Humberto García Larralde 22 de junio de 2020
Elementos
definitorios
No
propongo aquí examinar la mente de quienes ocupan el poder en Venezuela desde
categorías conceptuales desarrolladas por expertos en el área. No soy psicólogo
ni criminólogo. Se trata, simplemente, de constatar la terrible perversión de
quienes –a conciencia— han consentido y promovido:
1) La devastación de la economía y, con ello, de los
medios de sustento del venezolano;
2) La destrucción de la industria petrolera,
proveedora de divisas, gasolina y lubricantes para el mercado interno;
3) La demolición de los servicios básicos para la vida
en sociedad: agua, luz, seguridad e información;
4) La ruina de los sistemas públicos de salud y
educación, y el acorralamiento de los privados;
5) La supeditación de los derechos humanos—incluyendo
el derecho a la vida y a la libertad– a consideraciones políticas;
6) La supresión de toda posibilidad de cambio político
por vías pacíficas y democráticas;
7) El reemplazo de normas de convivencia y de respeto
entre seres humanos, por la arbitrariedad y el, “me da la gana”, desde el
poder;
La lista puede continuar, sobre todo si se entra en el
detalle. Cuadrarse con tales hechos y/o intentar convalidarlos con argumentos
espurios, retrata la perversión de quienes, hoy, controlan al Estado. La mente
criminal de Maduro y su combo se expresa en la creación de un estadio de
miseria, sufrimiento y desesperación, como no se conoce en Venezuela desde la
Guerra Federal.
En absoluto puede excusarse alegando ignorancia o por
estar “mal asesorados”. No sólo conocen del impacto y de las consecuencias de
sus acciones; las han proseguido intencionalmente. Ello nos permite una primera
aproximación a la comprensión de la mente criminal de Maduro y cía.; su
depravación moral y ética. De ahí se explica su crueldad e indiferencia ante
los padecimientos de la gente. De ahí su maquillaje de cifras sobre el impacto
del Covid-19 en Venezuela, sus razones absurdas por las que no hay gasolina,
para justificar el colapso del servicio eléctrico, negar la hiperinflación, el
desmoronamiento de la producción agroalimentaria y las muertes en manos de las
FAES (y de otros esbirros), como de tantas fabulaciones adicionales. La maldad
llega al extremo de acabar, por “quítame esta paja”, con una de las pocas
fuentes de entretenimiento que les quedaban a los venezolanos confinados, sin
agua y pasando hambre: las transmisiones de Directv, ¡y de meter preso a sus
directivos!
Desde su bunker, Hitler culpaba al pueblo alemán por
su derrota, una vez entradas las tropas soviéticas a Berlín, al no haber estado
a la altura de sus designios. Maduro expresa igual desdén por los venezolanos,
regañando a quienes regresan en busca de refugio contra el Covid-19. Parece
exclamar, “¡Jódanse, por huir de la ‘revolución’ bolivariana!” “¡Pidan perdón y
les entrego cajas Clap!.”
Lo anterior nos permite abordar un segundo elemento de
la mente criminal. Su enfermiza obsesión por elucubraciones y construcciones
ideológicas que sirven para “auto-absolverse” ante sus víctimas. Los
chavo-maduristas viven en un mundo ficticio, refractario a toda contrastación
con la realidad, que acomoda sus crímenes dentro de una narrativa justiciera,
de redención de los pobres. Esa es la función del menjurje fascista y comunista
de su ideario: conferirles algún sentido a sus acciones, para que la conciencia
no les estorbe cuando estén “salvando a la humanidad”. Así como la Inquisición
perseguía, torturaba y le hacía la vida miserable a quienes denunciaba como
infieles o dudaba de sus convicciones religiosas, los actuales dueños del país
no escatiman esfuerzos para forzar “las razones de la Historia” (con mayúscula)
para imponerles a los venezolanos la depredación de sus riquezas. Pero, a
diferencia de los vejámenes de la Inquisición, motivados por la fe, en la
Venezuela cautiva de las mafias, es difícil suponer que se crean los disparates
que se inventan para justificar sus desmanes. El cinismo se les sale por los
poros. El oscurantismo retrógrado que exhiben los auto-postulados
“revolucionarios” de hoy debería llamarse, por tanto, “Cinquisición”. Es, de
nuevo, expresión de mentes perversas, torcidas, sin apego alguno por la verdad,
ni empatía para con los que no son de su círculo estrecho de complicidad.
La incógnita a precisar es hasta dónde esta mentalidad
criminal, con sus terribles vicios, es compartida por quienes sustentan, de una
manera u otra, la abominación chavo-madurista. Más allá de los militares y
civiles corrompidos, como de los esbirros cebados en atormentar o asesinar a
sus compatriotas, es preocupante que, entre los que rodean a Maduro, no hayan
aparecido quienes pongan fin a su fatal conducta, por los medios que fuera. ¿No
existe consideración humanitaria alguna, aunque sea una pizca de ética, para
acabar con tanto sufrimiento? ¿Cuál es el punto de quiebre de las complicidades
con los que mandan, a qué responden? ¿O es que todos los que sostienen a Maduro
son parte de las mafias dedicadas a saquear al país? Éstas han sido inquietudes
permanentes de los venezolanos demócratas. Difícil aceptar que, absolutamente
todos, sean tan anuentes con la criminalidad de Maduro, Cabello, Padrino y
demás. Es como para terminar perdiendo fe en su condición humana de los
chavistas.
Algunas implicaciones
Una primera conclusión de lo señalado es que el
andamiaje conceptual y de valores de Maduro y de sus mafias nada tiene que ver
con el de quienes luchan, sinceramente, por la democracia liberal. Parece
reflejar, más bien, una versión invertida de éste. Ello apunta a la
inexistencia de un piso compartido de objetivos y premisas entre
chavo-maduristas y demócratas, que pudiera servir de base a la negociación de
una salida percibida como mutuamente conveniente para ambos. Ante esta
ausencia, es estéril apelar a problemas de gobernanza, a la necesidad de
mejorar el bienestar de la población o de defender los intereses de la nación,
para comprometer a la mafia en acuerdos constructivos con las fuerzas
mayoritarias del país.
¿Significa esto que debe descartarse la posibilidad de
producir los cambios mayoritariamente anhelados por la vía de la negociación?
No. Lo que implica es que ésta sólo puede tener éxito si se formula en términos
tales que proyecte, entre los mafiosos, la convicción de ser la mejor opción
posible –en realidad, la única—frente a aquella que resultaría, de otro modo,
inevitable: su desalojo por la fuerza.
La objeción obvia de plantear las cosas de esta manera
es que la oposición no tiene, en estos momentos, la capacidad o la fuerza
(medios de violencia) requerida para que tal amenaza sea creíble. Ella está
sujeta a la existencia de ese hipotético y ansiado contingente de militares
honestos, comprometidos con el bienestar de los venezolanos que,
vergonzosamente, no se materializa, o de la disposición de los gobiernos de
naciones amigas por sacar a Maduro y a su mafia del poder, como sea.
La indisposición de gobiernos democráticos por sacar a
Maduro por la fuerza no se debe a motivos de naturaleza militar: la corrupción
y descomposición de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana no augura capacidad
de resistencia ante una acción concertada de fuerzas bien dotadas y apoyadas
logísticamente. Obedece a imperativos políticos. Existen dos vertientes a
considerar:
1) El argumento (incuestionable) de que no es deseable
una solución militar, dados sus posibles costos en vidas y destrucción. Esto es
particularmente válido si se percibe que no se han agotado los medios para
encontrar una salida negociada. Por supuesto, la permanencia de Maduro en el
poder genera costos terribles, día a día. Esta postura tiene, a su vez, dos
motivaciones:
– La ignorancia o desconocimiento de la naturaleza del
régimen al que nos enfrentamos, totalmente refractario a acordar, por las
buenas, el reconocimiento del orden constitucional y, en consecuencia, su
salida del poder (rige el paradigma de Chile con Pinochet);
– Porque ofrece a estos gobiernos la posibilidad de
mostrar una posición en defensa de un régimen de libertades y de censura a la
dictadura de Maduro, aparentemente firme, pero sin tener que comprometer
recursos, más allá de sacrificar posibles negocios con ésta al imponerle
sanciones. Es una posición cómoda, políticamente correcta, porque abjura de
soluciones de fuerza. Es, notoriamente, la actitud de la Unión Europea. La
situación venezolana no representa, para la gran mayoría de sus miembros, amenaza
alguna, salvo algunos inconvenientes que podrían derivarse del número de
refugiados venezolanos en España o Portugal. ¿Porqué involucrarse en una misión
costosa en un país que ni les va ni les viene? “Que los venezolanos arreglen
ellos mismos sus problemas y nosotros, desde acá, los apoyamos”. Esta posición
de no “mojarse” –como dicen los españoles—es lógica y, hasta cierto punto, no
los menoscaba éticamente. Lastimosamente a tal posición se le vieron las
costuras cuando tocaba intervenir en las Balcanes (antigua Yugoslavia) en los
’90, para evitar los genocidios que ahí se cometieron.
En el caso de los países miembros del Grupo de Lima,
lo que ocurre en Venezuela sí representa una amenaza palpable. Sin embargo,
opciones de fuerza representan un desproporcionado costo para cualquiera de
ellos, de proceder por su cuenta contra Maduro. Además, podría crearles
problemas internos con movimientos populistas que simpatizan con el chavismo.
El “wild card” en esto es Donald Trump. Por razones
electorales, puede verse tentado a derrocar a Maduro, a solas o liderando otras
fuerzas, con o sin apoyo internacional, o simplemente ignorarlo.
2) El no desestimable problema de cómo estabilizar el
país, una vez desplazadas las mafias del poder, y asegurar una transición, lo
menos conflictiva posible, hacia su exitosa recuperación. El empoderamiento de
bandas paramilitares, incluyendo a la guerrilla colombiana, y la anomia
representada por su actuación a la libre, representan un serio desafío,
posterior al desalojo de las mafias del poder político. Sin garantizar la
seguridad interna, no habrá manera de darle paz a los venezolanos, ni existirá
la confianza requerida para atraer las inversiones tan necesitadas. Asumir la
responsabilidad del orden público post Maduro, no es nada atractivo para
gobiernos amigos. Aunque, contra esto, habría que sopesar el alivio de eliminar
un factor tan tóxico y perturbador en la región como el chavo-madurismo. Lo
ideal sería una respuesta militar autóctona, que ofreciera un referente de
autoridad para cimentar el orden interno. Pero, como ya se ha mencionado, la
vergonzosa degeneración de los mandos militares venezolanos parece contrariar
tal posibilidad.
Implicaciones para las fuerzas democráticas
De lo expuesto se desprende que la estrategia de las
fuerzas democráticas debe dirigirse a hacer creíble y viable la posibilidad de
sacar a Maduro del poder con una acción de fuerza –por cualquiera de las dos
vías antes comentadas—, de manera de que se vea obligado a negociar su
imperiosa salida. Esto es una tarea compleja. Implica convencer a las fuerzas
capaces de ejecutar esta acción –la constelación de países amigos y/o los
estamentos sanos de la FAN– que tal eventualidad es plausible. Para ello, es
menester que las fuerzas democráticas procuren agotar, visiblemente, la
búsqueda de acuerdos para que la dictadura acate el ordenamiento
constitucional. Para muchos, tal posibilidad es ilusoria, dada la naturaleza
fascista de Maduro y los suyos. Este escepticismo –o realismo, dirían los que
sostienen esta posición–, puede tener mucho fundamento, pero hay que demostrar
que ello es así, fehacientemente. No deben quedar dudas respecto a la negativa
de las mafias a una salida pacífica, constitucional.
Si bien en el pasado reciente ha habido reiteradas
evidencias de ello, nos enfrentamos, hoy, a dos oportunidades para ponerla
decisivamente a prueba: las elecciones parlamentarias, y el enfrentamiento
eficaz a la epidemia del COVID-19 y a la aguda crisis humanitaria que padece la
población.
Las elecciones parlamentarias
Independientemente del objetivo principal por lograr
la realización de elecciones presidenciales legítimas, que pongan fin a la
usurpación, las elecciones parlamentarias constituyen un compromiso
insoslayable. Son un mandato constitucional. Mal pueden las fuerzas
democráticas argumentar que la farsa electoral de mayo, 2018 –con la que Maduro
alega haberse reelegido– es inválida porque viola el ordenamiento
constitucional, si no afirman, contundentemente, su disposición a concurrir a
la elección de representantes parlamentarios para el período 2021-2026. Desde
luego, debe realizarse en condiciones que permitan la efectiva manifestación de
la voluntad popular. Ello es el centro del asunto. Para que sea así, es
menester cumplir escrupulosamente con lo previsto en la constitución y las
leyes respectivas. En tal sentido, la “prueba del ácido” que revelaría la
verdadera disposición de la dictadura a regirse por la constitución y las
leyes, es que reconociera:
1) Que el CNE debe conformarse conforme al artículo
296 de la Constitución, que establece que sus integrantes son nombrados por
votación de las dos terceras partes de la Asamblea Nacional;
2) Que no exista inhabilitación ilegal e ilegítima de
candidatos;
3) Que se haga una auditoría completa y transparente
del registro electoral;
4) Que se abra el período de inscripción de nuevos
votantes, según los lapsos establecidos;
5) Que se inviten observadores internacionales que
velen por el cumplimiento de las pautas electorales;
6) Que el gobierno abandone su conducta ventajista y
que no haya intimidación de los votantes.
Pero el chavo-madurismo anuncia desde ya su
disposición a trampear estos comicios para asegurar su triunfo. “Ni por las
buenas ni por las malas” –Maduro dixit–, dejarán que gobierne Guaidó (o cualquier
opositor auténtico). Alegando “omisión legislativa”, su tsj abyecto pasó por
encima de la Constitución y designó un CNE controlado por exmagistrados
chavistas. Suspendió las direcciones nacionales de AD y de PJ, y les nombró una
“directiva ad hoc” a su medida. Les confiscó, asimismo, sus respectivas
tarjetas electorales. Ahora ese tribunal írrito busca la manera de ilegalizar a
Voluntad Popular, el partido de Guaidó, Leopoldo López y de otros dirigentes
democráticos importantes. El chavo-madurismo busca, como sea, quitarle el
sustento institucional de las fuerzas democráticas, trampeando las elecciones
parlamentarias para que su representación ahí resulte claramente minoritaria.
Sin control parlamentario, aspiran a hacer desaparecer el apoyo internacional a
Guaidó. Esta disposición a torcer la voluntad popular se remacha abiertamente,
al despachar groseramente las observaciones críticas de la Unión Europea sobre
tal proceder, insistiendo en que estas elecciones, así amañadas, van. Una vez
más, como cuando su fraudulenta “reelección, Maduro desafía a los mecanismos
constitucionales existentes para que se exprese políticamente el pueblo. Ni
siquiera se preocupa por aparentar su apego a ellas. ¡El país le pertenece y
hace lo que le da la gana!
Como debe ser, esto se está denunciando
contundentemente, con la constitución en la mano, ante la comunidad nacional e
internacional. Debe ser eje de la estrategia electoral. Paralelamente, hay que
retomar la designación del comité de postulaciones de la sociedad civil, y
hacer las consultas respectivas a las facultades de ciencias jurídicas y
políticas de las universidades nacionales para designar un CNE legítimo. Es
menester que los órganos competentes a nivel internacional hagan suyos este
proceder y que, de ninguna manera, se presten a la farsa preparada.
Ahora bien, de abrirse el chavo-madurismo a la
posibilidad de avanzar en el entendimiento de aspectos cruciales para hacer
confiables estas elecciones, habrá que buscar la manera –también, con apoyo
internacional–, de ensanchar esta rendija, de manera de asegurar condiciones
electorales, sino totalmente sanas, al menos aceptables. Es decir, la defensa
de las condiciones electorales debe convertirse en factor de movilización y
“moralización” de las fuerzas opositoras, y de concertación del apoyo
internacional. Es necesario pasar a la ofensiva al respecto, y no quedarse
meramente en lo reactivo frente a la agenda provocadora que quiere imponer el
fascismo.
La cooperación en la contención del Covid-19
El acuerdo firmado entre el Dr. Julio Castro, en
representación de la Asamblea Nacional, y Carlos Alvarado, ministro (madurista)
de Salud, constituye el primer reconocimiento del chavo-madurismo, a la
legitimidad y fundamentación constitucional de la Asamblea Nacional, dominada
actualmente por las fuerzas democráticas. ¿Qué implicaciones tiene esto? ¿Cuál
es su significado? ¿Es, ¡por fin!, una señal de apertura? Difícil saberlo, más
cuando ocurre en un marco político signado por las arbitrariedades antes
referidas y por la represión incesante de opositores. Lo cierto es que todo
logro que se alcance con este acuerdo –que habría que publicitar– representa
una oportunidad para machacar la necesidad de un Gobierno (transitorio) de
Unidad Nacional. Esta no debe ser desaprovechada. Fue pregonado por Juan Guaidó
hace poco y avalado por EE.UU. Tal gobierno enfrentaría, con apoyo
internacional, la crisis humanitaria del país y generaría espacios para buscar
la convivencia y el entendimiento requerido para abordar los problemas más sentidos
por la sociedad (servicios públicos, medicamentos, gasolina, etc.).
Es una oportunidad para resaltar, palpablemente, las
ventajas de un gobierno que tome seriamente en cuenta necesidades puntuales de
la población y contrastarlo con el actual, que responde exclusivamente a los
intereses de las mafias. El acompañamiento de esta iniciativa (el
enfrentamiento conjunto del Covid-19) con trabajo político entre las
comunidades, deberá contribuir con una expectativa favorable al cambio
político, en un corto plazo. Se estaría construyendo, desde la base, una
alternativa que respondiese a los problemas más sentidos de la gente. Habría
que hacerlo claramente visible. Sumaría razones para que la comunidad
internacional entendiese mejor la necesidad de insistir en este Gobierno de
Unidad Nacional, su único interlocutor confiable para los programas de ayuda y
demás iniciativas dirigidas a aliviar las terribles penurias de los
venezolanos. De pretender los fascistas boicotear estas posibilidades –está en
su naturaleza—hay que denunciarlo fuertemente, a sabiendas que tendría
resonancia entre los países amigos. Este trabajo apuntalaría las opciones
democráticas frente a los comicios en ciernes, y haría mucho más clara la
imperiosa necesidad de unas elecciones presidenciales legítimas, que pusieran
fin a la usurpación y a la continuada destrucción de la República.
Consideraciones finales
Maduro, Cabello, Padrino, Reverol, los hermanitos
Rodríguez y demás integrantes de su círculo estrecho de poder, han acabado, a
conciencia, con el futuro de las nuevas generaciones, con un retiro
(jubilación) digna para los mayores, con los ingresos de casi todos, con la
salud y las alegrías de una gran mayoría y con la vida de un número no
despreciable de sus compatriotas. Pero esto les resbala: son “daños
colaterales” de imponer un proyecto –maquillado con una discursiva
“revolucionaria”— dirigido a expoliar el país. Mientras estén en el poder, esta
labor destructiva arreciará. Asimismo, Venezuela seguirá siendo un factor de
desestabilización regional, como refugio de terroristas, asiento del
narcotráfico y fuente de una emigración masiva, cada vez más depauperada y sin
protección ante el Covid-19.
Las mafias han cerrado reiteradamente las puertas a
toda posibilidad de cambio democrático, constitucional. Quieren asegurar su
continuidad al mando. Su conducta deliberada en contra de la inmensa mayoría de
los venezolanos ha ganado su desprecio. Salvo una rectificación a última hora
que muy pocos esperan, no hay nada que buscar con ellos. La carga de la prueba
de que su actitud será otra –no con negociaciones que no van a ningún lado o
elecciones amañadas–, está de su parte.
Aunque suena antipático tener que decirlo, fui uno de
los primeros en señalar la naturaleza fascista de Chávez y de su proyecto
“bolivariano”[1]. Al no haber asumido que éste era su carácter, la
oposición democrática fue llevada una y otra vez, respondiendo a promesas
variadas, a callejones sin salida, con terribles costos, que terminaron
apuntalando la dictadura. Para el fascismo, invirtiendo a Clausewitz, la
política no es más que una guerra conducida por otros medios. La experiencia
histórica señala que prefiere provocar una conflagración final, definitoria de
la victoria, que negociar su abandono del poder.
No estamos frente a una situación como la vivida en
Chile, que permitió el triunfo del plebiscito contra Pinochet. Éste, dictador
sanguinario y ladrón, no fue fascista, estrictamente hablando. Contaba con el
apoyo de las clases adineradas y de sectores conservadores del país. Una vez
enrumbada la economía chilena a un crecimiento sostenido—después de la
desastrosa crisis de 1982—buscó “legitimarse” ante la comunidad internacional y
ante su propia población con ese plebiscito. Fue la propia institución militar
la que lo conminó a reconocer su derrota. Es decir, había un marco
institucional –si bien distorsionado y en parte corrupto— sobre el cual pudo
respetarse la voluntad de cambio.
En la Venezuela de hoy, la situación es muy diferente.
No hay institución militar (¿acaso quedan instituciones?), dada su corrosión
por el ácido de la corrupción y de otros crímenes. Impera la anomia, que impone
la voluntad del más fuerte (de menores escrúpulos). Se traduce en un coto de
caza a la libre (Venezuela) para las mafias, abierto a su saqueo sin
restricciones. Para su tranquilidad mental, disponen de una fabulación
ideológica que excusa sus atropellos: ¡una “revolución”!. Ya no es el repudiado
imaginario racista, sino las promesas de redención socialistas. Esto los blinda
contra toda recriminación, independientemente de que pocos crean realmente los
disparates profesados. Su función ha sido construir una burbuja ficticia, una
realidad alterna, que los exime de rendir cuentas. Dentro de esta zona de
confort, y con apoyo de complicidades internacionales –cubanos, iraníes, ELN,
FARC, Rodríguez Zapatero y otros que están en su nómina—en absoluto van a
negociar su salida del poder. No les preocupa ganarse el favor de los
venezolanos o aparentar legitimidad ante la comunidad democrática mundial.
Mientras tengan a su favor la fuerza, continuarán depredando al país, hasta
destruirlo por completo. Como todo parásito, no pueden dejar de matar a su
víctima: no les queda de otra, pues no saben hacer otra cosa que depredar.
El fascismo ha ubicado a esta contienda claramente
como un combate decidido por la fuerza. Para los venezolanos, ha sido una lucha
sumamente cruenta, con numerosas bajas y con la devastación de un país que
alguna vez fue considerado entre los más prósperos de la región. Participar en
las elecciones fraudulentas que prepara Maduro no es la opción “realista” en
este escenario, por más que se insista en que ello permitirá desenmascarar las
trampas y movilizar a la población. Difícilmente podrá activarse ésta en un
escenario de fraude tan claramente cantado. Y será iluso creer que podrá
concertarse una unidad sólida que aguijonee a los demócratas a una
participación combativa, que arrincone a los fascistas. Cualquier convivencia
con éstos será cómplice con continuada destrucción de Venezuela.
La existencia del chavo-madurismo frente al Estado ha
demostrado su incompatibilidad con la nación venezolana. Por tanto, no debería
estar ahí, no tiene razón de ser. Lamentablemente, ha insistido en que sólo
responderá a razones de fuerza. A enfrentar esto está obligada, por ende, la
oposición democrática. Paradójicamente, la única manera de concertar un arco de
fuerzas que saque a Maduro y sus mafias del poder –nacionales y/o
internacionales–, es agotando visiblemente las posibilidades de solución
democrática, constitucional. Ojalá que la percepción clara de esta opción por
parte de los fascistas permita abstenerse de su ejecución, para liberar a
Venezuela.
Humberto
García Larralde
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