Francisco Fernández-Carvajal 24 de noviembre de 2018
— Un
reinado de justicia y de amor.
— Que
Cristo reine en primer lugar en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad, en
todas las acciones...
—
Extender el Reino de Cristo.
I. El
Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz1,
nos recuerda una de las Antífonas de la Misa.
La
Solemnidad que celebramos «es como una síntesis de todo el misterio salvífico»2.
Con ella se cierra el año litúrgico, después de haber celebrado todos los
misterios de la vida del Señor, y se presenta a nuestra consideración a Cristo
glorioso, Rey de toda la creación y de nuestras almas. Aunque las fiestas de
Epifanía, Pascua y Ascensión son también de Cristo Rey y Señor de todo lo
creado, la de hoy fue especialmente instituida para mostrar a Jesús como el único
soberano ante una sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios3.
En los
textos de la Misa se pone de manifiesto el amor de Cristo Rey, que vino a
establecer su reinado, no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad
y mansedumbre del pastor: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas
siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se
encuentran las ovejas dispersas, así seguiré Yo el rastro de mis ovejas; y las
libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los
nubarrones y de la oscuridad4.
Con esta solicitud buscó el Señor a los hombres dispersos y alejados de Dios
por el pecado. Y como estaban heridos y enfermos, los curó y vendó sus heridas.
Tanto los amó que dio la vida por ellos. «Como Rey viene para revelar el amor
de Dios, para ser el Mediador de la Nueva Alianza, el Redentor del hombre. El
Reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para
construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los
valores evangélicos de la esperanza y de la futura bienaventuranza, a la que
todos estamos llamados. Por esto en el Prefacio de la
celebración eucarística de hoy se habla de Jesús que ha ofrecido al Padre
un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de
amor y de paz»5.
Así es el Reino de Cristo, al que somos llamados para participar en él y para
extenderlo a nuestro alrededor con un apostolado fecundo. El Señor ha de estar
presente en familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo... «Ante los que
reducen la religión a un cúmulo de negaciones, o se conforman con un
catolicismo de media tinta; ante los que quieren poner al Señor de cara a la
pared, o colocarle en un rincón del alma...: hemos de afirmar, con nuestras
palabras y con nuestras obras, que aspiramos a hacer de Cristo un auténtico Rey
de todos los corazones.... también de los suyos»6.
II. Oportet
autem illum regnare..., es necesario que Él reine...7.
San
Pablo enseña que la soberanía de Cristo sobre toda la creación se cumple ya en
el tiempo, pero alcanzará su plenitud definitiva tras el juicio universal. El
Apóstol presenta este acontecimiento, misterioso para nosotros, como un acto de
solemne homenaje al Padre: Cristo ofrecerá como un trofeo toda la creación, le
brindará el Reino que hasta entonces le había encomendado8.
Su venida gloriosa al fin de los tiempos, cuando haya establecido el
cielo nuevo y la tierra nueva9,
llevará consigo el triunfo definitivo sobre el demonio, el pecado, el dolor y
la muerte10.
Mientras
tanto, la actitud del cristiano no puede ser pasiva ante el reinado de Cristo
en el mundo. Nosotros deseamos ardientemente ese reinado: ¡Oportet
illum regnare...! Es necesario que reine en primer lugar en nuestra
inteligencia, mediante el conocimiento de su doctrina y el acatamiento amoroso
de esas verdades reveladas; es necesario que reine en nuestra voluntad, para
que obedezca y se identifique cada vez más plenamente con la voluntad divina;
es preciso que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se interponga al
amor a Dios; es necesario que reine en nuestro cuerpo, templo del Espíritu
Santo11; en nuestro trabajo, camino de santidad... «¡Qué grande eres Señor
y Dios nuestro! Tú eres el que pones en nuestra vida el sentido sobrenatural y
la eficacia divina. Tú eres la causa de que, por amor de tu Hijo, con todas las
fuerzas de nuestro ser, con el alma y con el cuerpo podamos repetir: oportet
illum regnare!, mientras resuena la copla de nuestra debilidad, porque
sabes que somos criaturas»12.
La
fiesta de hoy es como un adelanto de la segunda venida de Cristo en
poder y majestad, la venida gloriosa que llenará los corazones y secará
toda lágrima de infelicidad. Pero es a la vez una llamada y acicate para que a
nuestro alrededor el espíritu amable de Cristo impregne todas las realidades
terrenas, pues «la esperanza de una tierra nueva no debe atenuar, sino más bien
estimular, el empeño por cultivar esta tierra, en donde crece ese cuerpo de la
nueva familia humana que ya nos puede ofrecer un cierto esbozo del mundo nuevo.
Por lo tanto, aunque haya que distinguir con cuidado el progreso terreno del
desarrollo del Reino de Cristo, sin embargo, el progreso terreno, en cuanto que
puede ayudar a organizar mejor la sociedad humana, es de gran importancia para
el Reino de Dios.
»Los
bienes de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad –es
decir, todos los bienes de la naturaleza y los frutos de nuestro esfuerzo– los
volveremos a encontrar, después de que los hayamos propagado (...), y esta vez
ya limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva
al Padre el Reino eterno y universal (...). El Reino está ya presente
misteriosamente en esta tierra; y cuando el Señor venga alcanzará su
perfección»13. Nosotros colaboramos en la extensión del reinado de Jesús
cuando procuramos hacer más humano y más cristiano el pequeño mundo que nos
rodea, el que cada día frecuentamos.
III. A la
pregunta de Pilato, contestó Jesús: Mi reino no es de este mundo... Y
ante la nueva interpelación del Procurador, respondió: Yo soy Rey. Para
esto he nacido...14.
No siendo de este mundo, el Reino de Cristo comienza ya aquí. Se extiende su
reinado en medio de los hombres cuando estos se sienten hijos de Dios, se
alimentan de Él y viven para Él. Cristo es un Rey a quien se le ha dado todo
poder en el Cielo y en la tierra, y gobierna siendo manso y humilde de
corazón15, sirviendo a todos, porque ha venido no a ser
servido, sino a servir, y dar su vida para la redención de muchos. Su trono
fue primero el pesebre de Belén, y luego la Cruz del Calvario. Siendo el
Príncipe de los reyes de la tierra16,
no exige más tributos que la fe y el amor.
Un
ladrón fue el primero en reconocer su realeza: Jesús -le decía
con una fe sencilla y humilde-, acuérdate de mí cuando estés en tu
Reino17. El título que para muchos fue motivo de escándalo y de
injurias, será la salvación de este hombre en el que ha ido arraigando la fe,
cuando más oculta parecía estar la divinidad del Salvador, que «concede siempre
más de lo que se le pide: el ladrón solo pedía que se acordase de él; pero el
Señor le dice: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
La vida consiste en habitar con Jesucristo, y donde está Jesucristo allí está
su Reino»18.
En la
fiesta de hoy oímos al Señor que nos dice en la intimidad de nuestro
corazón: Yo tengo sobre ti pensamientos de paz y no de aflicción19,
y hacemos el propósito de arreglar en nuestro corazón lo que no sea conforme
con el querer de Cristo. A la vez, le pedimos poder colaborar en esa tarea
grande de extender su reinado a nuestro alrededor y en tantos lugares donde aún
no le conocen. «A esto hemos sido llamados los cristianos, esa es nuestra tarea
apostólica y el afán que nos debe comer el alma: lograr que sea realidad el
reino de Cristo, que no haya más odios ni más crueldades, que extendamos en la
tierra el bálsamo fuerte y pacífico del amor»20.
Esto solo lo lograremos acercando a muchos a Jesús, mediante un apostolado
constante y eficaz entre las personas que diariamente pasan cerca de nuestra
vida.
Para
hacer realidad nuestros deseos acudimos, una vez más, a Nuestra Señora. «María,
la Madre santa de nuestro Rey, la Reina de nuestro corazón, cuida de nosotros
como solo Ella sabe hacerlo. Madre compasiva, trono de la gracia: te pedimos
que sepamos componer en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean, verso
a verso, el poema sencillo de la caridad, quasi fluvium pacis (Is 66,
12), como un río de paz. Porque Tú eres mar de inagotable misericordia»21.
1 Antífona
de comunión, Sal 28, 10-11. —
2 Juan
Pablo II,, Homilía 20-XI-1983. —
3 Cfr. Pío
XI, Enc. Quas primas, 11-XII-1925. —
4 Primera
lectura, Ciclo A. Ez 34, 11-12. —
5 Juan
Pablo II, Alocución 26-XI-1989. —
6 San
Josemaría Escrivá, Surco, 608. —
7 Segunda
lectura. Ciclo A. 1 Cor 15, 25. —
8 Cfr. Ibídem,
1 Cor 15, 23-28. —
9 Apoc 21,
1-2. —
10 Cfr. Sagrada
Biblia, Epístolas de San Pablo a los Corintios, EUNSA,
Pamplona 1984, nota a 1 Cor 15, 23-28. —
11 Cfr. Pío
XI, Enc. Quas primas, cit. —
12 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 181 —
13 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 39. —
14 Jn 18,
36-37. –
15 Cfr. Mt 11,
29. —
16 Segunda
lectura. Ciclo B. Apoc 1, 5. —
17 Lc 23,
42. —
18 San
Ambrosio, Comentario al Evangelio de San Lucas, in loc. —
19 Jer 29,
11. —
20 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 183. —
21 Ibídem,
187.
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