Por Hugo Prieto
La historia personal de
cada uno de nosotros parte de un episodio que, sin importar su origen o
naturaleza, nos marca para siempre. En el caso de Leandro Buzón*, fue una
conversación con su primo hermano David, quien terminó en la cárcel luego de
que se vengara de unos sujetos que le pegaron dos tiros para despojarlo de una
moto. «Me di cuenta que la cárcel era un cementerio de hombres vivos. Me dije a
mí mismo y también a los chamos del barrio que ése no era el camino. Que el
lugar de donde venimos no nos iba a marcar. Que el estudio y la formación es la
vía para ganarse el respeto».
Sin duda, se trata de
una motivación, de un poderoso motor de búsqueda, pero el barrio es un mundo
complejo y una realidad muy distinta a la que comúnmente denominamos ciudad. La
relación entre el barrio y la alcaldía, a lo sumo, es disfuncional y
espasmódica. Quizás porque los servicios públicos llegan a cuenta gota o no se
cobran. Quizás porque la seguridad es la inseguridad.
Lo cierto es que
después de la elección al cargo que sea, el rostro de un político, en forma de
afiche, se convierte en una sonrisa espectral adosada a la pared. A Buzón, que
apoyó la candidatura de Henrique Capriles en 2012, en cada caminata, en cada
concentración, le decían mentiroso. «¿Por qué me dicen así? Yo no he sido
alcalde, yo no he sido gobernador. Yo sólo creo en una causa».
Después de recorrer los
335 municipios de Venezuela junto con Roberto Patiño, ambos deciden fundar
Caracas Mi Convive. «Lo hicimos con la visión de promover liderazgos de base
—reales, genuinos—, con capacidad de incidir y transformar la realidad de su
entorno. Valga decir, de sus comunidades». Su misión: reducir los índices de
violencia y criminalidad, promoviendo la convivencia. Una de las clave de su
trabajo.
El mundo popular
siempre ha defendido su autonomía, sus códigos, su jerga, y manifiesta ante la
política grandes reservas, dudas, sospechas. Es una relación inestable, llena
de fricciones. ¿Es posible establecer alianzas? ¿Explorar problemáticas o
soluciones?
Eso es parte de una
discusión apasionante que sostuve con uno de mis profesores de la universidad,
José Luis López, quien lamentablemente partió de este mundo. Él daba clases de
Sociología política, casualmente la materia que yo doy ahora. Pareciera que uno
tuvo o tiene la oportunidad de estar en ambos mundos. Por un lado, la política
y por el otro mi historia, mi origen, el barrio (Monte Piedad, en el 23 de
Enero). Por un lado, la soberbia del ilustrado. «Aquí vengo yo a decirte cómo
tienes que vivir, cómo tienes que organizarte, incluso, cómo tienes que hablar
o plantarte». Y por el otro lado, la profunda desconfianza que manifiesta la
comunidad, quizás porque ha sido traicionada una y mil veces. La convivencia se
logra a través de la construcción mutua de confianza. La convivencia, además de
ser la copa de cristal necesaria para beber el agua, puede ser la copa de
cristal para tomar decisiones y para echar a andar procesos de organización.
Gracias a la confianza, que muchos líderes y personas de la comunidad han
puesto en nosotros, hemos podido acceder a los testimonios de víctimas de la
violencia, hemos podido montar juntos un comedor y establecer planes de
formación para un equipo y líderes de base. Esa confianza no se decreta, se
teje, se construye, se arma.
Socialmente hay
prácticas excluyentes. Hay como una suerte de espejo que proyecta prejuicios y
descalificaciones, que pudieran ser equivalentes y se contraponen. ¿Qué
reflexión haría alrededor de ese planteamiento? ¿Cómo se podría romper ese
esquema binario, cuya característica es el rechazo mutuo?
Pareciera que tuvimos
una suerte de élites que desconocían el mundo popular. Y esas élites políticas,
por así decirlo, están presente en los estudios del Centro de Investigaciones
Populares, en el pensamiento del padre Alejandro Moreno y, más recientemente, a
finales de los 80, en Moisés Naim, El País sin Élites. Esa relación conflictiva
posibilitó, con base en un discurso y a una narrativa desde el poder, que el
señor Hugo Chávez —a través de la polarización— consolidara su proyecto
político. La forma de tender puentes, creo yo, es partiendo del hecho de que
ambos mundos son necesarios para construir sociedad. Esa idea de soberbia, de
desprecio, de pretender que tú eres mejor que yo, a lo único que nos ha llevado
es a enfrentarnos como ciudadanos, unos contra otros. Yo creo que la
convivencia entre personas de procedencias distintas, que comúnmente se da en
la universidad, puede ser una gran oportunidad para que las élites entiendan
que el mundo popular sólo se va abrir, siempre que no se vean discriminados o
marcados por su lugar de origen. Ésa es una de las razones de por qué hago lo
que hago.
El deseo es que los
barrios se integren a la ciudad o la ciudad a los barrios. Es algo que tenemos
que ver en ambas direcciones. ¿Cómo nos integramos en el bien común? ¿Cómo
logramos resultados eficaces? ¿A través de casos modélicos? ¿Identificando
prioridades?
Partiendo de nuestra
experiencia comunitaria, diría que hablando con la verdad. Ser muy honestos y
transparentes con lo que se pueda o no se pueda hacer. Una intervención —a
través de un proyecto— lo primero que tiene que calibrar y medir es la
participación de la comunidad. Y, por supuesto, de sus principales líderes, los
responsables de ir a ese proceso de organización, de promoverlo, de tener una
comunicación directa con sus habitantes y con los respectivos apoyos en
comunidad. En Mi Convive tenemos experiencia en la recuperación de espacios
púbicos y eso, por lo general, arranca con un taller de prevención de violencia.
De algún modo, categorizar e identificar los puntos calientes del barrio.
Posteriormente, a través de discusiones y asambleas, en conjunto con la
comunidad, podemos establecer tareas y roles. Ésa es la forma de alcanzar el
objetivo, no hay otra.
Fotografía de Kenny Jo
| RMTF
¿Cuáles son los valores
que le dan continuidad y sentido a esa experiencia?
La solidaridad. Sin
lugar a dudas, el trabajo en equipo, como herramienta esencial. El respeto y el
reconocimiento de cada uno de nosotros, porque todos somos importantes para
generar el cambio.
¿Qué caracterizaría a
esos espacios?
Las prácticas
democráticas, tan necesarias para el país. Los marcan, principalmente, la no
discriminación política, y voy a una experiencia concreta. Recientemente, recuperamos
en conjunto un espacio público en Chapellín. En esa gran asamblea, promovida
por la comunidad y por nosotros, teníamos a un dirigente del PSUV, quien mostró
su desacuerdo, porque «en esa plaza no iba a haber normas de convivencia y cada
quien iba a hacer lo que le daba la gana», pudo exponer públicamente su
opinión. Ambas partes se sentaron a conversar y llegaron a un acuerdo, a un
consenso. La diferencia no significa odio ni violencia ni maltrato. El espacio
de deliberación fortalece. Diría que el país necesita eso para poder superar
muchas de sus trabas. Pero ese espacio de deliberación, en principio —y es
fundamental en nuestra práctica—, tiene que estar marcado por el
respeto.
El chavismo ha
fracasado como modelo de organización social. Su gestión de la economía ha
resultado desastrosa. ¿A cuenta de qué tendría yo que sentarme para buscar una
forma de convivencia con los señores del PSUV?
Por la sencilla razón
de que lo que está en riesgo es la vida. Si me tengo que sentar con alguien del
PSUV o del CLAP lo voy a hacer. Me remito, una vez más, a una experiencia
concreta. Recientemente, tuvimos una reunión con las comunas en Artigas y esos
compañeros nos respetan porque hemos podido construir un trabajo de base real.
Y como saben que hay una crisis alimentaria, ellos están dispuestos a buscar
soluciones y alternativas. Incluso, enemistándose con los más radicales y
fanáticos de su organización. Todas las cosas que apunten a preservar la vida,
yo las aplaudo, las celebro. La vida es una sola y mientras podamos disfrutarla
y convivir sanamente, pues adelante.
A la gente se le da la
oportunidad de transformar su realidad. Eso, creo yo, cambia conciencias y
actitudes. ¿Han evaluado esos parámetros, digamos, en las experiencias que han
emprendido en los barrios?
Sí, como coordinador de
la Red Solidaria, el equipo que reúne a 28 líderes comunitarios, me he podido
dar cuenta de que cuando uno de ellos logra recuperar, por ejemplo, una cancha
deportiva que había sido tomada por el micro tráfico de drogas, se convierte en
alguien que es capaz de relatar su experiencia ante otras audiencias, incluso
ante líderes políticos que no piensan como él, y lo comunica como alguien que
ha incidido de forma notable y positiva en su comunidad. Es un cambio cualitativo.
Esa sola experiencia contribuye a que sus seguidores crean en él, porque viene
de una experiencia verificable y concreta. Incluso, son vistos como referentes,
como el ejemplo a seguir porque son líderes de base.
Fotografía de Kenny Jo
| RMTF
¿Cómo poner en marcha
experiencias productivas en los barrios, digamos, proyectos que tengan valor
económico y social? ¿Eso es posible? ¿Podría mencionar algunos ejemplos
tangibles?
Sí, siempre es algo que
tenemos en mente. A partir del programa Alimenta la Solidaridad hemos
seleccionado a las madres más destacadas para formarlas en gastronomía con los
mejores chefs del país. Esa experiencia la hemos denominado “Sustento” y la
comida que ellas preparan y venden les permite tener un ingreso. Quienes
adquieren esta comida, digámoslo así, están alimentando una experiencia de
avance, de superación de la pobreza y de generación de oportunidades. Apoyan,
además, el programa Alimenta la Solidaridad, que brinda una comida diaria a
14.000 niños en toda Venezuela. En paralelo estamos desarrollando el programa
Vamos Convive, orientado a los jóvenes que están ingresando a la adultez.
Jóvenes que están en riesgo de caer en la delincuencia pero que, a través de
Vamos Convive, tienen la opción de armar un portafolio de sus capacidades para
insertarse en una empresa productiva o en lo poco de empresa privada que queda
en el país. Hemos querido darle este enfoque de productividad porque sabemos y
estamos muy conscientes de que mientras no exista independencia económica para
los jóvenes y las comunidades en general, va a resultar mucho más compleja la
posibilidad de que puedan crecer social y económicamente y que puedan tener un
proyecto de vida real en libertad.
¿Qué valoración hace
sobre la destrucción de capacidades y oportunidades? ¿Cuál es el impacto de la
pérdida de tejido social en nuestros barrios? ¿Qué diría de la implantación del
proyecto totalitario en Venezuela?
La ideología del
socialismo del siglo XXI ha tratado de implantar en nuestras comunidades lo que
se conoce como la lógica del sapeo. Es decir, ése es opositor, vamos a
perseguir a éste, niégale la bolsa a aquél. Nosotros, como venezolanos —tanto
los que estamos en el país así como aquellos que están fuera, experimentando un
proceso migratorio traumático, unos más, unos menos—, enfrentamos una pérdida,
una ruptura, del tejido social que no sólo pretende acabarnos culturalmente,
sino construir a otro venezolano que no somos. A nosotros nos marcan
profundamente los lazos de solidaridad. Hay experiencias incansables en tiempos
de pandemia. Siguen poniendo el pecho, siguen ayudando a quien más lo necesita.
Nos han querido hacer ver como unos pedigüeños, pero yo creo en todo lo
contrario, a nosotros nos moviliza el trabajo. Se pretende construir a un
venezolano mezquino, sapo, a través de la lógica del patriota cooperante, cuya
única pregunta es: ¿quién está en contra y quién está a favor? Quieren
construir algo que borre nuestra capacidad de comunicarnos y expresarnos. Pero
tenemos que aferrarnos a lo que somos culturalmente para poder derrotar la
vocación totalitaria de este proyecto. Y apelar a nuestros valores para poder
construir una democracia más sólida, más sana, con verdaderas posibilidades de
liberar más que de controlar.
¿En qué medida la
pandemia ha impactado la naturaleza relacional y marcadamente afectiva de los
venezolanos? ¿Somos o no somos más solidarios a raíz de la pandemia?
Creo que somos mucho
más solidarios en tiempos de pandemia. Y lo ilustro con dos casos concretos.
Saray Figueredo, joven madre, líder del Cementerio y de la Cota 905, no ha
parado de hacer sus visitas para promover la convivencia y el apoyo a sus
chamos, obviamente, con todas las medidas de bioseguridad correspondientes.
Incluso, sabiendo que hay un virus que amenaza nuestras vidas, hay personas
dispuestas a seguir colaborando y contribuyendo. Me quito el sombrero ante mi
equipo de trabajo Alimenta la Solidaridad. Con escasez de gasolina, de agua y
de gas, no ha parado en la distribución de insumos a todos y cada uno de
nuestros comedores (76 en la región capital), en estas 13 semanas de
confinamiento. Nuestras madres, del equipo de Sustento, tampoco han descansado.
¿Que nuestra capacidad relacional y afectiva se han visto afectada? Sí. ¿Que
los abrazos y los besos en los cachetes espontáneos se han visto mermados? Sí.
Pero gracias a las nuevas tecnologías hemos podido tener un acompañamiento
comunitario, hemos podido desarrollar espacios de conferencia a través de los
cuales estos líderes han podido comunicarse. Creo que vienen tiempos de un
activismo que movilice a nuestra ciudadanía. Y una de las claves va a ser la
solidaridad en tiempos de pandemia.
Dijo que había que
hablar con la verdad. ¿Vale la pena correr el riesgo de hablarle a la gente con
la verdad, digamos, ahora que es vista como algo subversivo y peligroso?
Yo creo que sí, porque
es lo que nos ha permitido transitar por este camino social, con todos los
riesgos que eso implica. Sin que nadie nos señale, sin que nadie nos persiga,
por el trabajo que estamos haciendo. Es la visión de un equipo que cree en el
liderazgo colectivo, que cree en la promoción de los liderazgos de base para
transformar la sociedad. Hablar con la verdad, creo que forma parte de la
solución y de la salida no violenta al conflicto de la sociedad venezolana, que
bastante mal la está pasando.
*Sociólogo por la UCAB.
Gerente general Movimiento Caracas Mi Convive.
14-06-20
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