S:D:B: Alejandro Moreno
De nuevo se empieza a hablar
de diálogo como si estuviéramos en una sociedad dialogante o por lo menos
abierta a la posibilidad de diálogo. Ciertamente hay sociedades, grupos,
naciones, dentro de las cuales siempre es posible dialogar. Son aquellas en las
que quienes las componen tienen ante todo voluntad abiertamente sincera y
transparente de compartir y confrontar sin reticencias ideas, visiones del
mundo, inseguridades y también certezas pero sobre las cuales son capaces de
tender un velo de duda para coincidir con los demás en acuerdos comunes cuando
un bien superior lo exige. A estas alturas del proceso político venezolano,
creo que para todos los que estamos, querámoslo o no, implicados en él, se nos
presenta con mucha claridad que estas condiciones esenciales para que exista ni
siquiera remotamente esa posibilidad no asoman por ningún lado. Sé muy bien que
no estoy diciendo nada nuevo, pero me parece necesario insistir en esto pues
más de uno de los que fungen como actores de eso que se llama la oposición
parece no tenerlo en cuenta. No quiero dudar de su buena voluntad, aunque me
resulta difícil, pero es evidente que lo único que genera en mucha parte de
nuestra sociedad no puede ser sino confusión mental en las personas e
incertidumbre social. ¿Vamos a seguir en lo mismo?, es la pregunta que la
mayoría de los venezolanos nos hacemos. Y no solo los intelectuales y los que
forman parte de los partidos y en general de los movimientos que tienen
directamente que ver con la política, sino la gente del pueblo más sencillo y
no tan ignorante o ajeno a ella como muchos pretenden.
Está claro que el supuesto
diálogo sería entre los dos grupos en los que se divide hoy Venezuela: los que
están de acuerdo con el régimen (y sería bueno que no habláramos simplemente de
gobierno o dictadura sino de régimen totalitario) y quieren mantenerlo
firmemente contra viento y marea, y los que disentimos radicalmente de él en
nombre de todo lo que lo niega, esto es, de la democracia. En ninguno de estos
dos grandes grupos es posible la apertura al diálogo. Es un problema de ser, no
simplemente de querer. Son esencialidades absolutamente otras entre sí. Todo lo
demás, incluso una simple conversación sobre el tema, no puede ser sino falso,
esto es, querer ocupar el tiempo en fantasías y farsas, o peor aún, en lo que
al régimen le conviene, y que tanto se ha dicho, en ganar tiempo y engañar al
otro.
La sincera democracia nos
exige vivir en la verdad. Solo viviendo en la verdad seremos libres. Vaya
delante la palabra del Evangelio.
ciporama@gmail
27-11-18
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