Por Marta de la Vega
Parecería un oxímoron,
esa figura de la retórica que combina dos expresiones que dicen juntas lo
contrario o cuyo significado se opone al de la otra palabra que acompaña o
califica.
Hay muchos tipos de
liderazgo, según las circunstancias y el contexto, las características del
líder, el campo en que se ejerza esta capacidad de motivar, de aglutinar, de
convencer a otros, de orientar e inducir a otros a lo que hacen y hacer que
otros se dejen guiar. Un líder inspira, tiene el poder de influir en
otros, de conducir a los demás, de vincularlos con un sueño y de impulsar su
concreción efectiva. Es a la vez visionario y pragmático.
El liderazgo político,
desde Maquiavelo, apareció reñido con la ética al modo como la comprendió
Aristóteles, indisociable de la política, de la cual era parte. Ética
significaba para el filósofo griego el ejercicio pleno de la ciudadanía,
del polités, el ciudadano; del sujeto que servía a la ciudad y a los más
altos asuntos públicos, que a todos afectan, como su deber supremo, como su
mayor responsabilidad.
Al contrario del
“idiota” (idiotés), del que se aislaba y desentendía de la ciudad, de la polis y
se volcaba únicamente sobre sí mismo para dedicarse a sus asuntos individuales,
ser ciudadano no era primero un derecho, como ocurre a partir de la modernidad,
sino un deber ético. La ética es inherente a la vida en sociedad, puesto que,
por naturaleza, dijo Aristóteles, somos seres sociales, “animales políticos”. Ética
y política eran inseparables.
En El Príncipe, el
pensador florentino establece que el objeto de la política es el poder y
desarrolla los medios mediante los cuales un soberano logra cómo preservarlo.
Incluso se vale de la astucia y la hipocresía, del engaño y la mentira para
mantenerse en él. En ese sentido, la frase “el fin justifica los medios”,
aunque jamás la escribió Maquiavelo, retrata el carácter instrumental y
utilitario propios de la conservación del poder. Pero no es verdad que sea a
cualquier precio. Aunque sea temido, un soberano “exitoso” debe ser también
amado y respetado. Pues si tiraniza, coacciona arbitraria o brutalmente a sus
súbditos, los trata con injustificada crueldad o no escucha sus necesarias
demandas, estos van a rebelarse. Y así el príncipe pierde estabilidad y poder,
al destruirse lo que hoy llamaríamos la gobernabilidad.
El liderazgo de Martin
Luther King, hasta su trágica muerte en 1968, se distinguió por su coherencia y
su pacifismo activo. Supo con su lucha, aún vigente, quebrantar el statu
quo para propiciar a favor de la igualdad de derechos un cambio de
paradigma en cuanto a los prejuicios raciales y la discriminación. De su
discurso más famoso, de 1963, Yo tengo un sueño…, citamos: “Hay quienes
preguntan a los que luchan por los derechos civiles: ‘¿Cuándo quedarán
satisfechos?’ Nunca estaremos satisfechos mientras el negro sea víctima de los
inimaginables horrores de la brutalidad policial…” De manera análoga, podemos sustituir
por “democracia” el término “negro” en la actual Venezuela abrumada de
represión, injusticia, corrupción y tiranía criminal para afirmar que solo
cesarán nuestra protesta y nuestro empeño a favor de la libertad y la decencia
cuando, con las palabras de King: “Los remolinos de la revuelta continuarán
sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el esplendoroso día
de la justicia.”
Luther King nos da hoy
una lección de liderazgo ético: “…no deberemos ser culpables de hechos
erróneos. No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la
amargura y el odio.” El resentimiento, la venganza social y el revanchismo como
motores de cambio social son un callejón sin salida. Y agrega: “Siempre debemos
conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la
disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en
violencia física.” Los atajos, las aventuras militaristas que pierdan de vista
principios y valores democráticos, como ocurrió con el trágico “Macutazo” del 3
de mayo de 2020, infiltrado, provocado y financiado por el régimen usurpador,
conducen a una espiral destructiva de sangre y muerte.
En la condición extrema
en la que se encuentra Venezuela, hay un tercer rasgo del liderazgo de King que
urge a la dirigencia de las fuerzas democráticas: él era un comunicador
efectivo, que sabía activar los sueños de muchas generaciones con sus palabras
y sus acciones. Mensaje preciso y sin rodeos; decir la verdad, tener metas
claras y plena transparencia; no atizar esperanzas con ilusiones ni falsas
expectativas, anticipar las dificultades y comunicar todo de antemano. No
queremos más caudillos sino un líder, ético y compasivo. No somos inválidos
sino ciudadanos.
22-06-20
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico