Por Hugo Prieto
Más abajo hay una
seguidilla de ideas, de reflexiones, de cuestionamientos, que van a incomodar a
más de uno. Todos, cortesía de Michael Penfold*. Pongamos de relieve una
realidad incontestable. La economía venezolana es más pequeña que la de
Guatemala, pero nuestra población es mucho más grande, lo que significa que
somos más pobres. ¿Pero conocemos ese nuevo país? ¿Lo entendemos? ¿O,
sencillamente, lo que nos conecta con Venezuela es un recuerdo?
Descendemos por el
abismo y los paracaídas no abren. Tanto el chavismo como la oposición necesitan
asumir la realidad de una manera distinta, si quieren atender la demanda de la
población que, en más del 60 por ciento, quiere un arreglo y manifiesta —hasta
la saciedad— que no podemos seguir viviendo así.
Más allá de si estaría
dispuesto a reunirse con Nicolás Maduro, lo relevante de la declaración del
presidente Donald Trump es que pone en duda el liderazgo de Juan Guaidó. Esto
es producto del fracaso del 30 de abril y también es una demostración de «real
politik» que plantea una situación muy distinta —nada favorable— para la
oposición venezolana. ¿Cuál es su opinión?
Creo que en los círculos
del presidente Trump y en el Departamento de Estado (Cancillería de USA) hay,
lo que se llama en inglés, second thoughts —cambiar de opinión o empezar a
dudar de ella— alrededor de lo que ha sido la política exterior hacia
Venezuela, cuya característica —por momentos— es que ha sido muy errática,
aunque básicamente ha tenido una línea dura que, curiosamente, fue la que
diseñó Bolton. La apuesta —se ve claramente en el libro que acaba de publicar—
era legitimar a Guaidó, como presidente de la AN y como presidente interino de
Venezuela. Lo que se buscaba era un quiebre militar que nunca llegó, porque los
términos del acuerdo —y esto también queda en evidencia— no eran creíbles y
luego se revirtieron. Eso terminó en un fracaso estrepitoso como lo fue el 30
de abril. El tuit del presidente Trump es, si se quiere, una respuesta a la
versión de Bolton, cuya visión pendular va de un extremo intervencionista a
otro que es la negociación. Lo que percibo es que hay una gran ambivalencia
sobre cómo proceder con Venezuela.
El 30 de abril, para
decirlo claramente, nos dejó al descubierto. Una oposición dividida, si se
quiere hasta la raíz, aunque siempre se enarboló la bandera de la unidad. Lo
que estamos viendo, por la vía de los hechos, es que este tema quedó liquidado.
¿Esto, propiamente, es producto del 30 de abril o de la política ensayada en
los últimos dos años?
Yo creo que es el
resultado de esta idea de proceder simultáneamente con múltiples estrategias,
sin casarte, necesariamente, con una ellas. No se entendió que la coalición que
estabas construyendo tenía que sumar actores, que debía ser persuasiva, que
tenía que ser creíble en el plano doméstico, que no podía anclarse en una
fortaleza internacional porque se iba a erosionar en la medida en que no lograra
una solución en Venezuela. Creo que esa política nunca maduró y el 30 de abril
es el resultado, más bien desordenado, de eso. Por el contrario, lo que está
generando en actores centrales, como las Fuerzas Armadas, es la percepción de
que esa política no es creíble, de que hay mucha incertidumbre, y al final
llegamos a una situación muy trágica. El 30 de abril es una situación en la
cual, básicamente, pierden todos los venezolanos por distintas razones, pero
una de ellas, es producto de esa visión maximalista que tiene la oposición. Eso
no quiere decir que se tenga que dividir.
¿Cuáles serían las
opciones?
Se está discutiendo,
por ejemplo, la idea de la continuidad administrativa, en caso de que las
elecciones parlamentarias se realicen bajo las condiciones actuales y, por esa
vía, extender el mandato de la Asamblea Nacional. Sería un error, entre otras
cosas, porque el fundamento jurídico de esa opción es muy endeble y el mandato
democrático aún menos claro. Pero hay más. Eso llevaría a la oposición a un gobierno
paralelo en el exilio y la experiencia internacional de ese tipo de cosas es
muy mala. Básicamente, en el plano doméstico, la oposición se hará más
irrelevante. No estoy diciendo con esto que tengas que ir a las elecciones
legislativas. Mi punto es que la oposición no puede aferrarse a unas opciones
que no son creíbles, que no son reales.
¿Qué pasos tendría que
dar el liderazgo opositor para restablecer mecanismos de confianza? ¿Es posible
reconstruir una coalición en estos momentos?
El contexto es mucho
más autocrático del que había hace dos años. Cuando se habla de transición, lo
cierto es que cada vez estamos más lejos de la transición… no más cerca. Operar
en ese ámbito no es sencillo. Tiene enfrente un oficialismo que está tomando
decisiones, no solamente porque quiere sino porque puede. ¿Qué busca el
chavismo y en particular Maduro al día de hoy? Lo primero: Descabezar a Guaidó.
Es decir, descabezar el liderazgo de la oposición y en segundo lugar, crear una
oposición «leal», que no pase, necesariamente, por los mismos cuadros que está
manejando la oposición actualmente. Lo está haciendo mediante la intervención
administrativa (vía TSJ), que en la práctica es casi una ilegalización de los
principales partidos democráticos (AD y PJ). Pero lo que es una equivocación, a
mi juicio, es no actuar frente a las decisiones que te condicionan y
creer que porque tienes el apoyo internacional, vas a poder contrarrestar eso.
El chavismo no está haciendo esto porque piense que la próxima Asamblea
Nacional va a ser legítima a los ojos del mundo, sino porque cree, básicamente
que ese mecanismo va a ser muy efectivo para cumplir los dos objetivos que
mencioné anteriormente.
Queda pendiente el tema
de la coalición, ¿Cómo plantear la unidad?
Yo creo que la unidad
es clave, entre otras cosas, porque es tu fortaleza más importante. Lo que sí
creo que es ridículo es mantener unos esquemas de decisión —dentro del G-4, por
ejemplo— que en la práctica implica que todos ellos tienen poder de veto y por
lo tanto terminas tomando decisiones, que no son consistentes con las
restricciones que te impone la realidad objetiva. De ahí que las decisiones que
se toman terminan generando más problemas que beneficios y no te puedas
replantear varias cosas. Una de ellas es la forma en que te vinculas con
organizaciones no partidistas y con el resto del país. Lo que estamos viendo es
que hay un gran divorcio entre lo que piensa la gente y lo que el liderazgo
está haciendo.
Michael Penfold.
Fotografía de Andrés Kerese | RMTF
¿Esta desconexión,
entre la política y la gente, no plantea un grave problema para la oposición?
Si la política es dinámica, digamos, la característica principal actualmente es
todo lo contrario: el inmovilismo.
El drama económico y
social es tan grande que Venezuela es otro país. Eso es lo primero que habría
que aceptar. Un país que tiene 5 millones de migrantes, en el cual la
productividad del venezolano es mayor afuera que adentro, donde la demografía
ha cambiado radicalmente debido, precisamente, a esa migración. Un país que
vive de las remesas o que depende de ellas. Una economía más informal, más
ilegal. Es otra Venezuela. ¿La conocemos? ¿La entendemos? ¿La aceptamos?
Probablemente, no nos guste, pero ese país está allí. La desigualdad es
dramática. En 2019, por ejemplo, el tamaño de la economía terminó siendo casi
igual que la de Guatemala. Hoy es mucho más pequeña. Los políticos están
desconectados de esa realidad, ¿Por qué? Porque hemos apostado muy duro a que
la agenda internacional es lo que nos va a salvar. En el fondo eso ha llevado
también a una gran desmovilización de la sociedad y a un gran desempoderamiento
de las organizaciones sociales. No es que en Venezuela no haya protestas, por
el contrario, hay muchas —a pesar de la pandemia—, pero están muy acotadas
territorialmente.
Acaba de señalar las
claves de la desconexión entre la política y la sociedad, ¿Pero qué nos dice
esa realidad?
Que hay un gran
descontento. Que la sociedad está demandando cosas que la élite política —tanto
opositora como el chavismo, incluso aún más— no quiere aceptar. El país, en un
60 por ciento, está diciendo: Negocien, lleguen a un acuerdo. No podemos
seguir viviendo así. Pero obviamente, los incentivos individuales de cada
uno de los grupos no llevan a eso. ¿Por qué? Porque la sociedad, hasta el
momento, no ha logrado movilizarse ni canalizar su enorme descontento de una
forma eficaz y de restringir a la élite política para que llegue a ese tipo de
soluciones. Pero quiero insistir. Venezuela cambió. No solamente porque es más
pobre, sino por las dinámicas creadas por la crisis de los servicios públicos y
por la caída del ingreso.
Si hay un Bolton en
Cuba, otro en Rusia, otro en China, ¿Cómo pondrían esos «asesores de seguridad
nacional» los intereses de cada uno de sus países en función del conflicto
venezolano? Resulta paradójico que la apuesta se centre en la agenda
internacional, donde los venezolanos deciden poco o nada.
Diría que es mucho peor
que eso. La política venezolana está marcada por la política doméstica de los
Estados Unidos (por las elecciones presidenciales que se realizarán en
noviembre). Pero eso está ocurriendo, entre otras cosas, porque la dirigencia
política venezolana no ha logrado trazar con claridad cuáles son sus intereses
en política exterior, y hasta qué punto, en su política internacional, pueden
contar con el apoyo de los Estados Unidos. En el fondo, le estuvimos apostando
a una agenda, donde privaba una acción internacional que nunca llegó… y que no
va a llegar de la forma como se esperaba. Lo cual, a mi juicio, era
completamente anticipable. Lo ves no solamente con respecto hacia los Estados
Unidos, sino hacía Colombia e incluso hacia Cuba. Ahora, en la medida que pasa
el tiempo, el problema es que el conflicto venezolano se ve como algo irresoluble.
Actualmente, la postura de Europa, por ejemplo, no es presionar para que se
produzca el cambio político sino para que entre la ayuda humanitaria. Al final
del día, nosotros tenemos que volcarnos hacia dentro. Eso implica una manera de
proceder, una estrategia totalmente distinta, tomando en cuenta las decisiones
internas y que, en este momento, no tenemos buenas opciones.
Son varios temas. Uno:
la profundización del autoritarismo. Dos, la oposición «leal» que quiere crear
el chavismo. Tres, la participación o no en la elección legislativa. Todo eso
debería estar en la agenda de la oposición. ¿Pero hay claridad alrededor de
esos tres puntos? Yo no la veo. Seguimos viendo para otro lado. ¿Usted qué
piensa?
Esta idea de irnos a la
continuidad administrativa y a profundizar el gobierno paralelo, es un buen
reflejo de la negación de la realidad. No solamente por lo endeble del soporte
jurídico, sino porque lo que hace es validar la transición que aplicó el
chavismo a raíz, justamente, de la muerte de Chávez. Me refiero al «interinato»
que asumió Maduro poco antes de las elecciones de 2013. Se insiste en la idea
de que el liderazgo opositor se construye desde afuera. Probablemente nos ha
tocado vivir el autoritarismo con tecnologías distintas, pero al final del día
esto requiere un liderazgo democrático, una gran dosis de realismo, de
aceptación y de reconexión social. Yo creo que la oposición tiene que responder
a una visión de mediano y largo plazo sobre cuál es su objetivo. Con la
tesis de «Maduro, vete ya» hemos perdido momentos muy importantes y concesiones
que no tomamos, que quizás pudieron haber significado el inicio de una
transición democrática en Venezuela. Pero en nuestra visión maximalista,
pensamos que eso no era suficiente. Creo que ese es el principal pecado, el
principal error de la oposición. Hay mucha fantasía.
¿Qué entidad le asigna
a la asesoría cubana en Venezuela?
Cuba ha trasladado una
cantidad de tecnología y ha creado capacidades, sobre todo de monitoreo, tanto
a nivel social como en las Fuerzas Armadas. Esa ha sido su mayor contribución
para sostener al chavismo. Pero nos pasa algo parecido que con los militares…
sin los militares no vamos a poder ir a un proceso de transición y algo
similar se podría decir de los cubanos, sin los cubanos no vamos a poder
ir a un proceso de transición. Entonces, no nos tomamos en serio a esos
actores. Al final, a los militares los terminas enajenando, no los terminas
persuadiendo, no les estás ofreciendo suficientes garantías, no los estás
incluyendo en un plan de reconstrucción nacional. Y con respecto a los cubanos
tienes que aceptar que lo mejor sería darles unas garantías y una salida. Sin
poder compensar a los cubanos, que se podría hacer con Canadá, lo único que vas
a lograr es cerrar a Cuba alrededor de cualquier cambio político en Venezuela.
Si aquí hubiese una salida negociada —que en este momento no la hay, ni la va a
haber porque ninguno de los actores tiene incentivos para eso—, yo creo que es
fundamental incluir, en un segundo piso, a todos los países que tienen
intereses en Venezuela. No solamente es Cuba, es China, Rusia, Estados Unidos,
Colombia, para que desde ese segundo piso presionen y Venezuela pueda rescatar,
digamos, su institucionalidad, su constitucionalidad básica y allanar el camino
para un proceso electoral.
En la guerra de Angola,
Suráfrica y Estados Unidos intentaron negociar sin incluir a Cuba en la mesa de
negociación. Pero pronto advirtieron que no podían avanzar sin incluir a los
cubanos en el proceso. Parece que nosotros estamos en una situación
similar.
Es interesante el caso
de Angola, que terminó en un proceso de negociación complejo, que básicamente
lo facilitaron Portugal, la extinta Unión Soviética, Estados Unidos y Cuba. Lo
mismo necesitas aquí. La negociación en Noruega, por ejemplo, fue un proceso
que no tuvo esos pilares. Más bien tenía distintos países con diferentes
visiones sobre cómo proceder en el caso venezolano. Yo creo que eso es
fundamental alinearlo. Pero lo que no puedes hacer es desconocer eso, como
tampoco el chavismo puede desconocer que los Estados Unidos es un jugador
importante y que el país no puede acceder a financiamiento internacional, no va
a poder resolver sus problemas de servicios públicos y acceder al crédito de
los organismos multilaterales (FMI, BM, BID) si no se remueven las sanciones. Y
la decisión alrededor de las sanciones no las controla la oposición sino los
Estados Unidos. Entonces, nosotros estamos en un juego geopolítico regional que
requiere alinear todos esos factores. Pero no te puedes casar con uno solo que,
a mi juicio, es lo que terminó haciendo un sector importante de la
oposición.
Una pregunta obvia,
aunque lo obvio, a veces, es necesario. ¿Usted cree que la oposición debería
presentarse a la elección legislativa?
En este momento sería
apresurado tomar cualquier decisión. El núcleo del esfuerzo tiene que dirigirse
a mejorar esas condiciones, a tratar de retomar las negociaciones
internacionales que permitan ir, bajo un marco diferente, a ese proceso
legislativo. Negar que la legislatura llega a su final de periodo, también me
parece muy irreal. ¿Volver a hacer lo mismo que en 2018? Esa es una
posibilidad, pero eso se logró porque previamente pudiste coordinar a toda la
oposición. Además tuviste una visión muy clara de cuál era la crisis
constitucional que, inevitablemente, se le venía al chavismo alrededor de un
punto: ¿Era legítima o no la reelección de Maduro a partir del 10 de enero? En
este momento, la continuidad administrativa de la AN es la erogación completa del
arreglo constitucional venezolano. Eso es lo que implica, entre otras cosas,
porque no vamos a tener ningún poder público que tenga origen democrático y que
sea reconocido internacionalmente. ¿Venezuela puede vivir con eso?
Difícilmente. ¿Podrá resistir el chavismo? Probablemente. ¿Va a desaparecer la
oposición? No creo. Pero en ese ambiente, el país no va a poder retomar el
crecimiento o enfrentar la crisis humanitaria. Venezuela, en este momento, sólo
tiene un taladro petrolero activado. Nuestra principal industria está
destruida. Reactivarla va a requerir inversiones masivas. Pero el país que
invierta va a exigir un contrato reconocido internacionalmente.
Nos va a tocar comernos
unos sapos, entonces señalemos este punto: tenemos que ser realistas y buscar
una solución. No queda otra.
Si planteas la
extensión administrativa y el gobierno paralelo, esa no es una alternativa. Vas
a tener que abordar, seriamente, ese problema. Sapo, siempre te lo vas a comer.
Ningún país sale de una crisis como la nuestra, ileso. Sin dar garantías que,
en otras circunstancias, probablemente no hubieses aceptado. Si vas a iniciar
persecuciones penales, a través de la justicia de Estados Unidos, por ejemplo,
no vas a llegar a la negociación, porque lo único que les da garantías a ellos
está en Venezuela. Es decir, que tú cuentes con un orden político y jurídico
que incluya esas garantías. Ese es el mayor sapo que nos tenemos que comer.
Ahora, yo no tengo problemas en aceptarlo, mucha gente sí. ¿Y sabes por qué?
Porque yo prefiero comprar el futuro de mis hijos. Esa es la razón. Eso es lo
que resuelve la justicia transicional. Y no es fácil, porque la justicia
transicional en un mundo globalizado es mucho más difícil.
***
*Doctor en Ciencias
Políticas por la Universidad de Columbia. Docente. Consultor en Políticas
Públicas. Ensayista, escritor.
28-06-20
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