Por Ysrrael Camero
En la medida que el
tiempo avanza el margen de maniobra del liderazgo democrático se hace más
estrecho. La espada de Damocles del 5 de enero de 2021 pende sobre nuestras
cabezas, marcando un hito ineludible. Evadir este debate podría lanzar a la
periferia de la política a la actual oposición. La pérdida de toda capacidad de
conservar iniciativa política de la oposición contribuiría a profundizar la
autocratización de Venezuela.
Hay quienes sostienen
que la política es cuestión de voluntarismo o de la potencia pasional de
nuestros deseos, todavía hay otros que defienden que son el coraje y la
temeridad los factores que deciden el destino de las sociedades.
Lamentablemente se
equivocan, el funcionamiento del poder depende más de las capacidades reales y
de los recursos concretos con que cuentan los actores para alcanzar sus
objetivos de poder.
Venezuela tiene dos
décadas descendiendo en un proceso de autocratización, el régimen se ha venido
cerrando. En la medida en que el sistema se hace más autoritario el costo de
cada error de la dirigencia opositora se incrementa.
A pesar de que
obtuvimos la mayoría de la Asamblea Nacional en las elecciones parlamentarias
de 2015, la manera en que hemos administrado esa victoria no se ha convertido
en un cambio político democratizador.
El período
parlamentario finaliza el 5 de enero de 2021. No podemos olvidar ese hecho.
Porque la legitimidad de la Presidencia encargada del diputado Juan Guaidó, y
el apoyo internacional que ha generado, derivan de nuestra mayoría parlamentaria
que nos permite tener el control del Parlamento.
Encarar nuestra
historia
Es momento de encarar
racionalmente la historia de nuestra lucha contra el proceso de autocratización
de Venezuela. El inicio del proceso de radicalización del chavismo coincidió
con la abstención de la oposición en las elecciones parlamentarias de 2005. En
el marco de ese Parlamento “rojo rojito” el “proceso” se convirtió en el
“socialismo del siglo XXI”, emergiendo tanto el proyecto de reforma de 2007
como la enmienda de 2009 y las leyes del poder popular.
Fue justamente a partir
de 2006, con la candidatura presidencial de Manuel Rosales, que logramos
definir una estrategia política de crecimiento con la vista puesta en el largo
plazo. El despliegue de esta estrategia nos permitió crecer con la sociedad, convertirnos
en portavoces del drama de los venezolanos, incrementando nuestros niveles de
coordinación interna, con la posterior creación de la MUD, y clarificando
nuestros liderazgos.
Por cerca de una década
esta fue nuestra estrategia central, de cara al país y de cara a la comunidad
internacional democrática. A través de las fisuras que un régimen autoritario
competitivo se veía obligado a permitir fuimos haciendo presencia política,
para señalar a todos que hay una alternativa política en pie, con dirigentes
locales, regionales y nacionales. La victoria en las elecciones
parlamentarias de 2015 fue fruto del desarrollo de esta estrategia.
Fue nuestra victoria lo
que llevó al gobierno de Maduro a decidir cerrar aún más el anillo autoritario
que aprisiona a los venezolanos. Mientras el régimen decidía deslizarse hacia
un autoritarismo hegemónico, restringiendo la competencia política, violentando
al Parlamento, anulando sus funciones, persiguiendo a sus diputados, tras
violar la inmunidad parlamentaria; la oposición democrática tuvo dificultades
para ajustar la estrategia al cambio de entorno institucional.
Desde 2016 no tenemos
una estrategia clara para enfrentar el autoritarismo e impulsar la
democratización del país. Hemos desplegado una cadena de tácticas, en secuencia
o en racimo, hemos dispersado nuestros esfuerzos y eso ha afectado nuestros
niveles de coordinación interna y nuestras capacidades reales, concretas.
Al momento de
convertirnos en mayoría parlamentaria contábamos con una importante capacidad
de movilización en la sociedad. Al mismo tiempo contábamos con los recursos
inherentes al control de la Asamblea Nacional, para legislar, controlar, y ser
foro político de la nación. Desde la legitimidad derivada de ser mayoría
parlamentaria elevamos nuestra voz a la comunidad internacional.
Haciendo uso de la
represión generalizada y de decisiones judiciales políticamente dirigidas, el
régimen dirigido por Maduro, se dedicó a demoler nuestras capacidades. Las
dificultades que tuvimos para coordinarnos, derivada de la inexistencia de una
estrategia unitaria, nos llevó a dilapidar muchos de nuestros recursos en
iniciativas que el gobierno tumbaba una a una, sembrando desesperación y
frustración en los ciudadanos. La elección írrita de una Asamblea Nacional
Constituyente fue expresión de la decisión del régimen de demoler todo rastro
de poder en el Parlamento electo en 2015.
Fue tan evidente el
deslizamiento autoritario del régimen, cebándose contra el Parlamento
legítimo, que la comunidad internacional democrática ratificó su apoyo a
la mayoría democrática presente en la Asamblea. La apelación a la
solidaridad activa de la comunidad internacional nos ha llevado a construir una
inmensa red de apoyo de gobiernos democráticos, tanto en el continente
americano, con el Grupo de Lima y los Estados Unidos, como en la Unión Europea.
Reconocer a Juan Guaidó como Presidente encargado, fue expresión de ese apoyo.
Decidir sobre bases
reales
Sin embargo, no podemos
olvidar que el tiempo es uno de los recursos claves en política. En medio de la
crisis, social y económica, más profunda de nuestra historia, este precioso
recurso se está agotando, en la medida en que se cierra el período
parlamentario.
La confrontación
política implica el choque entre actores que tienen determinadas capacidades
para alcanzar unos objetivos de poder. Los cambios en el funcionamiento del
poder o en su distribución, derivan del despliegue conflictivo (o cooperativo)
que realizan los actores de sus recursos, capacidades, frente a otros que hacen
lo mismo. No son los deseos, no es la fuerza de la voluntad, no es ni siquiera
la justicia de lo buscado, o la bondad de nuestros valores.
Estos son los elementos
que debemos sopesar para definir una estrategia, y para tomar decisiones
coherentes con la preservación de nuestros recursos y capacidades, y con un
mayor acercamiento a nuestros objetivos.
El tiempo se nos agota
porque la fecha de término de nuestra mayoría parlamentaria es inamovible: el 5
de enero de 2021. ¿Cómo encontrará esa fecha a la oposición democrática
venezolana?
Los escenarios para esa
fecha dependen de una decisión que debemos tomar muy pronto. El gobierno está
interesado en normalizar sus relaciones con el mundo. Para hacerlo está
decidido a terminar con el interinato de Juan Guaidó y con la mayoría
parlamentaria que tiene la oposición democrática.
Las señales nos indican
que el gobierno está decidido a realizar las elecciones parlamentarias,
excluyendo lo más que le sea posible a la oposición. Esa exclusión la puede
hacer usando recursos administrativos o judiciales, como lo ha hecho al no
permitir el funcionamiento de los partidos, o bien incrementando los costos
políticos que, para la oposición, implica la decisión de participar.
La selección de la
nueva directiva del Consejo Nacional Electoral apunta a este objetivo. Hacerle
políticamente costoso a los sectores de oposición participar en las
parlamentarias, presentando un CNE designado violentando todas las reglas de
juego legal. ¿Cuál es el objetivo? Que la oposición mayoritaria no participe,
asegurando de esta manera la mayoría absoluta en la Asamblea para el período
2021-2026.
El mantra, definido por
el Presidente encargado Juan Guaidó, de cese de la usurpación, gobierno de
transición y elecciones libres, ha sido el leit motiv de nuestras acciones
desde 2019. Pero un mantra no es una estrategia. Además, la acción política
concreta debe adaptarse a los cambios en el entorno.
En el despliegue de
nuestras capacidades para alcanzar nuestros objetivos debemos reconocer que no
ha sido posible. Toca hacer una evaluación, no de nuestros deseos, no de
nuestros sueños, sino de nuestros recursos y capacidades.
La realización de unas
elecciones son el mínimo común denominador de todos los actores, nacionales e
internacionales. Maduro no puede escapar de unas elecciones. Lo saben sus
aliados.
Dejar atrás las
fantasías
Para llegar a tomar una
decisión es importante dejar atrás diversas fantasías.
Primero, no habrá una
intervención externa para desplazar a Maduro del poder, lo que sería además una
pesadilla. Lo han dicho los gobiernos de Colombia y de Brasil, amén del mismo
gobierno de Estados Unidos. La comunidad internacional ha llegado a su techo, y
en la medida que se siga presionando hacia arriba la alianza internacional
pierde coordinación interna y se debilita.
Segundo, el apoyo de la
comunidad internacional está atado a nuestra mayoría en la Asamblea Nacional,
obtenido gracias a los votos de los venezolanos en 2015. No existe apoyo de la
comunidad internacional sin Asamblea Nacional.
Las fantasías de un
“gobierno en el exilio” que prosiga, desde afuera, la lucha por la democracia
en Venezuela, es una ruta hacia el fracaso.
La experiencia
histórica de los “gobiernos en el exilio” es terrible. Ni los exiliados
republicanos españoles acabaron con Franco, ni los exiliados cubanos en Miami
pudieron con los Castro. Los gobiernos en el exilio terminan siendo amargas
experiencias de enfrentamientos estériles y de reparto de cargos sin sentido,
cuando no terminan cooptados por las manos de quien brinda el hospedaje.
Despejadas las
fantasías, nos quedan las realidades. El régimen de Maduro tiene un amplio
rechazo entre los venezolanos, por eso hace lo posible por impedir la presencia
de cualquier competidor. Por eso ha escogido la ruta más ominosa, violentando
la Constitución y la ley, destruyendo cualquier posibilidad de que un acuerdo
político desembocara en un Poder electoral equilibrado e independiente. Porque
sabe que la abstención opositora la beneficia. La seguirá impulsando.
La decisión de volver a
usar el TSJ para imponer un nuevo CNE, ignorando la obligación constitucional
de que sea la Asamblea Nacional la que haga la designación, y violentando los
tiempos, los procedimientos y requisitos, tiene un único objetivo: impedir la
participación de cualquier factor de oposición en los comicios, para correr
solo, acabando con Guaidó y con la oposición.
¿Qué tendremos el 5 de
enero de 2021?
Volvamos nuestra mirada
al horizonte del 5 de enero de 2021. ¿Con qué realidad nos conseguiremos los
venezolanos?
Si el liderazgo de la
oposición democrática decide, como en 2005, abstenerse de participar,
desmovilizando aún más a la población, Maduro habrá ganado una vez más.
La oposición
democrática, que cuenta hoy con la mayoría parlamentaria, estará lanzada a la
periferia de la vida venezolana, perdiendo toda iniciativa política realista.
Podría emerger una nueva oposición, dado que el rechazo a Maduro seguirá siendo
mayoritaria, pero esta quizás provenga de otros actores y factores, bien de la
“mesilla”, o de sectores internos del mismo chavismo.
Sería muy difícil
mantener la consistencia del apoyo de la comunidad internacional sin contar con
la mayoría parlamentaria, es decir, sin que exista una claridad institucional
que funcione como interlocutor unitario de los sectores democráticos. Un
“gobierno en el exilio” iniciaría una menguante presencia, destinada a
disolverse a mediano plazo.
Si, al contrario, el
liderazgo de la oposición democrática define una nueva estrategia, con la
mirada puesta en el largo plazo, que partiendo de la participación en las
elecciones parlamentarias, dedique sus esfuerzos a reactivar la capacidad de
movilización de la sociedad venezolana, podría iniciarse el proceso de detener
la autocratización, momento indispensable para poder democratizar la vida
política venezolana.
No es una decisión
sencilla. Tras lo que hemos vivido los últimos años será muy difícil mantener
el carácter unitario de la ruta. Si llegamos divididos a unas elecciones
parlamentarias marcadas por el autoritarismo, con ventajismo y abuso de poder,
con un gobierno decidido a acabar con la competencia política, tendremos que
hacer un inmenso esfuerzo para preservar nuestra presencia dentro del
Parlamento.
Pero no olvidemos que
los procesos electorales son propicios para incrementar la capacidad de
movilización de la sociedad, son momentos para fortalecer también las redes de
organización y para expandir un mensaje de transformación en la población.
Han sido los momentos
electorales ocasión para demostrar nuestras capacidades brindando a los
venezolanos la ocasión de expresar su hastío y molestia a través del sufragio.
Hay muchos casos en que
el derrumbe de un gobierno autoritario se vincula con los momentos electorales,
con la participación y movilización de los sectores democráticos, que llegan a
sorprender al régimen. No es la participación ingenua de quien considera el
proceso como un acto “normal”, sino la participación entendida como reto
al régimen autoritario, como protesta movilizada en paz contra el
despotismo, contra la represión, la corrupción y el abuso de poder.
En cambio, la
abstención, incluso en contextos autoritarios, es un acto desmovilizador que
neutraliza el principal recurso con que cuenta la misma sociedad democrática,
que es su peso numérico, su capacidad de movilizarse pacíficamente. Recordemos
los días posteriores a otros momentos en que nos hemos abstenido, la gente
desmovilizada, en casa, frustrada, silenciada, estupefacta por el silencio de
los propios y la arrogancia del gobierno. Cuanto nos cuesta volver a
levantarnos tras cada abstención.
El régimen de Maduro
nos quiere ausentes, desaparecidos, periféricos. No le demos el gusto.
16-06-20
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