Por Gregorio Salazar
Los reductos de la
comunidad hípica en Venezuela no salen de su estupor por el cruento final del
crack Ocean Bay. El público que vibró con sus victorias y en especial con las
dos que lo dejaron a punto de triplecoronarse en la temporada 2016 se duele de
su inmerecido destino: Ocean Bay destazado por gente inescrupulosa e incapaz de
conmoverse ante su hermosa estampa alazana ni por su trayectoria de campeón de
su generación.
Además de la muerte a
manos de menesterosos hambrientos, ¿qué otras hipótesis se asomaban? ¿Una
venganza? ¿Una extorsión? En ese último caso sus restos descuartizados
evocarían la escena fílmica de aquel Khartoum, cuya cabeza cercenada inundó de
sangre el sedoso lecho de Jack Wolst, un magnate del espectáculo extorsionado
por la mafia para que contratara para una película a un cantante que, cuenta la
crónica, fue en la vida no cinematográfica nada menos que Frank Sinatra.
La noticia sobre el
triste final de Ocean Bay causó revuelo internacional, principalmente porque se
atribuyó al consumo humano. En el norte de Italia es posible ver charcuterías
de carne de caballo, pero aquí no los comíamos y muchísimo menos si se trataba
de una estrella del espectáculo hípico. Ahora la carta de la gastronomía
nacional, sin llegar a la del hoy tristemente célebre mercado de Wuhan, se ha
ampliado de manera exótica, pero por demás imperiosa, con la incorporación de
perros, burros y gatos, hasta donde sabemos. Allí están las redes sociales que
lo digan.
Al igual que Cañonero,
el increíble potro nacido en USA que salió de La Rinconada para derrotar a los
mejores purasangres del mundo en las dos primeras pruebas de la Triple Corona
de allá, Ocean Bay lesionado no pudo conquistar la tercera gema criolla. Sólo
ocho ejemplares concretaron la hazaña en nuestro patio en más de cien años de
historia hípica y en esa ruta rodaron varios de los más grandes ídolos de la
afición. Cañonero, valga recordarlo, llevó al paroxismo la religión hípica
nacional. Estamos hablando de un país donde el importado Klick está enterrado
en la última curva de La Rinconada y Burlesco tiene una estatua.
Lo que las crónicas
hípicas y policiales están revelando es que Ocean Bay resulta apenas la punta
del iceberg, los belfos de un drama mucho mayor. Del haras El Rosal robaron y
mataron tres yeguas y ahora se sabe que son por lo menos cincuenta los
purasangres que han corrido la misma suerte que Ocean Bay, la yegua Akila,
robada y descuartizada la misma madrugada, y hasta Stellar Babe, la propia
madre de Ocean Bay. Y aunque no eran veloces ni famosas, de la Escuela de
Veterinaria de la UCV en Maracay han sido llevadas, descuartizadas y asadas
seis yeguas destinada a las prácticas de sus estudiantes
Entonces no sólo hay
hambre y mucha, sino que a la sombra de la crisis y el desamparo de los
productores del medio rural también ha surgido una red de extorsionadores que
secuestran a los equinos y exigen rescate en dólares. Tal parece que por allí
va la investigación en el caso de Ocean Bay, muerto cuando vivía sus días más
felices en plan de semental en el Haras Alegría, Carabobo.
“Y no hay donde poner
una denuncia”, se quejan los criadores, lo cual parece confirmarse en la
indolencia del presidente del Instituto Nacional de Hipódromos, el “Potro” Álvarez,
quien no ha sido capaz de dedicar un, un mísero relincho, a la muerte de Ocean
Bay, que tanto brillo dio al espectáculo. De hecho, no escribía en su cuenta
desde el 2 de mayo. Sólo ha colocado uno desde el suceso y ello para recordar
el clásico beisbolístico del 2006.
En el exterior la
noticia de la muerte del descuartizamiento del campeón hípico también ha
causado perplejidad. No sólo por lo horrendo de la carnicería sino por la
increíble paradoja que representa que un estado cuyos “propietarios” se
declararon ranciamente socialistas recitando el mantra “ser rico es malo”, se
mantenga un espectáculo tan elitesco como el turf, el llamado deporte de los
reyes, del que en cualquier país forman parte como propietarios, criadores o
publicistas un grupo muy selecto y en algunas latitudes aristocrático.
Bueno, sépase que aquí
el grupo también es selecto, sólo que algunos de sus miembros, como lo recoge
la historia de estos años, pertenecen a los privilegiados bolichicos,
favorecidos banqueros, importadores, oficiales de varios soles, a los que se
les ha visto celebrar alborozados la adquisición por millones de dólares de
potrillos y potrancas en las afamadas subastas de los Estados Unidos.
¿Cómo olvidar la
nutrida y campeonil cuadra para la equitación del “Tuerto” Andrade, a quien
Chávez entregó la Tesorería Nacional, hoy recluido en prisión norteña e
incautada su inmensa fortuna?
De lo que fue la
pujante industria del hipismo nacional, un circuito económico que incluía tres
grandes hipódromos y hasta cinco días de carreras a la semana, la cría nacional
más competitiva en el área del Caribe, una fuente de empleo bien remunerada
para decenas de miles de personas, desde la labor en las caballerizas hasta la
red mediática nacional, sólo quedan despojos.
Los hipódromos de Santa
Rita y Valencia están cerrados desde hace años y La Rinconada, un óvalo
sobresaliente en Suramérica por su belleza, llevado a estado calamitoso tras
ser utilizado para albergue de damnificados, sobrevive entre estertores. ¿Usted
pueden creer que en ese hipódromo la yegua Timbalera, todavía activa en las
pistas, parió repentinamente una mula?
En paradoja tragicómica
todavía asoman rezagos de la tradición. El primer clásico de la triple corona
se continúa llamando “José Antonio Páez”, el más valeroso de nuestros
libertadores, repudiado por el caudillo insensato que lo acusaba de la
“traición” de La Cosiata y de enriquecerse. El segundo peldaño es el “Cría
Nacional”, actividad agonizante por las políticas actuales, y el tercero, que
no logró Ocean Bay, es el “República (Bolivariana) de Venezuela”, hoy socavada
en todos los órdenes.
Impotente ante los
inclementes métodos del mafioso Don Vito Corleone, JacK Wolst se preguntaba:
¿Qué clase de hombre podía destruir a un animal valorado en seiscientos mil
dólares? No se pregunte pendejadas, míster Wolst.
Los venezolanos nos
estamos preguntando qué clase de hombres pueden destruir a su propia patria,
considerada desde hace más de un siglo ¡y todavía! una de las naciones con más
potencial económico en todo el orbe.
14-06-20
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