Francisco Fernández-Carvajal 19 de junio de
2020
@hablarcondios
— El Corazón de María.
— Un Corazón materno.
— Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum.
I. En
mí está toda gracia del camino y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de
fuerza1,
leemos en la Antífona de entrada de la Misa.
Como considerábamos en la fiesta de ayer, el corazón
expresa y es símbolo de la intimidad de la persona. La primera vez que se
menciona en el Evangelio el Corazón de María es para expresar toda la riqueza
de esa vida interior de la Virgen: María -escribe San
Lucas- guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón2.
El Prefacio de la Misa proclama que
el Corazón de María es sabio, porque entendió como ninguna otra
criatura el sentido de las Escrituras, y conservó el recuerdo de las palabras y
de las cosas relacionadas con el misterio de la salvación; inmaculado,
es decir, inmune de toda mancha de pecado; dócil, porque se sometió
fidelísimamente al querer de Dios en todos sus deseos; nuevo, según
la antigua profecía de Ezequiel –os daré un corazón nuevo y un espíritu
nuevo3–, revestido de la novedad de la gracia merecida por
Cristo; humilde, imitando el de Cristo, que dijo: Aprended
de Mí, que soy manso y humilde de corazón4; sencillo,
libre de toda duplicidad y lleno del Espíritu de verdad; limpio,
capaz de ver a Dios según la Bienaventuranza del Señor5; firme en
la aceptación de la voluntad de Dios, cuando Simeón le anunció que una espada
de dolor atravesaría su corazón6,
cuando se desató la persecución contra su Hijo7 o
llegó el momento de su Muerte; dispuesto, ya que, mientras Cristo
dormía en el sepulcro, a imitación de la esposa del Cantar de los
Cantares8, estuvo en vela esperando la resurrección de Cristo.
El Corazón Inmaculado de María es llamado, sobre
todo, santuario del Espíritu Santo9,
en razón de su Maternidad divina y por la inhabitación continua y plena del
Espíritu divino en su alma. Esta maternidad excelsa, que coloca a María por
encima de todas las criaturas, se realizó en su Corazón Inmaculado antes que en
sus purísimas entrañas. Al Verbo que dio a luz según la carne lo concibió
primeramente según la fe en su corazón, afirman los Santos Padres10.
Por su Corazón Inmaculado, lleno de fe, de amor, humilde y entregado a la
voluntad de Dios, María mereció llevar en su seno virginal al Hijo de Dios.
Ella nos protege siempre, como la madre al hijo
pequeño que está rodeado de peligros y dificultades por todas partes, y nos
hace crecer continuamente. ¿Cómo no vamos a acudir diariamente a Ella? «“Sancta
Maria, Stella maris” -Santa María, Estrella del mar, ¡condúcenos Tú!
»-Clama así con reciedumbre, porque no hay tempestad
que pueda hacer naufragar el Corazón Dulcísimo de la Virgen. Cuando veas venir
la tempestad, si te metes en ese Refugio firme, que es María, no hay peligro de
zozobra o de hundimiento»11.
En él encontramos un puerto seguro donde es imposible naufragar.
II. María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón12.
El Corazón de María conservaba como un tesoro el
anuncio del Ángel sobre su Maternidad divina; guardó para siempre todas las
cosas que tuvieron lugar en la noche de Belén y lo que refirieron los pastores
ante el pesebre, y la presencia, días o meses más tarde, de los Magos con sus
dones, y la profecía del anciano Simeón, y las zozobras de su viaje a Egipto...
Más tarde, le impresionó profundamente la pérdida de su Hijo en Jerusalén, a la
edad de doce años, y las palabras que Este les dijo a Ella y a José cuando por
fin, angustiados, le encontraron. Luego descendió con ellos a Nazareth
y les estaba sometido. Pero María conservaba todas estas cosas en su corazón13.
Jamás olvidó María, en los años que vivió aquí en la tierra, los
acontecimientos que rodearon la muerte de su Hijo en la Cruz y las palabras que
allí oyó a Jesús: Mujer, he ahí a tu hijo14.
Y al señalar a Juan, Ella nos vio a todos nosotros y a todos los hombres. Desde
aquel momento nos amó en su Corazón con amor de madre, con el mismo con que amó
a Jesús. En nosotros reconoció a su Hijo, según lo que Este mismo había
dicho: Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí
me lo hicisteis15.
Pero Nuestra Señora ejerció su maternidad antes de que
se consumase la redención en el Calvario, pues Ella es madre nuestra desde el
momento en que prestó, mediante su fiat, su colaboración a la
salvación de todos los hombres. En el relato de las bodas de Caná, San Juan nos
revela un rasgo verdaderamente maternal del Corazón de María: su atenta
solicitud por los demás. Un corazón maternal es siempre un corazón atento,
vigilante: nada de cuanto atañe al hijo pasa inadvertido a la madre. En Caná,
el Corazón maternal de María despliega su vigilante cuidado en favor de unos
parientes o amigos, para remediar una situación embarazosa, pero sin
consecuencias graves. Ha querido mostrarnos el Evangelista, por inspiración
divina, que a Ella nada humano le es extraño ni nadie queda excluido de su
celosa ternura. Nuestros pequeños fallos y errores, lo mismo que las culpas
grandes, son objeto de sus desvelos. Le interesan los olvidos y preocupaciones,
y las angustias grandes que a veces pueden anegar el alma. No tienen
vino16, dice a su Hijo. Todos están distraídos, nadie se da cuenta.
Y aunque parece que no ha llegado aún la hora de los milagros,
Ella sabe adelantarla.
María conoce bien el Corazón de su Hijo y sabe cómo
llegar hasta Él; ahora, en el Cielo, su actitud no ha variado. Por su
intercesión nuestras súplicas llegan «antes, más y mejor» a la presencia del
Señor. Por eso, hoy podemos dirigirle la antigua oración de la Iglesia: Recordare,
Virgo Mater Dei, dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis bona17,
Virgen Madre de Dios, Tú que estás continuamente en su presencia, habla a tu
Hijo cosas buenas de nosotros. ¡Bien que lo necesitamos!
Al meditar sobre esta advocación de Nuestra Señora, no
se trata quizá de que nos propongamos una devoción más, sino de aprender a
tratarla con más confianza, con la sencillez de los niños pequeños que acuden a
sus madres en todo momento: no solo se dirigen a ella cuando están en
gravísimas necesidades, sino también en los pequeños apuros que les salen al
paso. Las madres les ayudan con alegría a resolver los problemas más menudos.
Ellas –las madres– lo han aprendido de nuestra Madre del Cielo.
III. Al
considerar el esplendor y la santidad del Corazón Inmaculado de María, podemos
examinar hoy nuestra propia intimidad: si estamos abiertos y somos dóciles a
las gracias y a las inspiraciones del Espíritu Santo, si guardamos celosamente
el corazón de todo aquello que le pueda separar de Dios, si arrancamos de raíz
los pequeños rencores, las envidias... que tienden a anidar en él. Sabemos que
de su riqueza o pobreza hablarán las palabras y las obras, pues el
hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas18.
De nuestra Señora salen a torrentes las gracias de
perdón, de misericordia, de ayuda en la necesidad... Por eso, le pedimos hoy
que nos dé un corazón puro, humano, comprensivo con los defectos de quienes
están junto a nosotros, amable con todos, capaz de hacerse cargo del dolor en
cualquier circunstancia en que lo encontremos, dispuesto siempre a ayudar a
quien lo necesite. «¡Mater Pulchrae dilectionis, Madre del Amor Hermoso,
ruega por nosotros! Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos como tú los
has amado: haz que nuestro amor hacia los demás sea siempre paciente, benigno,
respetuoso (...), haz que nuestra alegría sea siempre auténtica y plena, para
poder comunicarla a todos»19,
y especialmente a quienes el Señor ha querido que estemos unidos con vínculos
más fuertes.
Recordamos hoy cómo, cuando las necesidades han
apremiado, la Iglesia y sus hijos han acudido al Corazón Dulcísimo de María
para consagrar el mundo, las naciones o las familias20.
Siempre hemos tenido la intuición de que solo en su Dulce Corazón estamos seguros.
Hoy le hacemos entrega, una vez más, de lo que somos y tenemos. Dejamos en su
regazo los días buenos y los que parecen malos, las enfermedades, las
flaquezas, el trabajo, el cansancio y el reposo, los ideales nobles que el
Señor ha puesto en nuestra alma; ponemos especialmente en sus manos nuestro
caminar hacia Cristo para que Ella lo preserve de todos los peligros y lo
guarde con ternura y fortaleza, como hacen las madres. Cor Mariae
dulcissimum, iter para tutum, Corazón dulcísimo de María, prepárame...,
prepárales un camino seguro21.
Terminamos nuestra oración pidiendo al Señor, con la
liturgia de la Misa: Señor, Dios nuestro, que hiciste del Inmaculado
Corazón de María una mansión para tu Hijo y un santuario del Espíritu Santo,
danos un corazón limpio y dócil, para que, sumisos siempre a tus mandatos, te
amemos sobre todas las cosas y ayudemos a los hermanos en sus necesidades22.
1 Antífona
de entrada. Misas de la Virgen María, I. Misa
del Inmaculado Corazón de la Virgen María, n. 28. —
2 Lc 2,
19. —
3 Cfr. Ez 36,
26. —
4 Mt 11,
29. —
5 Cfr. Mt 5,
8. —
6 Cfr. Lc 2,
35. —
7 Cfr. Mt 2,
13. —
8 Cfr. Cant 5,
2. —
9 Cfr. Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 53. —
10 Cfr. San
Agustín, Tratado sobre la virginidad, 3. —
11 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 1055. —
12 Antífona
de comunión, Lc 2, 19. —
13 Lc 2,
51. —
14 Jn 19,
26. —
15 Mt 25,
40. —
16 Cfr. Jn 2,
3. —
17 Misal
de San Pío V, Oración sobre las ofrendas de la Misa de Santa
María Medianera de todas las gracias; cfr. Jer 18,
20. —
18 Mt 12,
35. —
19 Juan
Pablo II, Homilía 31-V-1979. —
20 Cfr. Pío
XII, Alocución Benedicite Deum, 31-X-1942; Juan
Pablo II, Homilía en Fátima, 13-V-1982. —
21 Cfr.
Himno Ave Maris Stella. —
22 Oración
colecta de la Misa.
*Después de la consagración del mundo al dulcísimo y
maternal Corazón de la Virgen María en 1942, llegaron numerosas peticiones al
Romano Pontífice para que extendiera el culto al Inmaculado Corazón de María,
que ya existía en algunos lugares, a toda la Iglesia. Pío XII accedió en 1945,
«seguros de encontrar en su amantísimo Corazón... el puerto seguro en medio de
las tempestades que por todas partes nos apremian». A través del símbolo del
corazón, veneramos en María su amor purísimo y perfecto a Dios y su amor
maternal hacia cada hombre. En él encontramos refugio en medio de todas las
dificultades y tentaciones de la vida y el camino seguro -iter para tutum- para
llegar prontamente a su Hijo.
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