Por Gregorio Salazar
Por todo respecto,
estamos viviendo una etapa de transición cargada de hondas y angustiantes
incertidumbres. Esta Venezuela ya bastante desfigurada en todos los órdenes,
presentará un rostro más descompuesto después de la hoy incontenible ola de
covid-19, un proceso hasta ahora no muy auspicioso de elecciones legislativas y
lo mismo cabe decirse de la aprobación de una nueva constitución por la
constituyente espuria.
De esos tres elementos
mencionados el único que sigue fuera del radar de la opinión pública es la
elaboración de una constitución que deberá derogar a la impulsada por Chávez en
1999.
Ese es un proceso, ya
con cuatro abusivos años a cuesta, en el que el país marcha a ciegas: no conoce
el proyecto, no se sabe cuándo comenzará su discusión y ni siquiera si el
chavismo decidirá llevarla a referéndum o darle el último tiro en la nuca a la
carta magna vigente desconociendo esa obligación constitucional, exabrupto del
cual es partidario Aristóbulo Istúriz.
De su articulado nada
se sabe, como no sea la bien fundada presunción de que muchas de sus nuevas
disposiciones serán clonaciones perfectas de la constitución cubana. Vaya usted
a saber en qué perniciosa medida. Es impresionante apreciar cómo en dos décadas
el chavismo pasó de sacar adelante contra viento y marea un proceso
constituyente abierta y ampliamente promocionado a este siniestro modus
operandi en el que el proyecto de nueva carta magna permanece encarpetado y
oculto bajo el oscuro paltó del doctor Escarrá.
Una de las pocas
señales que tenemos sobre ese postizo proceso constituyente es la oferta de que
la borreguil asamblea monocolor encargada de llevarlo a cabo terminaría sus
funciones al momento de instalarse la nueva Asamblea Nacional el 5 de enero. Lo
ha dicho el oficialismo y lo han afirmado representantes de la llamada “mesita”
de diálogo.
Si esa oferta se
cumpliera, la aprobación de la nueva constitución tendría entonces que ocurrir
dentro de los próximos seis meses en paralelo con la campaña de los comicios
legislativos.
Si así ocurriera, ni
pensar en un referéndum previo a las elecciones legislativas, proceso donde el
voto popular además de rechazar, con los ojos cerrados, cualquier proyecto que
le presente Maduro transparentaría toda la orfandad política, desnudaría toda
la monumental impopularidad de un régimen que no sólo ha destruido el presente,
sino que socava aceleradamente la bases del futuro para varias generaciones.
En otro plano, fiel a
esa conducta de mantenerse en línea absolutamente divergente de la realidad, el
canciller Arreaza afirmó en Moscú que “hemos logrado contener la epidemia”,
justo cuando del Zulia y otros estados fronterizos llegan las más preocupantes
noticias que hemos recibido desde que la presencia del Covid-19 fue declarada
en Venezuela. Ya no hay duda de que el contagio ha ido tomando un ritmo
exponencial. Es una variable que va a repercutir de manera muy contundente en
el aparato productivo, que probablemente quedará más achicado y agonizante.
Y lo mismo en la marcha
desesperada de un régimen sin ingresos que con la detención de su agente
económico plenipotenciario Alex Saab ha recibido una estocada en una zona
vital.
En las elecciones
legislativas, donde el régimen exhibe una aplastante hegemonía mediática y el uso
inescrupuloso y delictual de los recursos económicos y de toda índole que
pertenecen al Estado se necesitaría un enorme esfuerzo movilizador para
derrotar ese ventajismo.
En paralelo, los
partidos del G-4, prácticamente proscritos han quedado frente al reto de la
supervivencia y, en lo internacional, las crecientes dificultades electorales
de Donald Trump, su principal aliado. Un triunfo Demócrata no variaría, sin
dudas, el apoyo de los EEUU a la causa venezolana, pero sí puede conducir a un
replanteamiento de estrategias bilaterales. No sabemos. Quizá lo mejor que nos
pueda pasar en la construcción política de la ruta de salida de este infierno.
28-06-20
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