Thays Peñalver 14 de noviembre de 2018
Chávez
creo una retórica para echarle la culpa “a alguien” de su propia pobreza,
utilizando al “pobre en su choza”
Si
Venezuela fuera una comedia, sin lugar alguno a dudas la puesta en escena sería
la de un hombre frustrado sentado en el porche de un rancho destartalado,
haciéndose pasar por rico. Pero no, no lo es, ese hombre jamás ha sido rico,
por más que se lo hayan hecho creer desde el día en que nació. Y es aquí donde
comienzan todas nuestras desgracias, en haber presumido de una riqueza que
nunca existió, en hacernos creer que alguien nos debe algo y que además ese
alguien es el responsable de nuestro drama personal, sin entender que nosotros
como país nos hemos convertido en una tragedia humana. ¿Por qué? Porque
somos un pueblo muy pobre, que siempre ha creído que es rico y se comporta con
las ínfulas de un rico. Y eso, en si ya es un drama.
Uno de
nuestros graves problemas en Venezuela es que arrastramos como cadenas
la pobreza, tanto que hasta la enaltecemos en nuestro himno nacional. De
hecho, la imagen del rancho va acomodándose en nuestras cabezas desde la niñez
y durante la adolescencia, cuando nos obligan a repetir - y hasta celebrar casi
a diario - esa invención que le otorga al pobre en su choza, el protagonismo de
nuestra libertad. En especial nos ocurre a los caraqueños, porque a donde
apuntemos la mirada, nos encontramos con el rancho. Los políticos hablan de los
ranchos perpetuamente, los planes son para los ranchos y las nuevas estructuras
simulan ranchos no importa si son verticales o empotrados a lo largo de
montañas enteras y últimamente, en zonas donde gracias a su edificación, ya
perdieron valor los inmuebles que ahí se encuentran. Está claro que lo hicieron
intencionalmente, para “ranchificar a la ciudad”, no para educar a quien
viene del rancho. No les interesa al pobre educado, les conviene dominarlos y
manipularlos.
Pero
si hay una palabra realmente despectiva en Venezuela y que forma parte del
vocabulario diario, es la palabra rancho, pues a diferencia de chabola que es
de origen vasco, usada para identificar una vivienda semejante a una choza en
la que vivían los más pobres, la palabra “rancho” nos viene nada menos que de
los tiempos de Cervantes, pues era el nombre de las precarias viviendas de los
gitanos. Por eso en los ranchos vivían, de acuerdo al padre del Quijote
quienes: “nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones,
críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser
ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar
son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte”
(La Gitanilla, 1613).
La
chabola era pues la vivienda precaria de los pobres castizos, pero en los
ranchos lógicamente era donde vivía el malandraje, lo más oscuro de la
sociedad, los marginados. El rancho acompaña a Venezuela desde la colonia
y fue perfectamente definido por José Antonio Páez como una plaga que había que
acabar, definiéndolos de la misma manera que lo hiciera Cervantes, cuando dio
la orden de atacar el problema contra ese: “número considerable de hombres y
familias que viven independientes de la sociedad, ignorados de los magistrados
(sin importarles ley alguna), sirviendo de abrigo a los facinerosos en ranchos
construidos” (Páez 1828).
Páez
envió a la policía para que a toda mujer que viviera en un rancho “y no se le
conociera ocupación honesta para subsistir”, fueran enviadas a trabajos
forzados “o a trabajar en la casa de algún vecino honrado, por un salario”.
Pero los ranchos llevan consigo un problema gigante, el rancho se multiplica
abrumadoramente rápido y ya para el Primer Censo de la Nación en 1873, se había
aceptado el termino, explicando que el 77% de todas las viviendas eran
precarios ranchos y la marginalidad había llegado a tal nivel, que en el censo
de 1890 ya el 16% de los asentamientos de Caracas eran ranchos inestables con
techo de paja.
Por
eso cuando Hugo Chávez, sangrando por la herida contó como sus abuelos vivían
en ranchos de la edad de los metales, cocinando en un fogón a la luz de la luna
o como él había nacido en un rancho de bahareque, con piso de tierra que se
anegaba cuando llovía, sin luz eléctrica y que hasta los doce años tenía que
visitar a su otra abuela a lomos de un burro. ¿Quién tenía la culpa de
semejante situación?, ¿Los, hasta ese momento, inexistentes demócratas que él
tanto despreció?
Chávez
creo una retórica para echarle la culpa “a alguien” de su propia pobreza,
utilizando al “pobre en su choza”. Dijo que su bisabuelo fue arruinado y
humillado, y que lo perdió todo porque un general se lo quitó. Luego dijo que
su bisabuela pasó mucho trabajo en la vida porque otro militar “no le reconoció
la barriga”, por allá en los tiempos del general Crespo. Si su abuelo se pasó
la vida reclamando con los papeles de las propiedades que supuestamente le
quitaron, fue porque un coronel en los tiempos de Cipriano Castro decidió
robarle sus tierras, si su padre pasó tanto trabajo a lomos de un burro, sin
haber conocido al suyo, fue por culpa de Juan Vicente Gómez. Y si Hugo Chávez
nació en piso de tierra con techo de paja a dos aguas y por poco se lo traga
una serpiente, eso fue en el régimen del dictador Marcos Pérez Jiménez. Pero no
había ni por asomo un demócrata a quien echarle las culpas. Sin embargo, él se
las echó.
Por
eso es necesario establecer de donde venimos. Y debemos comenzar por decir que
la verdad es que Venezuela siempre ha sido un país muy pobre y es necesario
aclarar que cuando los generales López Contreras, Medina y Pérez Jiménez se
marcharon del poder, Hugo Chávez seguía a oscuras en aquella casa de “piso de
tierra y techo de paja a dos aguas”, en plena jungla con su radiecito
transistor, mientras el primer censo de la democracia revelaba los siguientes
datos: “El tipo de vivienda tradicionalmente más abundante en el Estado Barinas
fue el rancho y vivienda improvisada, pero esa desafortunada visión de la
morada barinesa ha venido superándose en los últimos veinte años, de tal manera
que representaba el 58,7% del total”.
Entonces,
antes de la era democrática ¿Habían logrado reducir un 20% los ranchos?,
negativo, porque desde el año 1936 hasta 1961 la migración de los estados más
pobres de Venezuela fue la mayor de la historia y los barineses, se marcharon
primero a las capitales y posteriormente con preferencias a los estados
Carabobo y Aragua, perdiendo Barinas cerca de un tercio de su población a lo
largo de esos treinta años. En Caracas el Consejo Municipal dio su voz de
alerta en 1958 para hacer frente a lo que por primera vez se llamó “La invasión
de ranchos” producto del arribo masivo de los habitantes de los estados más
pobres de los confines de Venezuela quienes llegaron a la capital atraídos por
el auge de las construcciones faraónicas del dictador Pérez Jiménez.
¿Qué
pasó entonces con los ranchos? Cuando el director de planeamiento urbano del
dictador dijo que existía la necesidad perentoria de eliminar el 70% de los
ranchos de los cerros de Caracas” (1956): es porque la invasión ya era
gigantesca y los anuarios de malariología daban cuenta de unas cifras
escandalosas, pues los ranchos se habían duplicado en apenas seis años y ya
para ese entonces cerca del cuarenta por ciento de la población caraqueña vivía
en ranchos, que fue lo que heredó la democracia. ¿Qué los ranchos continuaron
en la era democrática? Si, sin lugar a dudas, allí están y allí sigue Petare
como muestra de toda una historia de desatinos, pero este es otro mito que
debemos derrumbar: a los ranchos no los trajo la democracia, ya
existían.
Pero
sobre Pérez Jiménez y “su obra” y sobre todo el “rancho en la
cabeza” la mejor opinión extranjera que he escuchado la tiene otro dictador
quien vivió en Venezuela entre los años 1956 y 1958, justo cuando Hugo Chávez
daba sus primeros pasos en aquel piso de tierra. Se trata de Juan Domingo Perón,
quien narró lo que venimos arrastrando en Venezuela durante siglos: “Se vive
bien en el centro de Caracas, pero si usted sale a 10 kilómetros ya están
desnudos los chicos”. Se refería a Petare.
Venezuela
es “un verdadero drama” en toda la extensión de la palabra. “Pérez Jiménez hizo
carreteras fantásticas, pero ¿para qué sirven si no hay nada que llevar por
esas carreteras? (..) Caracas es una “ciudad construida en el centro del Valle
y los cerros que la rodean habitados por familias en casas de madera y de
latas, familias que no trabajan (..) Mientras el estado sanitario es pavoroso y
lo comprobé por mi mismo”. Continuó Perón describiéndonos.
Perón
dejó claro que los venezolanos no entendíamos porque estábamos así: “El ciclo
económico es consumo y para el consumo distribución, transformación es decir,
industria, y para la transformación producción, es decir materia prima”, lo
único que hacen es construir con el dinero del petróleo, pero el gobierno
no vivía de la economía, sino que la economía vivía del gobierno”, “No tienen
mano de obra, no tienen técnicos, no tienen consumidores” Esa era, para Perón
la verdadera Venezuela.
El
dictador argentino fue el primero en darse cuenta de la realidad política y
desnudarla: “Marcos Pérez Jiménez solo fue un hombre que se apoderó del
gobierno merced a las circunstancias, pero sin orientación, sin una causa a la
que servir (..) mientras los comunistas que habían preparado la revolución se
dispersaban por esos barrios (..) repletos de chozas a las que denominan
ranchos (..) para planificar e inculcar el derrocamiento del gobierno (..) pero
no era una revolución popular”. (Repito, que esto lo vio entre 1956-58).
Por
eso cuando nos dicen que desde el rancho se puede lograr el socialismo que no
lograron los industrializados alemanes o los rusos y encima, sin una población
educada para el esfuerzo y el sacrificio que no es capaz de producir ni un
tornillo, nos mienten descaradamente. No podremos prosperar hasta que bajen a
tierra tanto aquellos que creen que desde el rancho va a emerger el
emprendimiento y la economía liberal, como aquellos que juran ingenuamente que
desde el rancho van a producirse los cambios que nos harán una potencia, pero
sin trabajar.
Todo
comenzará a cambiar cuando nos quitemos de una vez de la cabeza la mentira de
que el pobre en su rancho clamaba por libertad, porque no se puede construir un
país basándose en los mitos y en las debilidades, se levantan grandes naciones
con principios, educación, valores y amor por el trabajo. Todo esto unido es lo
que crea prosperidad y saca al hombre de la pobreza.
Y en
definitiva, la culpa de cómo somos la tiene todo aquel que no entienda que para
eliminar a los ranchos, hay que dejar de rendirle culto al que muchos tienen en
la cabeza. Venezuela nos exige evolucionar y la evolución llega con la
educación.
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