Francisco Fernández-Carvajal 07 de septiembre
de 2020
@hablarcondios
— Alegría en el
Nacimiento de Nuestra Señora.
— La fiesta de hoy nos
lleva también a mirar con hondo respeto la concepción y nacimiento de todo ser
humano.
— El valor de los días
corrientes.
I. Celebremos
con alegría el Nacimiento de María, la Virgen: de Ella salió el Sol de
justicia, Cristo, nuestro Dios1.
La invitación a la alegría de los textos litúrgicos es
constante desde los antiquísimos comienzos de esta fiesta2.
Es lógico que así sea: si se alegran la familia y los amigos y vecinos cuando
nace una criatura, y si se celebran los cumpleaños con júbilo, ¿cómo no nos
íbamos a llenar de alegría en la conmemoración del nacimiento de nuestra Madre?
Este acontecimiento feliz nos señala que el Mesías está ya próximo: María es
la Estrella de la mañana que, en la aurora que precede a la
salida del sol, anuncia la llegada del Salvador, el Sol de justicia en
la historia del género humano3.
«Convenía señala un antiguo escritor sagrado que esta fulgurante y sorprendente
venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara
para recibir con gozo el gran don de la salvación. Y este es el significado de
la fiesta que hoy celebramos, ya que el Nacimiento de la Madre de Dios es el
exordio de todo este cúmulo de bienes (...). Que toda la creación, pues, rebose
de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y
tierra se aúnen en esta celebración y que la festeje con gozo todo lo que hay
en el mundo y por encima del mundo»4.
La Liturgia de la Misa de hoy aplica a la Virgen
recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos5 en
el que San Pablo describe la misericordia divina que elige a los hombres para
un destino eterno: María, desde la eternidad, es predestinada por la Trinidad
Beatísima para ser la Madre de su Hijo. Para este fin fue adornada de todas las
gracias: «El alma de María fue la más bella que Dios crió, de tal manera que,
después de la encarnación del Verbo, esta fue la obra mayor y más digna que el
Omnipotente llevó a cabo en este mundo»6.
La gracia de María en el momento de su concepción sobrepasó las gracias de
todos los santos y ángeles juntos, pues Dios da a cada uno la gracia que
corresponde a su misión en el mundo7.
La inmensa gracia de María fue suficiente y proporcionada a la singular
dignidad a la que Dios la había llamado desde la eternidad8.
Fue tan grande María en santidad y belleza expone San Bernardo, que no convenía
que Dios tuviese otra Madre, ni convenía tampoco que María tuviese otro Hijo
que Dios9. Y San Buenaventura afirma que Dios puede hacer un mundo
mayor, pero no puede hacer una madre más perfecta que la Madre de Dios10.
Recordemos hoy también nosotros que hemos recibido de
Dios una llamada a la santidad, a cumplir una misión concreta en el mundo.
Además de la alegría que nos produce siempre el contemplar la plenitud de
gracia y la belleza de Nuestra Señora, también debemos pensar que Dios nos da a
cada uno las gracias necesarias y suficientes, sin que falte una, para llevar a
cabo nuestra vocación específica en medio del mundo. También hoy podemos
considerar que es lógico que deseemos festejar el aniversario del propio
nacimiento nuestro cumpleaños porque Dios quiso expresamente que naciéramos, y
porque nos llamó a un destino eterno de felicidad y de amor.
II. Que se
alegre tu Iglesia, Señor (...), y se goce en el nacimiento de
la Virgen María, que fue para el mundo esperanza y aurora de salvación11.
¿Cuántos años cumple hoy Nuestra Madre?... Para Ella
el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud
eterna y plena que nace de la participación en la juventud de Dios que, según
nos dice San Agustín, «es más joven que todos»12,
precisamente por ser eterno e inmutable. Quizá hemos podido ver de cerca la
alegría y la juventud interior de alguna persona santa, y contemplar cómo de un
cuerpo que llevaba el peso de los años surgía una juventud del corazón con una
energía y una vida incontenible. Esta juventud interior es más honda cuanto
mayor es la unión con Dios. María, por ser la criatura que más íntimamente ha
estado unida a Él, es ciertamente la más joven de todas las criaturas. Juventud
y madurez se confunden en Ella, y también en nosotros cuando vamos
derechamente ad Deum, qui laetificat iuventutem meam, hacia Dios
que nos rejuvenece cada día por dentro y, con su gracia, nos inunda de alegría13.
Desde su adolescencia, la Virgen gozó de una madurez
interior plena y proporcionada a su edad. Ahora, en el Cielo, con la plenitud
de la gracia la inicial y la que alcanzó con sus méritos uniéndose a la Obra de
su Hijo nos contempla y presta oído a nuestras alabanzas y a nuestras
peticiones. Hoy escucha nuestro canto de acción de gracias a Dios por haberla
creado, y nos mira y nos comprende porque Ella -después de Dios es quien más
sabe de nuestra vida, de nuestras fatigas, de nuestros empeños14.
Todos los padres piensan cuando nace un hijo que es
incomparable. También debieron de pensarlo San Joaquín y Santa Ana cuando nació
María, y ciertamente no se equivocaban. Todas las generaciones la llaman
bienaventurada... «No podían sospechar aquel día, Joaquín y Ana, lo que había
de ser aquel fruto de su limpio amor. Nunca se sabe. ¿Quién puede decir lo que
será una criatura recién nacida? Nunca se sabe...»15.
Cada una es un misterio de Dios que viene al mundo con un específico quehacer
del Creador.
La fiesta de hoy nos lleva a mirar con hondo respeto
la concepción y el nacimiento de todo ser humano, a quien Dios le ha dado el
cuerpo a través de los padres y le ha infundido un alma inmortal e irrepetible,
creada directamente por Él en el momento de la concepción. «La gran alegría que
como fieles experimentamos por el nacimiento de la Madre de Dios (...) comporta
a la vez, para todos nosotros, una gran exigencia: debemos sentirnos felices
por principio cuando en el seno de una madre se forma un niño y cuando ve la
luz del mundo. Incluso cuando el recién nacido exige dificultades, renuncias,
limitaciones, gravámenes, deberá ser siempre acogido y sentirse protegido por
el amor de sus padres»16.
Todo ser humano concebido está llamado a ser hijo de Dios, a darle gloria y a
un destino eterno y feliz.
Dios Padre, al contemplar a María recién nacida, se
alegró con una alegría infinita al ver a una criatura humana sin el pecado de
origen, llena de gracia, purísima, destinada a ser la Madre de su Hijo para
siempre. Aunque Dios concedió a Joaquín y a Ana una alegría muy particular,
como participación de la gracia derramada sobre su Hija, ¿qué habrían sentido
si, al menos de lejos, hubieran vislumbrado el destino de aquella criatura, que
vino al mundo como las demás? En otro orden, tampoco nosotros podemos sospechar
la eficacia inconmensurable de nuestro paso por la tierra si somos fieles a las
gracias recibidas para llevar a cabo nuestra propia vocación, otorgada por Dios
desde la eternidad.
III.
Ningún acontecimiento acompañó el Nacimiento de María, y nada nos dicen de él
los Evangelios. Nació, quizá, en una ciudad de Galilea, probablemente en el
mismo Nazareth, y aquel día nada se reveló a los hombres. El mundo seguía
dándole importancia a otros acontecimientos que luego serían completamente
borrados de la faz de la tierra sin dejar la menor huella. Con frecuencia, lo
importante para Dios pasa oculto a los ojos de los hombres que buscan algo
extraordinario para sobrellevar su existencia. Solo en el Cielo hubo fiesta, y
fiesta grande.
Después, durante muchos años, la Virgen pasa
inadvertida. Todo Israel esperaba a esa doncella anunciada en la Escritura17 y
no sabe que ya vive entre los hombres. Externamente, apenas se diferencia de
los demás. Tenía voluntad, quería, amaba con una intensidad difícil de
comprender para nosotros, con un amor que en todo se ajustaba al amor de Dios.
Tenía entendimiento, al servicio de los misterios que poco a poco iba
descubriendo, comprendía la perfecta relación que había entre ellos, las
profecías que hablaban del Redentor...; y entendimiento para aprender cómo se
hilaba o se cocinaba... Y tenía memoria guardaba las cosas en su
corazón18- y pasaba de unos recuerdos a otros, se valía de referencias
concretas. Poseía Nuestra Señora una viva imaginación que le hizo tener una
vida llena de iniciativas y de sencillo ingenio en el modo de servir a los
demás, de hacerles más llevadera la existencia, a veces penosa por la
enfermedad o por la desgracia... Dios la contemplaba lleno de amor en los
menudos quehaceres de cada día y se gozaba con un inmenso gozo en estas tareas
sin apenas relieve.
Al contemplar su vida normal, nos enseña a nosotros a
obrar de tal modo que sepamos hacer lo de todos los días de cara a Dios: a
servir a los demás sin ruido, sin hacer valer constantemente los propios
derechos o los privilegios que nosotros mismos nos hemos otorgado, a terminar
bien el trabajo que tenemos entre manos... Si imitamos a Nuestra Madre,
aprenderemos a valorar lo pequeño de los días iguales, a dar sentido
sobrenatural a nuestros actos, que quizá nadie ve: limpiar unos muebles,
corregir unos datos en el ordenador, arreglar la cama de un enfermo, buscar las
referencias precisas para explicar la lección que estamos preparando... Estas
pequeñas cosas, hechas con amor, atraen la misericordia divina y aumentan de
continuo la gracia santificante en el alma. María es el ejemplo acabado de esta
entrega diaria, «que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda al Señor»19.
Bajo diversas advocaciones, muchos pueblos y ciudades
celebran hoy su fiesta, con intuición acertada, pues «si Salomón enseña San
Pedro Damián, con motivo de la dedicación del templo material, celebró con todo
el pueblo de Israel solemnemente un sacrificio tan copioso y magnífico, ¿cuál y
cuánta no será la alegría del pueblo cristiano al celebrar el nacimiento de la
Virgen María, en cuyo seno, como en un templo sacratísimo, descendió Dios en
persona para recibir de ella la naturaleza humana y se dignó vivir visiblemente
entre los hombres?»20.
No dejemos de festejar hoy a Nuestra Señora con esas delicadezas propias de los
buenos hijos.
1 Antífona
de entrada. —
2 J.
Pascher, El año litúrgico, BAC, Madrid 1965, p. 689.
—
3 Cfr. Juan
Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 3. —
4 Liturgia
de las Horas, Segunda lectura. San Andrés de
Creta, Disertaciones, 1. —
5 Rom 8,
28-30. —
6 San
Alfonso M.ª de Ligorio, Las glorias de María, II, 2.
—
7 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 5, ad 1. —
8 Cfr. Ibídem, 3, q. 7, a. 10 ad 1.
—
9 Cfr. San
Bernardo, Sermón 4 en la Asunción de la B. Virgen María, 5.
—
10 San
Buenaventura, Speculum, 8 —
11 Misal
Romano, Oración después de la comunión. —
12 San
Agustín, Homilías sobre el Génesis, 8, 26, 48. —
13 Sal 42,
4. —
14 Cfr. A.
Orozco, En torno a María, Rialp, Madrid 1975, p. 8. —
15 Ibídem,
p. 9. —
16 Juan
Pablo II, Ángelus en Liechtenstein, 8-IX-1985. —
17 Gen 3,
15; Is 7, 14. —
18 Lc 2,
51. —
19 Juan
Pablo II, Discurso al Congreso Mariano Internacional de
Zaragoza, 12-X-1979. —
20 San
Pedro Damián, Sermón 45, 4.
*Desde muy antiguo se tienen noticias de esta fiesta
de la Virgen, primero en Oriente y luego en la Iglesia universal. Esta
festividad, en la que se conmemora el nacimiento de la que habría de ser la
Madre de Dios, y también Madre nuestra, está llena de alegría. Su llegada al
mundo es el anuncio de la Redención ya próxima. Muchos pueblos y ciudades, bajo
diversas advocaciones, celebran hoy a su Patrona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico