Por Marino J. González
R.
Ocho países de América
Latina (Bolivia, Brasil, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, México,
Panamá y Perú), iniciaron desescaladas de las medidas para control de la
pandemia y han terminado con aumentos en el número de casos
diarios. Estos aumentos de casos varían entre dos y seis veces (Costa
Rica) con respecto al número que existía al momento de las medidas de
desescalada. Es relevante identificar las razones que llevan a los gobiernos de
los países a tomar medidas que claramente contradicen las mejores prácticas.
Especialmente porque en la gran mayoría de los países de la región todavía no
hay control de la pandemia.
Y porque existen otros
países que han seguido estas malas prácticas en los últimos días. Debe
señalarse, por otra parte, que dos países (Uruguay y Paraguay) están
procediendo exitosamente hasta la fecha en la desescalada.
Lo anterior significa
que las fallas en la desescalada no son fortuitas, circunstanciales. No, las
desescaladas exitosas son el resultado de políticas realizadas adecuadamente,
con conocimiento de la experiencia de otros países, y con las debidas
capacidades institucionales. Examinemos los fracasos.
La primera recomendación
de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para iniciar la desescalada
(reducción progresiva de las restricciones ejecutadas para aumentar el
distanciamiento social), en que la pandemia haya sido controlada. Tan sencillo
como eso.
Y para saber si en un
país existe control, la OMS recomienda realizar el seguimiento a través del
número de reproducción, también conocido como RO. Este número indica el número
de personas que son contagiadas a partir de un caso diagnosticado. Si es mayor
de 1, la epidemia está en auge. Si el número es menor de 1, la epidemia está en
vía de control. Para establecer el control, la OMS señala que RO debe ser
menor a 1 por un mínimo de 14 días seguidos.
Todos los países que
fracasaron en la desescalada contravinieron el criterio anterior. En cuatro de
estos países (Bolivia, Brasil, México y Perú), según la información del sitio
web de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), hasta el 10 de junio, el
RO ha sido superior a 1 en toda la pandemia. En Costa Rica y República Dominicana
las medidas de desescalada fueron tomadas cuando RO estaba aumentando. Y en
Ecuador y Panamá, se procedió a la desescalada cuando no habían transcurrido
los 14 días requeridos. Los resultados se reflejaron en el aumento de casos y
muertes en las semanas subsiguientes. Hasta el punto que estos países (con la
excepción de Brasil y Ecuador) registraron en los últimos días el mayor número
de casos en la pandemia.
La respuesta más
directa a la pregunta de las causas del fracaso, sería entonces que los gobiernos
no siguieron el criterio señalado. Pero esta respuesta sería incompleta. Se
deben examinar los antecedentes. Todos los países de América Latina han
aplicado medidas de alta rigurosidad para el control de la pandemia. Comparados
con Corea del Sur, que alcanzó un Índice máximo de Rigurosidad de Políticas
(IRP) de 55/100 en la fase de control, todos los países han tenido índices
mayores. Uruguay tiene el IRP menos distante que el de Corea del Sur (72).
Estos valores tan altos
del IRP indican que los sistemas de salud de la región tuvieron que acudir a
medidas de mayor rigurosidad porque tenían limitaciones para realizar la
ejecución gradual, tal como lo hizo Corea del Sur. Es decir, las limitaciones
para modular políticas terminaron imponiendo medidas más rigurosas. En Corea
del Sur no solo contaban con mecanismos institucionales más sofisticados,
también asumieron que evitar las medidas más rigurosas es un objetivo de las
políticas, por cuanto de esta forma se impiden los impactos negativos en los ámbitos
productivos y sociales.
Que las medidas hayan
sido tan rigurosas desde el inicio, ocasiona también una gran restricción, por
las características del mercado laboral de la gran mayoría de los países de
América Latina. Esto se manifiesta en las grandes dificultades para que la
población permanezca en sus viviendas cuando su fuente de ingreso deriva
justamente de trabajar en condiciones de informalidad.
Y para agravar, con la
excepción de Honduras, todos los países de la región aprobaron mecanismos de
compensación del ingreso por debajo del 50% promedio del salario. En esas
condiciones, es bastante obvio que el cumplimiento de las medidas de
distanciamiento social era muy bajo.
Es por ello que la gran
mayoría de los países ha terminado con medidas nominalmente rigurosas, pero no
cumplidas en la práctica. El problema es que, al iniciar la desescalada,
disminuye aún más la posibilidad de control de los casos. Con el agravante de
que los requerimientos institucionales necesarios para “escalar” gradualmente, tampoco
se tienen en la desescalada. Esto influye en la imposibilidad de realizar la
segmentación local, es decir, que puedan existir zonas de mayor grado de
“desescalada” que otras. Por supuesto, el manejo de estos escenarios, en
términos de la información requerida y de los equipos técnicos es también mucho
mayor.
Las restricciones
institucionales de partida que tienen los sistemas de salud de la región están
condicionando las políticas en el cuarto mes de la pandemia. Lo que a Corea del
Sur y Uruguay le ha llevado 50 días, en la gran mayoría de los países puede
llegar al triple de esa cifra. Tales restricciones están vinculadas
fundamentalmente con el financiamiento y la organización de los sistemas de
salud, así como con las capacidades específicas para enfrentar epidemias y
controlar enfermedades infecciosas.
Es por ello que las
dificultades del control son expresiones de esas restricciones de partida. Tal
parece, entonces, que enfrentar la pandemia continuará siendo un proceso
errático, expresión lamentable de las limitaciones en las políticas de salud de
la región.
El impacto en número de
personas enfermas, fallecidas, secuelas, y en el sufrimiento de millones de
familias, es en el fondo manifestación de la terrible brecha de políticas
públicas que confronta América Latina.
17-06-20
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