Por Fernando Pereira
“Si para Pedro la
figura materna, y por lo mismo el vínculo afectivo con ella, está preservada de
toda sombra, la figura paterna y el vínculo correspondiente están cargados por
numerosos y significativos signos de negatividad. Lo característico de la
relación con el padre es el sentimiento nunca superado de abandono… la ausencia
de su afecto y la necesidad frustrada de tenerlo”.
Con este texto rendimos
homenaje a nuestro maestro el padre Salesiano Alejandro Moreno, quien
publicó Buscando padre: la Historia de Pedro Luis Luna (1997),
expresión de la búsqueda de la figura paterna en la familia popular venezolana
en una sociedad matricentrada.
“Cuando pase a adulto,
el sujeto seguirá siendo hijo, inserto en una filiación cualitativamente
idéntica a lo sustancial de la filiación infantil”, acota Moreno. Las
niñas aprenderán a ser madres con la figura materna en casa. Los niños que no
tengan la figura paterna, irán por la vida buscando esa figura.
La orfandad que viven
muchos de nuestros adolescentes por la ausencia del padre, porque se
fue o está trabajando, es una realidad que sigue estando presente en buena
parte de nuestros hogares.
Ciertamente, cada vez
es más común ver hombres con sus hijos e hijas en las calles. Sin embargo, en
la intimidad del hogar, sigue siendo la madre la que más expresa
emociones, afectos, sentimientos. El hombre sigue sintiendo una especie de
discapacidad emocional que le genera vacíos y dudas al momento de relacionarse
y comunicarse.
La situación se
complica por los condicionantes culturales que nos hacen creer que expresar
sentimientos y emociones es “cosa de mujeres”. O porque los hombres deben ser
fuertes, valientes, no deben llorar, sentir miedo etc.
Es común escuchar
adolescentes que cuentan que de pequeños sus papás los abrazaban, besaban, les
expresaban que los querían; pero al llegar a la adolescencia, cambiaron y
les dijeron : “Ya eres un hombre”. Llegó la alcabala donde limitaron la expresiones
de afecto.
De los padres aprenden
que es propio del varón reprimir emociones, especialmente, las que revelan
vulnerabilidad o debilidad. Tanto es así que aún se les sigue diciendo a los
niños que no lloren, que sean fuertes. Se les estimula y se les tolera que sean
agresivos y violentos, tanto que los estimulan para que devuelvan el golpe u
ofensa cuando son agredidos.
No es de extrañar que
los índices de violencia social (homicidios, lesiones, suicidios, accidentes,
venta de estupefacientes, abuso sexual, violencia intrafamiliar) tengan como
principales protagonistas a los hombres. Cada vez es mayor el número de
adolescentes y jóvenes varones, víctimas y victimarios de hechos violentos.
También son ellos quienes más participan en las confrontaciones armadas,
los que generalmente defienden a las familias en caso de agresiones.
Lo que llama a la
reflexión es que muchos de estos hombres nacieron y fueron criados por madres
solas o con parejas que, seguramente, con todo el amor, reprodujeron en la crianza
las formas culturales que hacen que los varones asuman la violencia como
respuesta ante los conflictos.
Con la llegada de la
adolescencia se detona el miedo al embarazo y generalmente todos los juicios,
cuidados y advertencia van dirigidos hacia las chicas. Se les transmite que es
su responsabilidad protegerse para no quedar embarazadas.
En el caso del varón,
sin bien es cierto que se ha promovido la utilización de anticonceptivos; a
veces se hace más énfasis en que lo utilicen para no infectarse. Poco hincapié
se hace en la importancia de protegerse para no embarazarse. Los varones
también se embarazan: para procrear hacen falta dos.
La cuarentena ha
ofrecido la oportunidad de poder compartir más tiempo en familia. El papá
proveedor, el único rol aceptado y reforzado socialmente, se ve resquebrajado
para dar paso al padre humano, con necesidades y emociones que compartir en la
familia.
En este Día del Padre
hacemos votos por modelos de masculinidad y paternidad que no se queden
confinados y que trasciendan a una sociedad que está urgida de
hombres-ciudadanos-padres.
18-06-20
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