Francisco Fernández-Carvajal 22 de junio de
2020
@hablarcondios
— El camino que conduce
al Cielo es estrecho. Templanza y mortificación.
— Necesidad de la
mortificación. Lucha contra la comodidad y el aburguesamiento.
— Algunos ejemplos de
templanza y de mortificación.
I. Mientras iban de
camino hacia Jerusalén, uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se
salvan?1. Jesús no le contestó directamente, sino que le dijo: Esforzaos
por entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os digo, intentarán entrar y
no podrán. Y en el Evangelio de la Misa de hoy San Mateo nos ha dejado esta
exclamación del Señor: ¡Qué angosta es la puerta, y qué estrecha la
senda que conduce a la vida, y qué pocos son los que atinan con ella!2.
La vida es como un camino que acaba en Dios, un camino
corto. Importa sobre todo que, al llegar, se nos abra la puerta y podamos
entrar: «caminamos peregrinos hacia la consumación de la historia humana. Dice
el Señor: Vengo presto y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno
según sus obras... (Apoc 22, 12-13)»3.
Dos sendas, dos actitudes en la vida. Buscar lo más
cómodo y placentero, regalar el cuerpo y huir del sacrificio y de la
penitencia; o bien, buscar la voluntad de Dios aunque cueste, tener los
sentidos guardados y el cuerpo sujeto. Vivir como peregrinos que llevan lo
justo y se entretienen poco en las cosas porque van de paso, o quedar anclados
en la comodidad, el placer o los bienes temporales utilizados como fines y no
como simples medios.
Un camino conduce al Cielo; el otro, a la
perdición, y son muchos los que andan por él. Con frecuencia nos hemos de
preguntar por dónde caminamos nosotros y a dónde vamos. ¿Nos dirigimos
derechamente al Cielo, aunque no falten derrotas y flaquezas? ¿Es el camino
estrecho por el que andamos? ¿Vivimos habitualmente la templanza y la
mortificación, pequeños sacrificios, pequeños pero reales? ¿A dónde vamos
nosotros? ¿Cuál es realmente el fin de nuestros actos?
«Si miramos las cosas, no como una pura teoría, sino
con referencia a la vida, quizá sea posible entenderlo mejor. Si un
universitario quiere ser médico no se matricula en Filología Románica... En
realidad, si un estudiante se matricula en Filología Románica está demostrando
que lo que de verdad quiere es ser filólogo, no médico, a pesar de cuanto se
diga (...). Y ello es así porque cuando se quiere algo hay que elegir los
medios adecuados (...). Si uno quiere ir a su propio hogar y deliberadamente
elige el camino que conduce a la casa de su enemigo, lo que sin duda está
queriendo es ir a donde, según dice, no desea»4.
Y si diera la razón de que ha elegido ese determinado camino porque es más
cómodo, entonces lo que de verdad le importa es el camino, no el fin al que
este le conduce.
Muchos viven persiguiendo fines inmediatos, sin
orientar su vida al fin último, Dios, que debe determinarlo todo. Pero no
olvidemos que, para conseguirlo, «cada día un poco más –igual que al tallar una
piedra o una madera–, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de
nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones
(...)»5.
II. El hombre tiende
a ir por la senda ancha, aunque posea pocos bienes, y por el camino cómodo de
la vida. Prefiere también una puerta ancha, que no conduce al Cielo: con
frecuencia se abalanza sin medida sobre las cosas, sin regla ni templanza.
La senda que nos señala el Señor es alegre, pero es, a
la vez, de cruz y de sacrificio, de templanza y de mortificación. Si
alguno quiere venir en pos de mí, que tome su cruz, cada día, y me siga6.
Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere
lleva mucho fruto7.
Nos es necesaria la templanza en esta vida para poder
entrar en la otra. Se nos pide a los cristianos estar desprendidos de los
bienes que tenemos y usamos, evitar la solicitud desmedida, prescindir de lo
superfluo y, en lo necesario, poner mortificación, que garantiza la rectitud de
intención. No podemos ser como esos hombres que «parecen guiarse por la
economía, de tal manera que casi toda su vida personal y social está como
teñida de cierto espíritu materialista»8.
Ponen los medios materiales como fin de sus vidas; piensan que su felicidad
está en ellos y se llenan de ansiedad por adquirirlos, olvidando fácilmente que
su vida es un camino hacia Dios. Solo eso: un camino hacia Dios. Estad
vigilantes, nos previene el Señor, no sea que se emboten vuestros
corazones por la crápula, la embriaguez y las preocupaciones de la vida9. Tened
ceñidos vuestros lomos y encendidas las lámparas y sed como hombres que esperan
a su amo de vuelta de las bodas10.
En la senda ancha de la comodidad, el confort y la
falta de mortificación, las gracias que Dios nos da quedan agostadas y sin
fruto. Ocurre como con la semilla caída entre espinas: se ahoga a causa
de las preocupaciones, riquezas y placeres y no llega a dar fruto11.
La sobriedad, por el contrario, facilita el trato con Dios, pues «con el cuerpo
pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a
lo alto»12.
Nos dirigimos a Dios deprisa, y lo único
verdaderamente importante es no equivocar el camino. ¿Estamos nosotros en el
camino bueno, el del sacrificio y la penitencia, el de la alegría y la entrega
a los demás? ¿Luchamos decididamente, con obras, contra los deseos de comodidad
que continuamente nos acechan?
III. En
medio de un ambiente con frecuencia materialista, la templanza es de gran
eficacia apostólica. Es uno de los ejemplos más atrayentes de la vida
cristiana. Donde quiera que nos encontremos debemos de esforzarnos para dar
siempre ese ejemplo, que se manifestará con sencillez en nuestro
comportamiento. Para muchos, la ejemplaridad de un cristiano ha sido el
comienzo de un verdadero encuentro con el Señor.
Una vida sobria es una vida mortificada y alegre. La
mortificación la encontraremos frecuentemente en cosas pequeñas que mantienen
el cuerpo sujeto a la razón y disponen al alma para entender las cosas de Dios.
Así, la mortificación interior, por una parte, lleva al control de la
imaginación y de la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles o
inconvenientes; y se manifiesta también en la mortificación de la lengua:
evitando, por ejemplo, conversaciones inútiles y frívolas, murmuraciones, etc.
Para caminar por la senda estrecha de
la templanza hemos de practicar también la mortificación de los sentidos
externos: la vista, el oído, el gusto... «Al cuerpo hay que darle un poco menos
de lo justo. Si no, hace traición»13.
Un poco menos de lo justo en comodidad, en caprichos, etc. Mortificaciones, en
fin, en nuestra vida de cada día: «en el trabajo intenso, constante y ordenado;
sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia por acabar con
perfección la labor comenzada; en la puntualidad, llenando de minutos heroicos
el día; en el cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de
servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los
detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el
mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de
penitencia...»14.
La senda estrecha pasa por todas las
actividades del cristiano: desde las comodidades del hogar, hasta el uso de los
instrumentos de trabajo y el modo de divertirse. En el descanso, por ejemplo,
no es preciso realizar grandes gastos, ni dedicar excesivas horas al deporte en
perjuicio de otros quehaceres. También da ejemplo de austeridad y de templanza
quien sabe hacer uso moderado de la televisión y, en general, de los
instrumentos de confort que ofrece la técnica.
El camino estrecho es seguro y es amable. Y en medio
de esa vida, que tiene un cierto tono austero y sacrificado, encontramos la
alegría, porque la «Cruz ya no es un patíbulo, sino el trono desde el que reina
Cristo. Y a su lado, su Madre, Madre nuestra también. La Virgen Santa te
alcanzará la fortaleza que necesitas para marchar con decisión tras los pasos
de su Hijo»15.
1 Lc 13, 23. —
2 Mt 7, 14. —
4 F.
Suárez, La puerta angosta, Rialp, 9ª ed., Madrid 1985, pp.
37-38. —
5 Cfr San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 403. —
6 Lc 9,
23. —
7 Jn 12,
24. —
8 Conc.
Vat. II, loc. cit., 63. —
9 Lc 21,
34. —
10 Lc 12,
35. —
11 Lc 8,
14. —
12 San
Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y la meditación,
II, 3. —
13 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 196. —
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