Por Hugo Prieto
Ha muerto Asdrúbal
Baptista. La información ha circulado en Twitter sin llegar a ocupar los 280 caracteres
que permite un trino. La noticia viaja desprovista de un contexto necesario, de
una reflexión obligada, compitiendo con ese cumulo de datos, de opiniones, de
duelos encarnizados, que caracterizan a las redes sociales.
En gran medida,
Baptista era un autodidacta, aunque poseía los más altos quilates de la
academia. Su curiosidad era insaciable. Y su biblioteca una seguidilla de
libros que acumulaba en su casa, en su oficina del IESA y sobre todo en su
prodigiosa memoria. Hegel y la dialéctica eran su marco de referencia. Eligió
el tránsito más difícil. De ahí la ambivalencia, los ejes filosóficos de su
pensamiento, pero también los ejes de la economía política, que para Baptista
eran una y la misma cosa. Estaba en ese círculo de economistas que —como Adam
Smith y Carlos Marx— habían llegado a la economía no como una disciplina de
estudio, sino como una herramienta teórica para sustentar con veracidad y apego
a la historia, sus tesis y paradigmas que, para bien o para mal, movieron al
mundo en tiempo y espacio a lo largo del siglo XX. Alguna vez le sugerí que
había un paralelismo entre su trayectoria y la del economista brasileño Roberto
Mangabeira Unger. Me miró con ojos inexpresivos, aunque penetrantes. “Esas son
palabras mayores, Hugo”. En el dominical de Economía HOY, Sergio Dahbar y quien
esto escribe, lo invitamos para que formara parte del cuerpo de colaboradores.
Me veo obligado a confesarlo. Era fanático de su estilo. Esa proyección
distante, pero acuciosa, de los temas más variados del devenir de la economía
venezolana.
Su tesis más difundida
—aunque no necesariamente asimilada— sigue siendo una materia pendiente para la
sociedad venezolana. El papel que jugó el petróleo en la transformación del
país. La obra de Baptista es vasta y sin duda visionaria. Uno de sus libros más
sugerentes se titula “El relevo del capitalismo rentístico/Hacia un nuevo
balance de poder”. ¿Qué hacer con el petróleo? Esa era su gran obsesión, su
gran inquietud. Tengamos en cuenta lo que significó en apenas un parpadeo. “La
Venezuela misérrima era también una Venezuela rural —el lector avisado podrá
siempre invertir el sentido de la frase y poner la condición rural de la
población en la base misma de la miseria—. Una sociedad rural es una sociedad
insalubre, analfabeta, inepta para la democracia y para los grandes fines del
crecimiento económico y el progreso material”. Desde Adriani y Uslar hasta
Betancourt, la mano invisible del Estado gira sobre la válvula del petróleo y
tenemos de frente no sólo los cuantiosos ingresos petroleros sino los
conflictos políticos más encarnizados que ha vivido Venezuela desde el
estallido del Barroso 2 en la cuenca del Lago de Maracaibo.
Al cumplirse los 150
años del Manifiesto Comunista, hubo en su interés la necesidad de escribir un
artículo que se público en la revista “Debates” del IESA. Había allí pistas
sobre lo que sería la globalización económica que, bajo la égida del
capitalismo triunfante, marcó la economía mundial hasta nuestros días. Era
Baptista, ese destello brillante de una mente lúcida.
Otra clave de sus
inquietudes y estudios corresponde a la inevitable sobrevaluación del signo
monetario, el bolívar, a raíz de una renta que el país no produce pero que
capta del mundo exterior, en forma de ingresos petroleros. Las dificultades
para desarrollar un sector industrial, en fin, de una economía inmune a la
llamada enfermedad holandesa, de la que nunca pudimos escapar y que explica, en
gran medida, la catástrofe en la cual nos encontramos inmersos. Serán otros
tiempos, porque el valor del petróleo, como motor de la economía mundial, va en
declive. ¿Podremos aprovechar lo que resta? Esa es una gran interrogante sin
respuesta.
No tuvo acierto en la
política. Aceptó el Ministerio de Planificación bajo el gobierno de Caldera,
pero pronto se dio cuenta que el reloj del presidente marcaba una hora distinta
a la hora oficial de Venezuela. En ciertos conciliábulos se tomaban las
decisiones, muchas de ellas en contra del interés nacional y, por supuesto, del
sentido común. Pero la urgencia, la necesidad de sobrevivir, la tentación de
evitar el conflicto, tan conocida en Venezuela como “correr la arruga”, eran
cosas que no podía explicarse o lo dejaban perplejo. No por eso su compromiso
con Venezuela puede ponerse en duda. Puedo dar fe de ello porque en más de una
ocasión tuve el privilegio de presenciar los debates sobre el país en la sala
de la casa de Mercedes Pulido de Briceño, a los que nunca faltaron Asdrúbal
Baptista y Ramón Piñango.
¿Qué el negocio
petrolero tiene en gran medida rasgos específicos, y un componente de autonomía
frente al resto de la economía? Es algo que nos ha marcado hasta el día de hoy
y de lo cual no podemos escapar. Y para muestra un botón. Baptista
desarmó mi argumento de que había cierta desidia, algo parecido al fastidio,
frente al impacto que los precios del petróleo, en su característico vaivén,
tienen en la cotidianidad de todos nosotros. “¿Y por qué entonces, Últimas
Noticias titula con el precio del barril cada vez que sube o baja? ¿No es esa
la mejor demostración de que los venezolanos saben que ese hecho va a tener
consecuencias directas en sus vidas?”.
Asdrúbal Baptista solía
caminar bien temprano por los alrededores de su barrio —La Castellana— y en el
caso central de Chacao, tomándole el pulso a la opinión pública, al venezolano
de a pie. Tenía esa manía del cronista que se apoya en la calle, en la
cotidianidad, para enmarcarla en un análisis, que superaba el cálculo integral
con que los economistas suelen apoyarse para darle contenido a sus
aseveraciones.
Su aporte, en forma de
desafío, es algo que la sociedad venezolana habrá de dilucidar, si realmente
quiere escapar de esta hora de oscuridad y tragedia. Ahí están los hitos,
marcados en un cronograma que abarca un siglo. Ahí están las aseveraciones
rigurosamente demostrables. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?
26-06-20
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