Por Henrique Capriles
Esta semana, Nicolás Maduro
ha vuelto a decretar el estado de excepción por emergencia económica. Aunque la
Constitución prohíbe extenderlo más de una vez, su manera ilegal de gobernar ha
convertido en rutina que cada dos meses se declare la Emergencia Económica,
confesando además su incapacidad para tomar las decisiones correctas.
Así es como cada dos meses
les da por hacerse los locos y corren la arruga, sin asumir que están hundiendo
más y más la economía, y en paralelo matando al pueblo de hambre. Además,
voceros de su equipo tienen la desfachatez de anunciar que ahora Rusia va a
intervenir en la agricultura y en la minería, como si se tratara de una buena
noticia. De remate, sueltan que ahora esos acuerdos que se firmen deben tener
un tiempo de ejecución y “no quedarse en el aire”.
¿Y entonces, señores? ¿Cómo
eran esos acuerdos antes? ¿A dónde fue toda aquella farsa de la contraloría
popular y la soberanía nacional? ¿Dónde está la cantidad de billete que se ha
gastado en proyectos que no han cumplido? ¿Van a decirnos que esa plata cayó en
los bolsillos de otros porque al parecer nadie le puso fecha a cada negocio que
se hizo con los rusos?
Esa declaración que leímos
en días pasados es una de las más descaradas confesiones públicas de corrupción
y malversación del dinero de la Nación. Y ahora, con ese antecedente, van a
ponerles en las manos los negocios del oro, el coltán y la agricultura.
Así son los negocios que se
arman en Miraflores. Y por eso es urgente que hagamos memoria los venezolanos.
Hace pocos días
Transparencia Venezuela hizo público un trabajo importante donde queda
evidenciado que hubo, al menos, 441 empresas expropiadas durante los gobiernos
de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Y a estas alturas del partido no hay ni un
dato que funcione a favor de Nicolás Maduro y su régimen.
Ni siquiera el militante
oficialista más fanático podría argumentar algo a favor de aquellas
expropiaciones.
Son un fracaso económico. Y
ni los rusos, ni los chinos ni Mandrake el mago podría salvarlos.
La razón es muy sencilla: se
robaron lo que había. Y en una cleptocracia no hay política económica posible,
porque lo primero que hay que hacer es sacar a estos pillos del Poder.
El tamaño de la crisis que
han generado las políticas de estatización y expropiaciones es tal, que hoy en
día el 83,8% de las empresas del Estado tienen denuncias de corrupción y mala gestión.
¿Recuerdan que después de
que Hugo Chávez implementara aquel Primer Plan de la Patria Socialista el
gobierno se radicalizó en su afán de expropiación? Pues precisamente empezaron
por ahí, por el negocio que ahora anuncian que pondrán en manos de los rusos:
el sector agropecuario y metalúrgico.
En aquellos años, como
recuerda el trabajo de Transparencia Venezuela, se intervinieron 1.168 empresas
entre 2002 y 2012. Toda una década de malandreo expropiador, con el mayor
número de expropiaciones en los sectores de construcción, agroindustria,
petróleo, comercios y alimentos.
¿Es necesario revisar cuáles
son los sectores de la economía que se fueron al abismo apenas el gobierno les
puso la mano encima? ¡Pues precisamente esos cinco!
Una investigación de CEDICE
explica que entre 2005 y 2010 las expropiaciones sumaron 1.167 empresas. Saquen
esta cuenta ahora: 256 eran compañías del sector de alimentos, 155 eran
comercios y 78 se encargaban de trabajos en el sector petrolero.
¿Qué hicieron con eso? Si lo
simplificamos, entenderemos que, para empezar, quebraron el aparato productivo,
permitiendo que el negoción de las importaciones beneficiara a sus peces
gordos, chupándose las divisas mediante el corrupto mercado cambiario a punta
de sobreprecios.
Y, por otra parte,
asesinaron a la gallina de los huevos de oro: quebraron a PDVSA, una de las
industrias más rentables en la historia económica de América Latina,
convirtiéndola en la alcahueta y financista de una cultura del déficit y el
robo.
En resumen: hicieron del
hambre un negocio, mientras quebraban a la empresa petrolera.
¿Es posible ser más
miserables?
Actualmente, existen 467
empresas que están en manos del gobierno y, supuestamente, con una nómina
activa y un montón de gente cobrando sin trabajar. Aun así, de ninguna de esas
467 empresas se conocen los niveles de producción, de inventario o de
ganancias. ¡Y ninguna es siquiera sostenible! Tan solo son negocios para
quienes pasan por ellas, las saquean y luego las dejan en ruinas, para salir
gritando que es sabotaje o cualquier otra mentira.
Por cierto, como un dato
extra, sepan que 79 de esas empresas del Estado están en manos de funcionarios
militares. En especial porque Maduro se ha encargado de fortalecer la presencia
del sector militar en esas empresas, asegurándoles una buena cantidad de plata
que les mantenga engordando los bolsillos y los aleje de la idea de rebelarse
contra el evidente latrocinio que hay en el gobierno.
Porque la única causa de
todo esto es la corrupción. Una corrupción que mata.
Cuando se asume que todo ese
dinero que se roban debería formar parte de las políticas de Estado, se
entiende cómo es que la corrupción mata a los pacientes sin insumos, a las
familias con hambre, a la gente en manos del hampa.
El eje que ha permitido que
la aceitada maquinaria de la corrupción funcione es PDVSA, la alcancía con la
que estos ladrones, desde los gobiernos de Hugo Chávez, han decidido financiar
su modelo cleptocrático. Y aunque juegan a la cacería de brujas, haciéndose los
locos y persiguiéndose entre ellos, nunca terminan de establecer controles para
evitar la corrupción porque es precisamente lo único que saben hacer bien:
robar al pueblo.
Fue vergonzante ver a Castro
Soteldo pasar esa pena, transmitida por televisión nacional, por preguntar una
estupidez que parece sacada de los más trasnochados manuales de marxismo. Sus
propios asesores chinos le dijeron que las expropiaciones fueron un error y que
en esa China, a la que tanta plata le han pedido prestada, el 90% de las empresas
pertenecen al sector privado.
Las expropiaciones, los
controles de precio y de cambio, la debacle de nuestra industria petrolera, las
leyes vinculadas con la producción y las importaciones, la persecución y el
encarcelamiento de opositores, confiscaciones y saqueos, estrategias con fines
políticos como el famoso Dakazo y otras maniobras similares, todos son
elementos que configuran una agresión sistemática a nuestro sistema productivo,
con la única intención de quebrar al país y aumentar la dependencia de quienes
menos tienen.
Y lo lograron.
Negarlo sería irresponsable
de nuestra parte. Ignorarlo también.
Hay que hacerse cargo. Nos
corresponde a nosotros entender y atender de manera eficaz las consecuencias de
este desastre. Si no lo hacemos de inmediato, será mucho más difícil dar con
las estrategias para reactivar la economía, algo que debemos tener previsto en
la dirección real y honesta de cambiar el modelo político y ser gobierno. Este
gobierno no va a investigarse a sí mismo, pero no podemos quedarnos de brazos
cruzados y esperar a que desocupen Miraflores para estructurar las políticas
que el pueblo reclama.
Por eso es necesario
organizarnos y apoyarnos en insumos serios como las investigaciones que
Transparencia Venezuela y CEDICE ya han adelantado.
Es necesario diagnosticar
la crisis de manera real e ir preparándonos.
Nosotros debemos tener
consciencia de cuánto tiempo nos tomará recuperar el sector eléctrico y ponerlo
en condiciones para que se pueda producir, pero también cuáles son las acciones
que deben tomarse para hacer eso posible.
Y lo mismo pasa con el
servicio telefónico, internet, el gas y el agua. Todos son factores que deben
ser considerados de manera eficiente y sin maquillaje, para que nuestra gente
entienda desde ahora lo que vendrá cuando seamos gobierno. Ya hay ejemplos
claros. Ideas como las conclusiones y estrategias que salieron el día de ayer
en el congreso de Venezuela Libre, organizado por el Frente con gente luchadora
de todo el país y representación de todos los sectores, y el plan de
recuperación de la industria petrolera del cual ha estado hablando el diputado
José Guerra son muestras claras de que tenemos el conocimiento y el talento
necesario para asumir las riendas de un país.
No vamos a dejar que
Venezuela se siga hundiendo. Somos muchos quienes estamos empeñados en que el
cambio político signifique una transformación total. Sin embargo, las
transiciones son procesos que, al menos políticamente, siempre se terminan
decidiendo según el contexto histórico y político, pero lo que sí es innegable
es que apenas esta gente se vaya del Poder dependerá de nosotros la velocidad
de la recuperación económica, social y productiva del país.
Por eso invito a que cada
venezolano de bien ponga, en este momento, sus conocimientos a la orden del
país que estamos imaginando. Organizarse y agruparse de manera que cada quien
pueda ayudar a aterrizar soluciones posibles, con la debida jerarquización y el
soporte político que las haga viables y fáciles de comunicar, es una
responsabilidad de todos.
Aprendamos de quienes ya
pasaron por esto. Activemos las fuerzas democráticas en dirección a un elemento
común, que se traduzca en la gobernabilidad y la construcción del país que
estamos imaginando: libre, productivo y con justicia. Si convertimos eso en
nuestro norte, y ofrecemos una mirada hacia el futuro capaz de inspirar
esperanza y coraje, será el mismo pueblo quien se encargue de llevarlo a cabo.
Ahí no hay equivocación ni error posible.
El que persiste, vence. Sé
que hay un desánimo general, que es difícil sentir que ese cambio será
realidad, pero nos toca sacar fuerzas y seguir adelante.
¡Que Dios y la Virgen de la
Chinita hoy en su día nos acompañen a lograr esa Venezuela de paz y progreso!
18-11-18
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