Por Víctor Salmerón
Debilitada por seis
años consecutivos de recesión que han reducido el tamaño de la economía a menos
de la mitad, la industria venezolana intenta asimilar tres nuevos impactos: la
caída del ingreso, la escasez de combustible y un consumidor más empobrecido.
Desde el 17 de marzo,
cuando comenzó la cuarentena para enfrentar la epidemia del coronavirus, solo
las empresas relacionadas con alimentos y salud han estado activas. La semana
pasada, el gobierno flexibilizó la cuarentena y permitió que la industria
textil y del calzado encendiera las máquinas, pero la caja continúa sin recibir
ingresos que ayuden a pagar el sueldo de los trabajadores.
Aunque han iniciado
operaciones de forma incipiente, los fabricantes de calzado y prendas de vestir
no tienen dónde colocar sus productos porque el comercio permanece apagado.
Además, en el caso del calzado, lo usual es que transcurran entre sesenta y
noventa días para que los comerciantes paguen por la mercancía que reciben.
Luigi Pisella,
presidente de la cámara que agrupa 128 empresas que intervienen en la industria
del calzado y generan 30 mil empleos –incluyendo al comercio–, explica que
“mayoritariamente los accionistas han puesto dinero para cubrir los pagos de
nómina, que no se han dejado de hacer”.
En general, las
empresas han mantenido el pago de los salarios eliminando los aumentos: un
estudio de la consultora Mercer, basado en una muestra de 197 empresas que
incluye a la industria manufacturera, indica que 65% de las empresas no
incrementó el salario en abril y 76% no lo hizo en mayo.
Aparte del sueldo, la
mayoría de las empresas cancelan bonos a los trabajadores, pero estos pagos
también han dejado de aumentar y en algunos casos han sufrido recortes. El
impacto para las familias es significativo porque la hiperinflación incrementa
constantemente el precio de los alimentos: Macroconsultores precisa que el
costo de una cesta con harina de maíz, harina de trigo, pasta, aceite, leche en
polvo, arroz, atún enlatado, azúcar y granos aumentó 235% en los primeros cinco
meses del año.
“Trabajo en una fábrica
que produce envases de plástico, la empresa está cerrada y me han seguido
pagando el sueldo, pero cada vez alcanza menos. Lo que me da más miedo es
perder el trabajo o que dejen de pagarme hasta que la empresa no abra”, dice
Luis Pérez quien vive con su esposa y dos hijos.
Antes de que el
gobierno se viese forzado a decretar la cuarentena obligatoria para combatir la
epidemia del coronavirus, la industria venezolana, en promedio, apenas estaba
utilizando la cuarta parte de su capacidad y está latente la posibilidad de que
un número relevante de empresas se vean obligadas a reducir inevitablemente la
cantidad de trabajadores.
José Pinto, director de
Mercer en Venezuela, explica que “para mantener la continuidad operativa,
algunas empresas comienzan a evaluar la reducción de personal o la suspensión,
que es enviar a sus casas a trabajadores y suspenderles el pago”.
El financiamiento para
aliviar la falta de liquidez es mínimo. El gobierno redujo el crédito bancario
exigiéndole a la banca congelar como reservas el 90% de los recursos que
gestiona. Con esta medida, buscaba contener la inflación frenando la cantidad de
dinero en la economía.
Rezar por gasolina
El primero de junio, el
gobierno permitió que empresas de calzado, textil, construcción y algunas
materias primas comenzaran a operar en un esquema restringido: “Una parte del
personal trabaja unos días y luego cumple una cuarentena obligatoria. Mientras
esto ocurre, otra parte del personal comienza a trabajar a fin de que la
empresa no se detenga”, explica Luigi Pisella.
Este modelo, ideado por
el Instituto Weizmann de Israel, busca aprovechar el período de latencia del
coronavirus, es decir, los días en que una persona está contaminada pero no es
capaz de contagiar a otros, y fue ideado con la fórmula de cuatro días de
trabajo y diez de aislamiento.
El primero de junio
Nicolás Maduro anunció un sistema similar, pero con cinco días de trabajo y
diez de cuarentena. A partir del 8 de junio comenzó una nueva fase con siete
días de trabajo y siete de cuarentena.
La flexibilización
avanza lentamente en medio de una severa escasez de combustible que afecta el
transporte de los trabajadores y genera largas filas de vehículos en las
estaciones de servicio: tras años de desinversión, las refinerías venezolanas
prácticamente están paralizadas, la producción de petróleo cayó al nivel más
bajo desde 1943 y la poca gasolina que hay fue comprada a Irán.
Junto a la escasez de
combustible son comunes las fallas en el servicio eléctrico, que limitan
también la producción industrial, sobre todo en el interior del país.
“Hablamos de
flexibilización gradual, responsable y siguiendo los protocolos de seguridad.
Creemos que es positivo que esto haya comenzado. En la primera semana, hasta
19% de las empresas del sector calzado comenzó a operar y de esta cantidad el
84% se dedicó a adecuar el área de trabajo. En Caracas, los trabajadores que se
transportaron en Metro pudieron llegar a las fábricas. Donde notamos más
problemas fue en el caso de las rutas suburbanas”, dice Luigi Pisella.
“Esperemos que vayan
disminuyendo las colas en las estaciones de servicio. Definitivamente el tema
del combustible tiene que ir mejorando para que las empresas podamos reiniciar
operaciones”, agrega Luigi Pisella.
Permitir que algunas
empresas enciendan las máquinas, sin contar con todo el personal al mismo
tiempo, ayuda a mitigar los problemas de transporte público, pero analistas
coinciden en que si la administración de Nicolás Maduro no es capaz de
restablecer el normal suministro de combustible, será imposible que la
industria recupere el nivel de actividad que tenía antes de la pandemia.
Roberto Rimeris, presidente
de la cámara que agrupa las empresas que intervienen en la industria del
vestido, explica que “aparte del tema del combustible, que es crucial, el
esquema de flexibilización donde no cuentas con todo el personal al mismo
tiempo no es factible en todos los sectores, porque tienes que producir muy
poco y se hace más complicado el control de calidad”.
Agrega que “en el caso
nuestro no podemos vender nuestra producción porque el comercio no se ha
reactivado. Reiniciar operaciones implica gastos adicionales para proveer al
personal de tapabocas y otros elementos de seguridad. Además, hay que comprar
insumos: la cadena industrial no puede ser solo fabricar”.
Menos consumo
Carolina González
trabaja como conserje en un edificio de clase media al este de Caracas. Vive
con su hija de ocho años, y el dinero que mensualmente les enviaba su hijo
mayor, quien emigró a Perú en 2018, se volvió vital para cubrir parte de sus
gastos: “Pero con esto del coronavirus mi hijo no está cobrando, él trabajaba
en una pizzería de Lima, me enviaba doscientos dólares al mes y ahora hace un
esfuerzo para enviarme treinta”, dice preocupada.
De acuerdo con la
consultora Datos, 26 de cada 100 venezolanos reciben remesas, y Ecoanalítica
proyecta que el impacto de la epidemia en las economías de América Latina,
Europa y Estados Unidos reducirá las remesas este año a unos 1.500 millones de
dólares, cifra que se traduce en un declive de 57% respecto al estimado de
2019.
Luigi Pisella explica
que “veníamos muy golpeados, la inflación ha impactado el salario, el
consumidor ha perdido poder adquisitivo y ahora viene una caída de las remesas.
Pensamos que el consumo en la industria del calzado se va a reducir este año
50%”.
A la lista de problemas
se suma que el gobierno, en un entorno donde no puede suplir de manera
eficiente el combustible y la electricidad que necesita la industria, favorece
las importaciones. Recientemente exoneró de impuestos la importación de
productos terminados, mientras cobra aranceles por la importación de materias
primas.
La supervivencia
En 1998 estaban
inscritas en el sector formal de la economía 400 empresas dedicadas a la
confección de prendas de vestir. Tras dos décadas de una moneda sobrevaluada
que favoreció las importaciones y seis años de fuerte caída del consumo, solo
permanecen veinte empresas que generan dos mil empleos.
“Si no se abre pronto
el comercio, no se restituye de manera adecuada el suministro de gasolina y el
crédito bancario sigue restringido, es probable que algunas empresas tengan que
decidir entre pagar salarios o liquidaciones”, dice Roberto Rimeris.
Luigi Pisella indica
que “cuando se logre reabrir las empresas van a comparar sus gastos con los
ingresos a percibir. Algunas tendrán capital, otras tendrán accionistas que
inviertan y otras no lo podrán hacer, pero hasta tanto no ocurra no lo
sabremos”.
“Desde el sector
industrial hemos solicitado reiteradamente que se disminuya el encaje de los
bancos para que retorne el crédito, se acabe con la competencia desleal de
productos importados y que el IVA no se nos cobre por adelantado. Entendemos
que la inflación se come los ingresos del Estado, pero no podemos financiar el
IVA porque no podemos enterar algo que no hemos cobrado”, añade Luigi Pisella.
Cómo achicarse
Tras seis años
consecutivos de recesión y con unas perspectivas donde la palanca petrolera
está seriamente averiada, buena parte de la industria venezolana tiene un
tamaño desmesurado para las nuevas dimensiones de la economía.
La industria del
plástico refleja el desbalance. Durante el mandato del expresidente Hugo Chávez
el sector invirtió para comprar maquinaria de gran tamaño a fin de insertarse
en el plan de expansión de la petroquímica, pero el gobierno no construyó las
nuevas plantas de polietileno. Pequiven, la planta existente, opera
precariamente y la demanda en el mercado local se redujo velozmente.
“En 2005 trajimos
máquinas grandes para competir con los alemanes, brasileños y japoneses, porque
la idea era exportar, pero todo se vino al piso”, dice Khalil Nasser,
presidente de la Asociación Venezolana de Industrias Plásticas.
En los últimos nueve
años se han perdido 27 mil puestos de trabajo en el sector y las empresas
operan a 15% de su capacidad. Para adaptarse ha comenzado la conformación de
grupos donde distintas compañías se unen para producir en conjunto: como la
demanda es tan baja una empresa utiliza una de sus máquinas para generar los
productos de varias empresas.
“Tenemos grandes
instalaciones, pero ahora todos somos pequeños industriales. Lo que hemos hecho
es tener nuestras plantas listas para producir, en buen estado, esperando que
venga un cambio”, dice Khalil Nasser.
Reducirse vendiendo
parte de la maquinaria a empresas de otros países es una posibilidad, pero no
luce fácil. “Son máquinas que ya tienen quince años y por la situación actual
te van a ofrecer muy poco”, explica Khalil Nasser.
La depresión de los
últimos seis años generó una economía enana, la emigración de cinco millones de
venezolanos, el crecimiento de la desigualdad y un salto histórico de la
pobreza: la profundización de la crisis, en medio del coronavirus, amenaza con
acelerar la reducción de la industria y la destrucción de fuentes de empleo de
calidad.
09-06-20
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