Francisco Fernández-Carvajal 05 de febrero de 2021
@hablarcondios
— Cansancio de Jesús. Contemplar su Santa Humanidad.
— Nuestro cansancio no es en vano. Aprender a
santificarlo.
— Deber de descansar. Hacerlo para servir mejor a Dios
y a los demás.
I. Los
Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían
hecho y enseñado. Él les dijo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a
descansar un poco1.
Son palabras del Evangelio de la Misa, que nos muestran la solicitud de Jesús
por los suyos. Los Apóstoles, después de una intensa misión apostólica, sienten
el natural cansancio y el desgaste de las fuerzas. El Señor se da cuenta
enseguida y cuida de ellos: Se fueron en una barca a un sitio tranquilo
y apartado.
En otras ocasiones es Jesús quien se encuentra
verdaderamente cansado del camino2 y
se sienta junto a un pozo porque no puede dar un paso más. Él sintió algo tan
propio de la naturaleza humana como es la fatiga. La experimentó en su trabajo,
como nosotros cada día, en los treinta años de vida oculta. En muchas
ocasiones, terminaba la jornada extenuado. Los Evangelistas nos narran cómo,
durante una tempestad en el lago, el Señor se durmió en un extremo de la barca:
había pasado todo el día predicando3;
era tan intenso su cansancio que no se despertó a pesar de las olas. No simuló
el Señor que estaba dormido para probar a sus discípulos; estaba realmente
rendido de fatiga.
En estos momentos de desgaste físico real, Jesucristo
está también redimiendo a la humanidad, y su debilidad debe ayudarnos a
sobrellevar la nuestra y corredimir con Él. ¡Qué gran consuelo contemplar al
Señor agotado! ¡Qué cerca de nosotros está Jesús en esos momentos!
En el cumplimiento de nuestros deberes, al empeñarnos
generosamente en la tarea profesional, al gastar sin regateos muchas energías
en iniciativas de apostolado y servicio a los demás, es natural que aparezca el
cansancio como un compañero casi inseparable. Lejos de quejarnos ante esta
realidad común a todos, hemos de aprender a descansar cerca de Dios y ejercitarnos
de continuo en esa actitud: «¡Oh, Jesús! —Descanso en Ti»4,
podemos decir muchas veces en nuestro interior, buscando en Él nuestro apoyo.
El Señor entiende bien nuestra fatiga porque Él pasó
por esas situaciones similares a las nuestras. Nosotros debemos aprender a
recuperarnos junto a Él: Venid a mí -nos dice- todos
los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré5.
Nos aligeramos de nuestra carga cuando unimos nuestro cansancio al de Cristo,
ofreciéndolo por la redención de las almas. Nos aliviará cuidar especialmente
de la caridad amable con quienes nos rodean, también si en esos momentos nos
cuesta un poco más. Y nunca debemos olvidar que el descanso es, a la vez, una
situación que hemos de santificar. Esos momentos de distracción no deben ser
parcelas aisladas en nuestra vida, ni ocasión de permitir alguna compensación
egoísta, de buscarse a sí mismo. El Amor no tiene vacaciones.
II. Jesús se vale
también de los momentos en que toma nuevas fuerzas para remover las almas.
Mientras descansa junto al pozo de Jacob, una mujer se acercó dispuesta a
llenar su cántaro de agua. Esa será la oportunidad que aprovechará el Señor
para mover a esta mujer samaritana a un cambio radical de vida6.
También nosotros sabemos que ni siquiera nuestros
momentos de fatiga deben pasar en vano. «Solo después de la muerte sabremos a
cuántos pecadores les hemos ayudado a salvarse con el ofrecimiento de nuestro
cansancio. Solo entonces comprenderemos que nuestra inactividad forzosa y
nuestros sufrimientos pueden ser más útiles al prójimo que nuestros servicios
efectivos»7. No dejemos nunca de ofrecer esos períodos de postración o de
inutilidad por el agotamiento o la enfermedad. Ni en esas circunstancias
dejemos tampoco de ayudar a los demás.
El cansancio nos enseña a ser humildes y a vivir mejor
la caridad. Advertimos entonces que no lo podemos todo y que necesitamos de los
demás; el dejarse ayudar favorece en gran manera la humildad. A la vez, como
todos nos encontramos más o menos fatigados, comprendemos mejor el consejo de
San Pablo de llevar los unos las cargas de los otros8,
entendemos que cualquier ayuda a quienes vemos algo agobiados es siempre una
gran manifestación de caridad.
La fatiga es beneficiosa para alentar el desprendimiento
de las muchas cosas que nos gustaría hacer y a las que no llegamos por la
limitación de nuestras fuerzas. También nos ayuda a crecer en la virtud de la
fortaleza y la correspondiente virtud humana de la reciedumbre, pues es un
hecho que no siempre nos encontraremos en la plenitud de fuerzas y de salud
para trabajar, estudiar, llevar a cabo una gestión dificultosa, etcétera, que
sin embargo hemos de hacer. Una parte no pequeña de estas virtudes consiste en
acostumbrarnos a trabajar cansados o, al menos, sin encontrarnos físicamente
tan bien como nos gustaría estar para desempeñar esas tareas. Si lo hacemos por
el Señor, Él las bendice de una manera particular.
El cristiano considera la vida como un bien inmenso,
que no le pertenece y que ha de cuidar; hemos de vivir los años que Dios
quiera, habiendo dejado realizada la tarea que se nos ha encomendado. Y, en
consecuencia, por Dios y por los demás, debemos vivir las normas de prudencia
en el cuidado de la propia salud y de la de aquellos que de alguna manera
dependen de nosotros. Entre estas normas están «los oportunos descansos para
distracción del ánimo y para consolidar la salud del espíritu y del cuerpo»9.
Sujetarse a un horario, dedicar el tiempo conveniente
al sueño, dar un paseo periódicamente o hacer una excursión sencilla, son
medios que conviene poner, viviendo el orden en nuestra actividad: quizá actuar
de otro modo –si una obligación inaplazable no lo impide– revelaría
atolondramiento y pereza, más dañina en cuanto que con esa actitud estaríamos
poniéndonos voluntariamente en ocasión de que se desmejore la vida interior,
cayendo en el activismo, siendo más propensos a perder la serenidad, etc. Una
persona ordenada encuentra habitualmente el modo de vivir un prudente descanso,
en medio de una actividad exigente y abnegada.
III.
Aprendamos a descansar. Y si podemos evitar el agotamiento, no debemos dejar de
hacerlo. El Señor quiere que cuidemos de la salud, que sepamos recuperar
fuerzas; es parte del quinto mandamiento. El descanso es necesario para
restaurar las energías perdidas y para que el trabajo sea más eficaz. Y, sobre
todo, para servir mejor a Dios y a los demás.
«Pensad que Dios ama apasionadamente a sus criaturas,
y ¿cómo trabajará el burro si no se le da de comer, ni dispone de un tiempo
para restaurar las fuerzas, o si se quebranta su vigor con excesivos palos? Tu
cuerpo es como un borrico –un borrico fue el trono de Dios en Jerusalén– que te
lleva a lomos por las veredas divinas de la tierra: hay que dominarlo para que
no se aparte de las sendas de Dios, y animarle para que su trote sea todo lo
alegre y brioso que cabe esperar de un jumento»10.
Cuando se está postrado se tiene menos facilidad para
hacer las cosas bien, como Dios quiere que las hagamos, y también pueden ser
más frecuentes las faltas de caridad, al menos de omisión. San Jerónimo señala
con buen humor: «Me enseña la experiencia que cuando el burro va cansado se
apoya en todas las esquinas».
Se ha dicho que «el descanso no es no hacer nada: es
distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo»11;
es enriquecimiento interior, ocasión frecuente de un mayor apostolado, de
fomentar la amistad, etc. No se confunde el descanso con la pereza.
Nuestra Madre la Iglesia se ha preocupado siempre de
la salud física de sus hijos. El Papa Juan Pablo II, comentando el pasaje del
Evangelio que nos narra la estancia y el descanso de Jesús en casa de Marta y
de María, señalaba que el descanso significa dejar las ocupaciones cotidianas,
despegarse de las normales fatigas del día, de la semana y del año. Es
importante que no sea «andar en vacío», que no sea solamente un vacío. A veces
convendrá –decía el Pontífice– ir al encuentro con la naturaleza, con las
montañas, con el mar y con el arbolado. Y por supuesto, siempre será necesario
que el descanso se llene de un contenido nuevo, el que da el encuentro con
Dios: abrir la vista interior del alma a su presencia en el mundo, abrir el
oído interior a su Palabra de verdad12.
Entendemos bien que no pocas personas dedican períodos
de descanso laboral a pasatiempos y actividades que no facilitan, y que incluso
entorpecen en ocasiones, ese encuentro con Cristo. Lejos de dejarnos arrastrar
por un ambiente más o menos extendido, la elección del lugar de vacaciones, el
programa de un viaje, la actividad de un fin de semana que tengamos oportunidad
de dedicar al descanso debe estar orientada por esta perspectiva: para el descanso
nos sirve la misma norma que para el trabajo: amar a Dios y al prójimo.
Convendrá evitar estar pendiente de uno mismo, y buscar la unión con el Señor;
siempre es tiempo de preocuparse por los demás, de atenderlos, de ayudarles, de
interesarnos por sus aficiones. Siempre es tiempo de amar. El Amor no admite
espacios en blanco. Jesús descansó por motivos de obediencia a la ley de
Moisés, de exigencias familiares, de amistad o de fatiga..., como cualquier
persona. Nunca lo hizo por haberse cansado de servir a los demás. Jamás se
aisló y se mostró inasequible, como quien dijese: «¡Ahora me toca a mí!». Nunca
hemos de movernos por miras egoístas; tampoco a la hora de parar y recuperar
fuerzas. En esos momentos también estamos junto a Dios; no es un tiempo pagano,
ajeno a la vida interior.
El Señor nos deja en el Evangelio de la Misa una
muestra muy particular de amor: preocuparse por la fatiga y la salud de quienes
viven a nuestro lado. Y, junto al pozo de Sicar, extenuado, nos dio un
formidable ejemplo: no dejó pasar la oportunidad de hacer apostolado, de
convertir a la mujer samaritana. Y esto, a pesar de que no había trato
entre judíos y samaritanos. Cuando hay amor, ni el agotamiento es excusa
para no hacer apostolado.
1 Mc 6,
30-31. —
2 Cfr. Jn 4,
6. —
3 Cfr. Mc 4,
38. —
4 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 732. —
5 Mt 11,
28. —
6 Cfr. Jn 4,
8 ss. —
7 G.
Chevrot, El pozo de Sicar, p. 25. —
8 Gal 6,
2. —
9 Conc.
Vat. II, Cont. Gaudium et spes, 61. —
10 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 137. —
11 Ídem, Camino,
n. 357. —
12 Cfr. Juan
Pablo II, Ángelus 20-VII-1980.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico