Por Luisa Pernalete
La pequeña Victoria
heredó de su padre el amor por los animales. Él recogía perritos heridos para
curarlos y cuidarlos, entre otros gestos. Cuando la pequeña tenía 6 años, un
vecino le regaló un perrito, Pintas, y ella “adoptó” un gatito, Pelusa. El
patio de la casa no era muy grande. Ahí tenían que convivir ambas mascotas.
Victoria les enseñó a comer del mismo plato, a dormir en la misma caja, que
ella acomodó como cama, y les paseaba en el coche de su muñeca. A veces los
cuadrúpedos peleaban, pero ahí estaba Victoria para separarlos, que no se
hicieran daño y que se entendieran. Ni Pintas dejó de ser perrito ni Mota dejó
de ser gato, pero pudieron convivir. No fue fácil, pero ella lo logró.
En estos días he
recordado esa historia real, así como un libro del padre Manuel Segura
SJ: Aprender a convivir no es imposible… No dice que sea fácil, dice
que no es imposible. Toda esta introducción viene a cuento porque esta semana
muchos venezolanos hemos saludado gratamente ese acuerdo entre el Ministerio de
la Salud y el Equipo Técnico de la Comisión por la Ayuda Humanitaria de la
Asamblea Nacional, y se han puesto de acuerdo para que la OPS, Organización
Panamericana de la Salud, actor externo, pueda traer ayuda para enfrentar el
Covid19 en Venezuela.
Según leemos en un
comunicado de apoyo a este acuerdo de muchas organizaciones de la sociedad
civil, “ambas partes han acordado trabajar coordinadamente y con el apoyo
técnico y administrativo de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en
la búsqueda de recursos financieros y el fortalecimiento de las capacidades de
respuesta del país para atender a la población y proteger al personal de salud
frente a la pandemia. Un acuerdo fundamental, en momentos donde se incrementan
el número de contagios y cuya propagación comienza a manifestar un patrón de
crecimiento progresivo similar al del resto del mundo”.
Seguro que no fue
fácil, y si bien no arregla todos los problemas del país, es un paso que puede
ser el primero de otros. Independientemente del alcance del mismo, el acuerdo
busca “el bien común” y es una expresión del reconocimiento de las partes:
ambas existen, se oponen, pero han sido capaces de llegar a unos acuerdos
poniendo por encima de sus diferencias, necesidades urgentes, que son muchas en
Venezuela y eso es una buena noticia. Nadie ha dicho que las diferencias se han
disuelto. Hay diferentes maneras de entender el país, hay diferentes proyectos,
diferentes maneras de hacer política, pero el bien común debería prevalecer, y
es urgente mitigar los sufrimientos de tanta gente.
Mandela, con la
sabiduría de alguien que pasó 27 años como preso político, que salió de la
cárcel sin tener a la venganza como consejera y que evitó una guerra civil en
su país, cuando en el año 2.000 le pidieron formar parte de una comisión
mediadora en Burundí (que estaba en un conflicto bélico abierto) le dijo a los
dirigentes que entre iguales no era necesario sentarse y ponerse de acuerdo, el
reto estaba en partes oponentes, y tenían que ser realistas y sensatos: ninguna
de las dos partes tenían toda la razón, ninguna de las dos ganará todos los
puntos de vista, ambas partes tendrán que ceder algo.
Pedro Nikken
(1945-2019) ese extraordinario defensor de los DD HH, ex juez de la Corte
Interamericana de DD HH, quien presidió alguna vez la Asociación Mundial de
Juristas, fue parte de las comisiones de paz de El Salvador, entre otras cosas,
y que estuvo impulsando aquí en Venezuela un grupo de entendimiento, decía que
en El Salvador, después de 100 mil muertos, las partes oponentes terminaron
sentándose para negociar una tregua y el fin del conflicto armado que desangró
ese pequeño país. “¿Tenemos que llegar a 100 mil muertos nosotros para
sentarnos?”, se preguntaba. Hay que sentarse.
Los cristianos hemos
celebrado hace poco el Día de Pentecostés, y uno de los dones es el de
entendimiento. Hay que pedir ese don para los que toman las decisiones en
Venezuela.
Termino recordando una
petición del papa Francisco en su exhortación Evangeli Gaudium (2013): “Pido a
Dios que crezca el número de políticos con capacidad en entrar en auténtico
diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la
apariencia de los males de nuestro mundo. La política, tan denigrada, es una
altísima vocación, una de las formas más preciosas de la caridad porque busca
el bien común (…) ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les
duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres”.
05-06-20
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