Américo Martín 08 de junio de 2020
Entre
la gracia y la desgracia parece desenvolverse el pugnaz debate entre el
gobierno de Maduro y el gobierno de Guaidó, con presencia de la comunidad
internacional y, en su versión más completa, de las fuerzas dirigidas por el
presidente Trump. El episodio más reciente en esta agitada confrontación lo
cubre la exitosa llegada a costas venezolanas de cinco buques tanqueros de
bandera iraní con un millonario cargamento de gasolina que, aunque Miraflores
pagó a tiempo y con oro, podríamos decir que en su conjunto el episodio fue
percibido como una victoria para el oficialismo venezolano y el gobierno iraní.
Una
gracia que, al exhibir previsibles puntos débiles y además irritantes para la
población, tiende a convertirse en una inesperada desgracia.
Dos
importantes especialistas venezolanos, como lo son José Toro Hardy y José
Guerra, presentaron tempranas dudas sobre la posibilidad de desenlaces
fallidos. Toro Hardy fue el primero en dudar acerca de la capacidad refinadora
de los iraníes para el tratamiento de petróleo pesado, porque el complemento de
la gasolina que llegó a Venezuela sin ser bloqueado por la marina norteamericana,
era la habilitación, así fuera parcial, del Complejo Refinador de Paraguaná, en
el entendido que el abastecimiento proporcionado por Irán no podía sostenerse
en el tiempo, por no ser financieramente viable, razón por la cual Maduro y sus
aliados depositaron su esperanza en la recuperación, así fuera parcial, de
Paraguaná. Mientras que José Guerra anunció que el envío iraní se agotaría a la
los quince días. De modo que la desgracia sería severa y ya está en desarrollo.
Esa
dialéctica gracia-desgracia se repite con el drama del agua, la electricidad y
el hambre, con el agravante, en estos casos, de que la gracia es un suspiro y
la desgracia un trueno.
Observan
otros importantes analistas que el Estado se desmorona, en los ministerios muy
pocos trabajan y no solo por la incidencia terrible del Coronavirus, en
realidad se desvanece la vocación y la moral del Estado venezolano. Ninguna
persona honrada puede sentirse satisfecha por la inviabilidad del modelo y su
acelerada decadencia, porque sería como celebrar la tragedia que vive nuestra
patria.
Por
eso, aunque se piense que la solución de fondo reside en un urgente cambio
democrático de gobierno que suponga la sustitución de la élite del poder
actual, no podemos desdeñar acuerdos entre la Asamblea Nacional legítima y el
gobierno de Maduro para conjurar los problemas más palpitantes que a duras
penas soporta Venezuela.
Confieso
que recibí con sorpresa y alegría la firma de las dos partes del acuerdo para
liberar fondos destinados a combatir el covid-19. Fue un gran esfuerzo –cierto
es– iniciado por la AN pero no puede despreciarse la firma del representante de
Maduro, sin la cual esos valiosos fondos permanecerían congelados. En el
siempre impresionante lenguaje de la fotografía ver juntos a Maduro y Guaidó,
uniendo sus fuerzas contra una terrible pandemia, sugiere que esas fuerzas
unidas pueden proyectarse sin pausa al ataque contra miles de problemas que
hunden la vida del país.
Fue
una gracia que no necesariamente debía arrastrar la desgracia, pero con insigne
ceguera y temiendo al qué dirán, desde las dos corrientes enfrentadas, se
agitaron los rebullones que enloquecían a Juan Primito, un bobo curiosamente
malicioso que merodeaba la casa de El Miedo de Doña Bárbara.
Fueron
rebeliones impostadas para negar el acuerdo o convertirlo en hecho
intrascendente. Denotaron una extraña determinación de cegar las evidentes
posibilidades de superar inconvenientes que impidan eventuales acuerdos
electorales eficaces y normalicen la vida institucional. No sé si estas metas
estén al alcance del proceso, pero lo que de seguro sé es que si no se
aprovechan momentos como éste jamás saldremos del fétido pantano ni podremos
fortalecer la causa de la democracia y elecciones libres que el mundo demanda
de Venezuela.
Es
a la conducción política a la que corresponde avanzar sin miedo por estos
escabrosos territorios. Ni siquiera postulo cambios o relevos direccionales. El
salto de la gracia a la desgracia y de la desgracia a la gracia pueden ser
alentadoras enseñanzas que enriquezcan la sabiduría de los dirigentes actuales
para no tener que añadir el complicado problema del “quítate tú para ponerme
yo”.
Estamos
por ser sometidos a una confrontación electoral que podría centuplicar la
crisis del país, y su relación con el mundo, si no guarda un minimo de
seriedad. Andrés Caleca ha advertido los riesgos a que se expone el país si no
nos esforzamos a producir unas elecciones convincentes, lo cual es
perfectamente posible, porque en las condiciones actuales puede fortalecerse el
deseo de participar, tanto más cuanto fórmulas extravagantes como las
invasiones y las salidas de fuerza tienden a desvanecerse.
La
gracia consiste en que en Venezuela la democracia es la solución de las
soluciones, en la medida en que –además– de ser la expresión de la racionalidad
y la verdad, sigue convirtiéndose en una fe colectiva. Y la alianza de la razón
y la fe vence en la gracia y en la desgracia.
Américo
Martín
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