Por Tomás Páez
El dictador
plusmarquista de Latinoamérica decía, refiriéndose a la diáspora cubana, “ni
los queremos ni los necesitamos”. Mostraba hacia ellos su desprecio y, en un
acto de proyección, el gran “negrero” de cubanos calificaba a sus compatriotas
de “esclavos modernos”, “desertores”, “gusanos” y “escoria de la sociedad”; y
remataba: “Jamás serían productivos para la Revolución cubana”. ¿Qué
sería de ese país sin las remesas de su diáspora?
Mostraba sin reparo su
menosprecio por el derecho humano de la movilidad: “No debe permitírseles nunca
regresar (a su patria), pues vienen a restregarles en la cara a los otros su
dinero y sus posibilidades”. Es decir, aquello que el modelo comunista o socialista,
pues para él eran la misma cosa, no era capaz de ofrecer a sus ciudadanos.
Igual que allá, en
Venezuela, la inquina, el odio y el desprecio por la diáspora y por quienes
disienten, lo instaló el difunto y lo perpetúan sus seguidores. Intentan encubrirlo
automercadeándose como “progres” (¿queriendo decir?) y cultores de la dignidad
del ser humano, eslóganes para la vileza y la deshonra, ¿o acaso merece otros
términos el haber provocado la mayor tragedia humanitaria conocida en
Latinoamérica y el éxodo más grande del mundo?
Silencian, ocultan y
niegan la realidad. Enfrentamos el silencio migratorio con el estudio “La voz
de la diáspora venezolana”, haciendo nuestras las palabras de Hannah Arendt:
“Humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos, por
el mero hecho de hablar sobre ello; y mientras lo hacemos, aprendemos a ser
humanos”.
También la comunidad
internacional las ha hecho suyas, con palabras y acciones, y la presencia de
muchos otros, gobiernos, instituciones y ONG, pone de relieve el esfuerzo por
construir un mundo común. La reunión digital a escala global llevada a cabo el
26 de mayo es la continuación y concreción de aquella otra convocada en 2019
por la ONU y la Unión Europea. Su propósito, “atender a los migrantes y refugiados
venezolanos, una de las mayores diásporas en el mundo, cuya seguridad y futuro
se ven amenazados con la pandemia del covid-19”.
En este encuentro, el
alto representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, manifestó: “De
nuestras acciones depende el futuro de 5 millones de personas” (de un éxodo de
más de 6 millones de venezolanos), quienes atraviesan una situación difícil
agravada en medio de la pandemia global. Lo conciben, agrega, “como una
política de ayuda humanitaria”. El diseño de la reunión impedía la
“partidización” de la ayuda y las pretensiones colonizadoras de intereses
particulares, padecidos por otros esfuerzos humanitarios en contextos
polarizados.
La iniciativa respalda
a los venezolanos que se encuentran en el país y a las instituciones y
organizaciones en los países de acogida, con el fin de fortalecer sus
capacidades. La inmensa mayoría de nuestros compatriotas agradecemos el
respaldo que nos brindan en un contexto de severa depresión económica global,
de un creciente desempleo y un incesante aumento de las necesidades sociales.
Los países se han quitado el “pan” de la boca para compartirlo. El encuentro
reafirma el dicho: hechos son amores y no buenas razones. Abandonan el confort
de la denuncia para ocuparse, con los recursos a su alcance, de los venezolanos
y su diáspora. Esta muestra de generosidad nos interpela, nos pregunta por lo
que estamos haciendo y las acciones que desarrollamos para colocar en el centro
de la atención al ser humano, al ciudadano que sufre la mayor de las
pandemias: la socialista.
Ese encuentro ha
acicateado el odio y las expresiones de ingratitud de los menos, y por ello
pedimos disculpas a la comunidad internacional; no expresan el sentir de la
mayoría de los venezolanos. Las expresiones que han utilizado nos parecen
inconcebibles, desagradecidas e imperdonables. Confesamos carecer de
explicación y desconocer el origen de tanto odio y desprecio hacia los
venezolanos y hacia quienes, con no poco esfuerzo, respaldan a nuestros
compatriotas.
Sus opiniones ponen de
manifiesto su confusión entre libertad de expresión y libertad de agresión,
hechos y opiniones, y en este terreno no todo vale, son necesarios datos e
información objetiva. Revelan, además, su desdén por los hechos, a los que
consideran “inventos del enemigo” (Colón, la galaxia, o los yanquis), y
solo comparten las ideas del grupo del que son miembros.
La opinión del Sr.
Maduro, y de su grupo de amigos más próximo, no ofrece sorpresa alguna:
epítetos y agresiones. Causa asombro la enorme paciencia y el estoicismo con el
cual países e instituciones han soportado las mentiras compulsivas, las
embestidas y provocaciones del régimen venezolano a lo largo de dos décadas.
Mientras el Sr. Maduro
dedica todas sus energías a la confrontación, arremete contra todo y se
desentiende de los compatriotas, gobiernos, ONG y organismos internacionales se
ocupan, respaldan y apoyan a la diáspora venezolana. El presidente de Colombia,
país que alberga a 2 millones de ciudadanos venezolanos, ha sugerido crear un
fondo multilateral para atenderlos, así como a los efectos que ella genera.
Otros voceros de ese
grupo se mofan de la diáspora y de los resultados del encuentro global.
Dice uno de ellos: “En Perú, Colombia, en México, los someten a esclavitud, 20
horas de trabajo. Un día de descanso cada 20”. Otro, el Sr. Arreaza, ha dicho:
«En plena pandemia Acnur se vuelve a prestar a la estrategia distractiva de
Estados Unidos y la UE, utilizando la migración venezolana para otra rebatiña
por recursos. La verdadera necesidad de fondos debería ir a la repatriación y
reinserción de venezolanos, que hoy regresan por millares». Extraña
lógica, ¿cómo regresan quienes no existen? ¿Cómo solicitar recursos
para lo inexistente? Cosas de la desfachatez y el caradurismo.
Una y mil veces han
negado la migración ante los países receptores, los cuales han otorgado visas y
permisos de trabajo a millones de venezolanos. Sin rubor alguno, estos países
han escuchado a esos voceros decir: “Se ha fabricado una crisis migratoria para
justificar una intervención militar”. Según ellos, tampoco existe crisis
humanitaria, otro invento más de los enemigos. De este modo, desaparece la
preocupación y la atención a la realidad, esta es la que ellos se inventan. Lo
reitera una de sus voceras, Delcy Rodríguez: “Han pretendido convertir un flujo
migratorio “normal”, en una crisis humanitaria justificadora de la intervención
internacional de Venezuela, no lo vamos a permitir”; o lo que es lo mismo, por
nosotros que se mueran. Calificar el éxodo actual como normal supone un
profundo desconocimiento de la historia de Venezuela o una mentira de
proporciones bíblicas.
El Sr. Maduro agrede
cuando dice:»Colombia exagera las cifras (de la migración) para robar al mundo,
para pedir plata», y cuando señala a Acnur como una institución que trabaja
directamente para el Departamento de Estado de Estados Unidos. Aun así, osa
afirmar que Venezuela necesita apoyo para atender a los que vienen huyendo de
la xenofobia y el coronavirus, es decir, aquellos que antes no existían. Se
contradice descaradamente y todavía pretende que alguien le crea y le
proporcione recursos.
Imposibilitados de
evitar el retorno, reciben a quienes regresan con desprecio. Los han
estigmatizado. Ejemplo de ello es lo expresado por el Sr. Lisandro Cabello:
“Toda persona que viole el sistema migratorio e ingrese en el país será
considerada arma biológica y será encarcelada”, y agregó: “Hay una operación
para contaminar a Venezuela desde Colombia”. Para el gobierno y sus amigos
quienes regresan son escorpiones y, haciendo eco del dictador, repiten: “No nos
interesan.”
Pese a las agresiones
sufridas, el mundo democrático entiende a la diáspora como un espacio para el
ejercicio de humanidad y de la Política (con P mayúscula) y destinan recursos
para ejecutar una estrategia de salvamento real. Anteponen la solidaridad al
discurso del odio.
El plan de acción
reviste un enorme interés para el desarrollo de una estrategia de gobernanza
real en medio de la escasez generalizada de recursos. Un contexto que desafía
la creatividad y la inteligencia de los demócratas y convoca a la
participación, a la creación de sinergias y redes de trabajo con la
participación de las organizaciones diaspóricas.
La diáspora es un
activo del país. Hoy envía remesas, cuya merma resultará inevitable, con las
cuales una parte de la población alivia sus necesidades. El reciente encuentro
internacional nos muestra la importancia de pasar del discurso y la denuncia a
la acción. Ese esfuerzo global revela un compromiso inquebrantable en la
construcción de un mundo común, el cual compartimos.
Venezuela acogió a muchas
y diversas diásporas y las regiones de origen mantenían con ellas estrechos
vínculos. Cualquier campaña electoral en Galicia, Canarias o el Parlamento
italiano exigía una agenda de trabajo, compromisos, acciones concertadas como
mecanismo para el ejercicio del poder. El país se construye desde la
concertación y no desde el odio y el desprecio
09-06-20
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico