fondos de la sociedad civil
mexicana”, agrega Cañas.
Advierte que no todos los venezolanos califican para
un asilo político, “pero hay gente que llega con su familia muy bien preparada
y documentada, realmente son perseguidos políticos y pasan a Estados Unidos.
Desde este punto ha habido casos que han recibido el asilo en la
primera cita con funcionarios del gobierno Americano”.
Entre
las carpas
Por un acuerdo entre los gobiernos de México y Estados
Unidos, los solicitantes de asilo político en la frontera binacional deben
esperar su cita con un juzgado de inmigración en territorio azteca.
Varias calles de Matamoros están llenas de carpas. Son
refugios improvisados que arman los migrantes para esperar su cita. “Las carpas
son de buena calidad y las donan los gringos que vienen todos los domingos a
visitarnos y a dar clases de inglés a los niños. También traen comida,
medicinas y ropa”, dice Carlos Luna, migrante guatemalteco, líder de un grupo.
“Hay gente buena en los dos lados de la frontera.
Abogados americanos nos asesoran en nuestros casos de asilo y no nos cobran ni
un dólar. Hemos hecho amigos en México quienes regalan comida y algo de ropa.
Vengo de Caracas y quiero pasar a Estados Unidos junto con mi esposa y mi
hijo”, interviene Edgar Arias, migrante venezolano.
Edgar, de 41 años, vivió toda su vida en el barrio
(favela) de El Junquito de la capital venezolana. Trabajó
hasta julio en un hospital público “en donde me maltrataban por no ser chavista.
Me obligaban a marchar por la revolución y a ser miliciano. Todo esto por un
pago de dos dólares al mes y así no se puede vivir. Con la ayuda de
familiares que viven en Estados Unidos compré tres pasajes: el de mi hijo de
cinco años, el de mi esposa y el mío. Salimos de Caracas el 25 de agosto. Estoy
endeudado con mi gente, les debo miles de dólares”.
El periplo de los Arias fue extenso. Sin visa para
viajar a Estados Unidos o a Panamá, Edgar tuvo que organizar un viaje con
varias escalas hasta llegar a la Ciudad de México.
“Salimos de Caracas a Panamá en calidad de turistas en
tránsito, sin derecho a salir del aeropuerto. De ahí bajamos a Bogotá, en donde
tomamos un avión hasta la Ciudad de México. Nos retuvieron cinco horas porque
no querían dejarnos entrar al país. Ya en la capital, subimos a un bus hasta
Matamoros y acá estamos esperando la primera cita con un juez de inmigración en
el otro lado. Tenemos que esperar 100 días para que nos puedan entrevistar,
algo que no entiendo. A varios amigos venezolanos que conocimos aquí les dieron
un tiempo de espera menor para ver al juez”, dice Arias.
Sus familiares en EEUU no le enviaron más dinero. “Acá
el estado mexicano dejó de dar alimentación y medicinas a los que viven en las
carpas. Los baños que montó el gobierno de Matamoros están saturados y no son
los más higiénicos, no queremos enfermarnos”.
Hace unos días, Edgar decidió mudarse a una
habitación, muy cerca del paso fronterizo. “Hacemos algo de dinero para pagar
la renta. Mi esposa trabaja a destajo en un salón de belleza y pinta uñas y
cabellos. Yo cuido al niño todo el día. A veces, hago algún trabajito doméstico
y me pagan poco pero no dejamos de comer”.
“Una chica salvadoreña me ayudó a rentar pues nadie
quiere saber de venezolanos pobres. Ella fue nuestra fiadora. En un cuartico
vivimos cinco personas y nos encerramos a dormir apenas cae la noche. Matamoros
es bien peligroso, hay mafias que roban y secuestran”.
Edgar no concibe una negativa de asilo en Estados
Unidos. “No quiero volver a Venezuela. Si no tengo éxito no sé si me quede
en México. Aquí tengo miedo”.
De Maracaibo a Matamoros
Alexis Gómez tiene
43 años. Es de Maracaibo, estado Zulia. Con un primo emprendió el viaje hacia
nuevo Laredo, en México. Asegura ser un perseguido político del
chavismo pues es militante del partido opositor Primero Justicia.
“En Maracaibo me perseguían y hostigaban, no podía
trabajar. En Colombia, Perú y Ecuador no les dan empleo a los venezolanos, no
nos quieren. Por eso decidí emigrar a los Estados Unidos, un país de
oportunidades”.
Dijo a Infobae que “a mediados de año, salimos de
Maracaibo a Colombia, luego a Panamá y llegamos a la Ciudad de México. No nos
dejaron entrar y tuvimos que regresar. Reunimos dinero y compramos boletos para
entrar a México por Cancún, en donde no hubo problemas. De ahí tomamos un bus
al DF y trabajamos unos días, hicimos plomería. Al poco tiempo viajamos a Nuevo
Laredo en donde unos amigos nos dijeron que todo era más fácil pero no fue así.
Pasamos por Monterrey y fuimos a parar a Matamoros. Vivo en una carpa junto a
otros venezolanos”.
Gómez aún no recibe cita para solicitar asilo
político. “Si me dan el turno para dentro de unos meses, buscaré para ir a
México DF para ir a trabajar de plomero y ganar dinero para mantenerme mientras
espero. Vendí todo lo que tenía en Venezuela para poder salir”.
Otro zuliano, Sandro Rincón, está a
punto de ser recibido por un juez de migración. Salió de su país hace seis
meses junto a su esposa. “Viajamos por tierra hasta la ciudad colombiana de
Maicao. Tomamos un avión desde ahí hasta Medellín y a Monterrey. En suelo
mexicano tomamos un bus hasta acá”.
En su país estuvo trabajando como contratista del
gobierno chavista. “Soy cocinero y hacía servicios de catering para varias
instituciones educativas. Por varios años el negocio era próspero pero en los
últimos tiempos se inició la presión. Me exigían incorporarme a la
milicia bolivariana, a las marchas y al partido de gobierno y yo me
negué. Comenzaron a hostigarme y me atrasaban los pagos. Aun cuando no
tengo visa americana, decidí venir al norte porque si me quedaba en Maracaibo o
me iba a Colombia, los chavistas me iban a perseguir, temo por mi vida y la de
mi familia”.
Dijo a Infobae que nunca pensó que la
solicitud de asilo fuese tan larga y complicada. “Ya estamos acá y no nos
regresaremos. El poco dinero que teníamos se acabó por eso nos aliamos con unos
amigos cubanos que también pidieron asilo y hacemos comidas para la venta”.
Sandro camina por todas las carpas, unas 300, y ofrece
almuerzos. Cobra 60 pesos, unos tres dólares por cada plato. Ofrece carne, papas,
frijoles, y plátanos fritos.
“Casi todos mis clientes son migrantes. Muchos de los
que están acá no trabajan pero reciben remesas de sus familiares que viven en
Estados Unidos. Así que hay dinero para pagar la comida”.
Metros más adelante está Xiomara, su esposa, junto a
sus socios cubanos. Dice que si se hubiera quedado en Venezuela, “la mafia
guajira que es binacional nos hubiera buscado para hacernos daño. Nosotros
éramos contratistas del gobierno y pagamos muy caro nuestra independencia
política”.
Lamenta que su hijo de 23 años no la acompañara, “está
en Ecuador buscando trabajo y sufriendo los rigores de la xenofobia. Emigrar a
América Latina es bien complicado, a los venezolanos nos hacen la vida
imposible así que decidimos venir a México para pasar al otro lado. Tenemos un
abogado que nos dice que nuestro caso tiene altas probabilidades de ser
aprobado”.
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